En el transcurso de
1500 unos aventureros buscadores de perlas se establecieron en la Isla
de Cubagua, la cual nueve años más tarde era ya una ciudad organizada
y al correr del tiempo se llamó Nueva Cádiz. En 1501 el licenciado
Marcelo Villalobos concluyó un tratado para la conquista y establecimiento
de la Isla de Margarita, (Paraguachoa) la cual, como ya hemos visto,
había sido visitada el año anterior por la expedición de Pedro Alonso
Niño y Cristóbal Guerra.
Más tarde volvió
Cristóbal Guerra, acompañado de su hermano Luís, en dos Carabelas,
tocando en la Provincia de Paria y luego en la Isla de Margarita, recorriendo
en todas direcciones el canal que se forma entre ésta y el Continente,
saqueando por doquiera oro y perlas y regresaron a España a principios
de noviembre de 1501, con gran acopio de estos y de indígenas que vendió
allá como esclavos.
En 1506, el Rey Fernando
V de Aragón autorizó al Capitán de Navío Alonso de Ojeda y a Diego
de Nicueza para expedicionar sobre las Indias Occidentales de la Mar
Océana y denominar Nueva Andalucía y Castilla de Oro, respectivamente,
a las Provincias que descubrieran. El primero ocupó el territorio comprendido
desde el Golfo de Paria hasta el Cabo de La Vela, empleando tres años
en su exploración; y como la Isla de Cubagua era el mejor sitio para
el saqueo de perlas, mandó el Monarca en 1509 establecer en ella una
colonia de españoles con el objeto de aprovecharse de esta hermosa
fuente de riqueza, y efectivamente, como ya lo hemos dicho, en 1511
se fundó allí una población con el nombre de Nueva Cádiz. En 1515
arribaron a dicha Isla Gaspar de Morales y Francisco de Pizarro y en
1517, Vasco Núñez de Balboa, quienes después de haber saqueado gran
cantidad de perlas salieron a emprender nuevos descubrimientos y conquistas.
Durante muchos años
las costas venezolanas no fueron visitadas sino por los que venían
a robar y saquear a sus habitantes, para traficar con ellos en las Islas,
y esta circunstancia contribuyó en mucho a entorpecer los establecimientos
de pobladores. La más ruidosa de estas piraterías tuvo lugar en las
costas de Cumaná, donde residían dos misioneros enviados por la Orden
de Santo Domingo a predicar el evangelio. Bien recibidos y agasajados
por los indígenas se prometían los más felices resultados de su pacifica
y benéfica misión, cuando para su mal, acertó a pasar por allí un
navío español de los que andaban saqueando perlas y capturando esclavos.
Los aborígenes, que
se creían protegidos por los misioneros, en vez de huir como solían
hacerlo en tales ocasiones, salieron a recibir los viajeros, les suministraron
bastimentos y dieron principio alegremente a sus permutas. Pasáronse
algunos días en buena armonía, hasta que estando bien confiados los
indígenas, convidaron los conquistadores al Cacique del pueblo, para
que fuese a comer con ellos a la nave. Aceptó el Cacique, después
de haberlo consultado con los religiosos, y se fue al bajel con su mujer
y hasta diecisiete personas de que se componía su familia, entre hijos,
deudos domésticos. Más no bien habían puesto pie a bordo, cuando
se vieron cercados, y amenazados de muerte, luego fueron apresados,
alzando las velas rumbo a Santo Domingo, donde los vendieron como esclavos.
Los desolados vasallos
del Cacique quisieron tomar venganza en los religiosos, juzgándoles
cómplices de aquella insigne perfidia, pero ellos lograron aplacarlos,
ofreciéndoles que dentro de cuatro meses serían devueltos el jefe
indígena y su familia. Así en efecto lo enviaron a decir a sus
superiores, interesados en la libertad de los prisioneros y manifestándoles
el riesgo que corrían con los demás indios, si pasado el término
no volvían aquellos a su patria, más, todas las gestiones fueron vanas,
pues, aunque los jueces despojaron de su presa a los piratas, sólo
fue para repartírsela entre sí; los indígenas se consumieron en la
esclavitud, y los religiosos pagaron con la vida la alevosía e inhumanidad
de sus conciudadanos.
La grande utilidad
que se sacaba de la extracción de perlas en el Golfo de Paria y en
Cubagua, había dado ocasión por ese tiempo a que los traficantes la
visitaran con frecuencia, atraídos por el provecho de la extracción,
y también buscando esclavos, que unas veces les vendían los mismos
aborígenes, y las más asaltaban ellos, con la disculpa de que eran
los Caribes. Olvidado con el tiempo el triste lance de los dominicos,
se fundaron dos conventos en la costa continental: Uno de la misma Orden
de Santo Domingo en el puerto y pueblo de Chiriviche, junto a Maracapana
y otro de Franciscanos, más al Oriente, cerca del río Manzanares,
frente a Cubagua. (Chiriviche: lugar que la mayoría de los historiadores
confunden también con el puerto de Chichiriviche o El Flechado, en
el hoy, Estado Vargas y con el puerto de Chichiriviche en el Estado
Falcón)
En 1519, un tal Alonso
de Ojeda, (homónimo del conquistador, más no debemos confundir con
-aquel) vecino de Cubagua, armó una Carabela con el fin de sacar esclavos
en el Continente y recorrió la costa abajo hasta Chiriviche, en la
desembocadura del río del mismo nombre, donde se hallaba el convento
de Santa Fe, que era el de los Padres Dominicos. A la sazón no había
allí más que dos religiosos: el portero y el vicario, los cuales ignorantes
del designio, recibieron al pirata con muchos agasajos. Manifestó Ojeda
deseos de hablar al Cacique Maragüey, a quien, al acudir al llamado
de los religiosos, pidió recado de escribir y le preguntó con mucha
gravedad cuales eran las tribus de su comarca que comían carne humana
. Costumbre que se les achacaba a los Caribes con el fin de justificar
ante el Rey español, la prisión y muerte de aquéllos, cuando su resistencia
sólo debía interpretarse como el sentimiento sagrado impreso profundamente
por Dios en el espíritu de todo hombre para defender con su libertad
la de su suelo privilegiado y no caer en las redes de los traficantes
de esclavos. Maragüey, que no era lerdo ni cobarde, les contestó enojado:
No, no carne humana, carne humana, no, y sin añadir palabras se retiró,
sin que fueran suficientes para aquietarle las “buenas” razones
de los religiosos.
Ojeda volvió
a su navío y siguiendo la costa, desembarcó cuatro leguas a sotavento
de Maracapana, en los dominios del Cacique Gil-González, quien recibió
muy bien a los navegantes y aún les permitió penetrar en sus
tierras como lo solicitaron con el pretexto de comprar abastecimientos.
Más para trasladar los cuales pidió el servicio de cincuenta indígenas,
ofreciendo pagar los frutos y su acarreo luego de ser puestos en Maracapana;
le fue concedido así, más apenas llegaron a aquel sitio los desprevenidos
indígenas, a una señal convenida, cayeron sobre ellos los conquistadores,
espada en mano, y comenzaron a atarlos para conducirlos al navío. Pugnaron
los infelices largo rato por deshacerse de aquellos inhumanos alevosos,
empleando para ello los esfuerzos de la desesperación, pero hallándose
desnudos y desarmados resultó vana toda resistencia. Treinta y seis
quedaron prisioneros y fueron embarcados para ser vendidos como esclavos;
unos cuantos que huyeron muy maltratados y heridos, fueron a esparcir
por el país la fama de la perfidia con que pagaban aquellos aventureros
un buen acogimiento. En un instante se alarmó toda la costa y Gil-González
y Maragüey se unieron para concertar el modo de acabar con los huéspedes
traidores.
Enseñados ya a malas
artes por los conquistadores, disimularon al principio, esperando una
coyuntura favorable; y a poco la extraña ceguedad de Ojeda proporcionó
a Gil-González el darle muerte a él y a otros seis de los suyos, en
ocasión de haber desembarcado a solazarse, como si nada hubieran hecho.
Justa fue la venganza, pero no saciado con ella, pasó Maragüey al
convento de Santa Fe, donde mató al lego y al vicario, taló los árboles
que los religiosos habían plantado, dio muerte al caballo que les servía
en el huerto, despedazó las imágenes y quemó el convento.
Cuando el Gobierno
de Santo Domingo supo lo ocurrido, lejos de restituir a su país los
indígenas cautivos, para borrar con un acto de justicia la mala impresión
que debía haber causado la perversidad de Ojeda, sólo pensó
en hacer un escarmiento en los indígenas y al efecto se aprestó
una armada de cinco navíos de guerra cuyo efectivo se elevaba a trescientos
hombres, al mando del Caballero de la Llave de Oro, Gonzalo de Ocampo.
Esta primera expedición
militar debía asolar el país, degollar a los más culpables y tomar
sin distinción por esclavos a todos los demás. “Tales órdenes se
dieron por cristianos. Esto, en sana razón y verdadera justicia. Dice
Quintana, era hacerse sin pudor cómplices de la piratería de Ojeda”.
Ocampo empleó medios artificiosos que le dieron buenos resultados y
cumplió su encargo a satisfacción de sus mandatarios; situó su base
militar en la Isla de Cubagua, la única poblada por conquistadores
en aquella época y más próxima a Tierra-Firme, de allí hacía sus
incursiones sobre la costa de Cumaná, utilizando los Pataches artillados
con pedreros. (Según refieren las crónicas, en la Isla de Cubagua
abundaba una clase de piedras esféricas que daba exactamente el calibre
de los cañones pedreros. A efecto del fuego de estas armas que se hallaban
emplazadas a bordo y en el fuerte que edificaron, fue que lograron conseguir
los conquistadores el retiro de los indígenas alzados en el litoral
de la costa)
El Cacique Gil-González
fue muerto a puñaladas por un oscuro marinero, su tierra entrada a
fuego y sangre, muchísimos indígenas ahorcados y empalados. (Empalar
suplicio de origen turco, era uno de los más terribles tormentos, sentaban
desnudos a los cautivos en estacas sembradas en la tierra en forma de
cruz con punta muy aguzada metiéndosela por el recto, partiéndole
los intestinos y les salía por la boca). En vista de los efectos favorables
de la campaña naval resolvió Ocampo establecerse y despidiendo los
barcos cargados de esclavos quedose él media legua más arriba de la
embocadura del río Manzanares, donde fundó un pueblo que llamó Nueva
Toledo.
El asalto de Ojeda
y la terrible venganza de Ocampo habían preparado a la Nueva Toledo
desde su fundación, el germen de una pronta destrucción y el temor
se hacía cada vez más intenso en el ánimo de los conquistadores.
A punto que por agosto de 1521, llegó Fray Bartolomé de las Casas,
y en lugar de animarse con sus exhortaciones y su ejemplo, los conquistadores
se dispusieron a volver a La Española en los navíos que el traía.
Imitando a éstos resolvieron también regresar los que le habían acompañado,
y con todos se fue Ocampo, dejándole entregado a su mala ventura, con
sus criados, unos cuantos hombres a sueldo y muy pocos amigos.
Fray Bartolomé
determinó pasar a Santo Domingo, a implorar de las autoridades
el remedio a tantos males, y se embarcó dejando a Francisco de
Soto por Capitán de su gente, con encargo formal de no separarse de
este primer establecimiento de población en Tierra Firme, el cual se
reducía al recinto de la fortaleza; de no dejar que se apartasen del
puerto los dos navíos que allí había y de trasladar a ellos los hombres
y la hacienda, en caso de un ataque de los Caribes, Pero era preciso
que la codicia y la indisciplina de los conquistadores en cierne desbaratasen
completamente los proyectos de la caridad y la filosofía; de Soto tan
obediente como desvariado apenas ausentose el fraile, envió los navíos
a capturar esclavos, perlas y oro.
Los Caribes que espiaban
los movimientos de sus enemigos, al verlos solos y sin buques en que
escapar, resolvieron asaltarlos y destruirlos; y aunque el proyecto
y el día de su ejecución fueron descubiertos, no fue suficiente para
impedir ni el ataque ni el desastre que éste produjo. Cuando los conquistadores
probaban atrincherarse, encontraron que la pólvora estaba húmeda y
no prendía; en tal estado cayeron sobre ellos los Caribes, pusieron
fuego a la casa fuerte y mataron muchos. Francisco de Soto fue herido
en un brazo con flecha emponzoñada, por lo que murió luego rabiando,
y los pocos que quedaron consiguieron escapar saliendo a mar abierta
en una canoa, con el intento de buscar los navíos que se hallaban dos
leguas distantes de las Salinas de Araya, y por dicha, aunque difícilmente,
aunque perseguidos muy de cerca por los enfurecidos Caribes, quienes
repitieron entonces en Cumaná las atroces escenas de Chiriviche y un
lego que no pudo acogerse a la canoa, fue cruelmente asesinado; quemaron
las edificaciones; mataron los animales de labor, talaron los sembradíos;
todo lo destruyeron, y animados por esta ventaja, resolvieron hacer
una tentativa sobre Cubagua con una Escuadrilla de Flecheras, más temerosos
los conquistadores no osaron esperarlos, bien que fuesen 300 bien armados.
Embarcáronse en dos Carabelas para Santo Domingo, dejando abandonado
el establecimiento, donde los Caribes obtuvieron un cuantioso botín
que trasladaron a Cumaná.
En 1520, a consecuencia
de la captura de indígenas hecha por el Capitán Gonzalo de Ocampo
en Cumaná, se procedió en la Real Audiencia de Santo Domingo
a investigar si aquellos sabían vivir en vecindad con los castellanos,
a fin de comprobar cuales eran los Caribes y para defenderse de los
ataques de éstos resolvieron adquirir un Bergantín de quince bancos.
Ya el Rey de España había ordenado que no podían venir a las Indias
Occidentales navíos de menos porte de 80 toneladas; que cada navío
de 100 toneladas llevase 15 marineros, un artillero, 8 grumetes, 3 pajes
con sus corazas, petos y armaduras y que los que así no fuesen armados
no ganasen su marinaje. Un Capitán que fuera hombre de armas, y que
además, los navíos llevasen 4 piezas de artillería gruesa y 16 pasavolantes
con la cantidad de balas y pólvora necesaria, plomo y moldes para las
balas, dardos, picas, arcabuces, y rodelas. Que para contrarrestar el
daño o efecto de las flechas emponzoñadas se usaran los arcabuces
y las ballestas con sus aparejos y, que siempre se tuvieran de depósito
alrededor de tres mil ducados.
Para refrenar y castigar
los males causados por los indígenas a los conquistadores y la población
de esta parte de Tierra Firme el Gobierno de Santo Domingo nombró
en 1532 a Jácome Castellón, quien haciendo un “discreto”
uso de la virtud, de la justicia y de la persuasión, logró al
fin “afianzar” el orden, atraer a los indígenas descarriados,
por medio de sus caciques, de modo que no sólo se recogieran a sus
pueblos, sino que contribuyeran al establecimiento de la ciudad de Nueva
Córdoba, en lugar distinto del que ocupara la Nueva Toledo, abandonada
sin remedio; y para asegurar agua a los habitantes de Cubagua, construyó
un fuerte a la embocadura del río Manzanares, precisamente, en el mismo
sitio en que lo había iniciado el Padre Bartolomé de las Casas. Restableciose
el saqueo de las perlas que había sufrido enormemente por los sucesos
de Cumaná, en términos que los conquistadores se mantuvieron por mucho
tiempo en la parte oriental, con el empleo de la fuerza.
Como una necesidad de la Marina de Guerra Española, en 1530 fue fundado el Puerto de San Felipe de Austria o de Cariaco, (Estado Sucre) cerca del Golfo de este nombre, a orillas del río Carinicuao.
—Fundación de la Casa de la Contratación:
Los asuntos administrativos
de América fueron en un principio confiados a una Superintendencia
que residió en Sevilla y el Obispo de Burgos, Juan Rodríguez
Fonseca fue el primer Superintendente, asesorado por dos Ministros.
Pero, en enero de 1503 crearon los Reyes Isabel y Fernando en Sevilla
la Casa de la Contratación y Negociación de las Indias Occidentales
y Canarias, a la cual se había de llevar todas las mercaderías que
se hubiesen de transportar a dichas tierras o se saqueasen de ellas.
Dicha casa inauguró un nuevo sistema de administración, sus funciones
fueron muy extensas; dispuso justicia, atendió el comercio y fue centro
de investigaciones geográficas. En 1528 quedó sometida al Supremo
Consejo de Indias, el cual gozó de inmensas atribuciones que perduraron
hasta la emancipación de las Colonias Españolas de América, cuya
Historia y Geografía le son acreedoras a servicios muy considerables.
Es indudable que desde el principio todas las expediciones mercantiles
se despacharon únicamente del río Guadalquivir y no hubo en España
otro puerto habilitado para el comercio colonial que el de San Lucas
de Barrameda.
En 1529 se determinó que desde varios puertos del Norte de España pudiesen los naturales de esas Regiones navegar con sus buques, mercaderías y frutos a las Indias Occidentales o Islas de Occidente en los mismos términos que hasta entonces lo habían hecho desde la ciudad de Sevilla, sin obligación de registrarse en ella, pero, ya fuese porque la guerra europea hiciera dificultoso y arriesgado el despacho de navíos solos de comercio; ya porque, como es probable, el de las Indias fuese muy poco conocido y frecuentado, es indudable que los pueblos y Provincias en cuyo favor se expidió el permiso, no hicieron uso de él, y Cédulas posteriores lo derogaron.
—Historia Naval de la República Bolivariana de Venezuela.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria Socialista o Muerte ¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net