Sobrado es sabido que la verdad es la primera víctima en una guerra. Eso lo sabe casi toda la especie humana, desde el soldado que participa directamente en el teatro de operaciones hasta el civil que, desde fuera, reflexiona sobre el derramamiento de sangre. Pero la gloría de su acuñación como frase le correspondió a un político estadounidense llamado Hiram Jhonson, por allá en 1.917, a propósito de la primera Guerra Mundial.
Y es un hecho. ¿Quién lo duda? Coloquialmente aceptamos esta gran verdad con la expresión “En la guerra y el amor todo vale”. Y la historia nos trae cantidades de argucias que faltaron al principio de la verdad para impactar la moral del enemigo, por supuesto, sin ningún tipo de recriminación, porque en una guerra, sobretodo si te atacan, tu único compromiso es sobrevivir, con verdad o sin verdad entre las manos.
Entre griegos, Patroclo se vistió de Aquiles para hacer retroceder a los troyanos; entre españoles, al Cid lo montaron ya cadáver sobre un caballo para acobardar a los moros; entre venezolanos, Páez mando a sus llaneros a arrastrar cientos de cueros de reses en medio de negra noche para dar la impresión de poseer un ejército descomunal... Argucias, como dije, falsedades, mentiras, mentiras blancas, si se quiere, pero todo en el marco de una guerra y desde el bando válido de la supervivencia.
Ahora vamos al grano, y digamos que hoy, era de la información, la manipulación de la verdad en sí misma es una ciencia o tecnología, un arte de la guerra, una guerra en sí misma. Es lo que se conoce como “guerra de cuarta generación”, situación digamos prebélica donde los bandos se caen a “verdades” y “mentiras” con el propósito, primero, de justificar el inicio de un conflicto y, si es posible, consiguientemente, ganarlo de antemano, es decir, sin echar un tiro, con el aval desinformado de la opinión pública.
Fue lo que se hizo con Irak y el cuento de la armas de destrucción masiva y lo que se acaba de hacer con Libia, con el cuento de los bombardeos a civiles, que nunca existieron, según fuentes rusas. Casi todos creyeron esa especie, digamos obedientemente, y casi nadie echó de ver que lo buscado es siempre el petróleo, el eterno y finito petróleo.
Ahora, reflexionemos. Lo deplorable es que la verdad pierda aun antes de empezar a combatir y, lo que es peor incluso, que su versión prostituida sea utilizada para empezar una guerra, guerra cínica, descarada, injusta. En Venezuela el poder imperial ya hizo amagos con su “guerrita” de cuarta generación, cumpliendo su primera fase, que fue la de levantarnos calumnias de narcotráfico, guerrilla, tiranía y terrorismo; pero nunca concretó la segunda, la de atacarnos militarmente, después de preparar el terreno con sus mentiras. Sin embargo, debemos estar alertas. Las guerras de cuarta generación no terminan. Y no se olvide que tenemos mucho pero mucho petróleo, hoy por hoy la base de las descomunales calumnias.
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