En 1834 residían en París, como refugiados políticos, numerosos idealistas alemanes de diferentes tendencias y condiciones sociales, soñando conspiraciones, debatiéndose en los confusionismos filosóficos de la época, alimentando sus rebeldías en los enciclopedistas y en las epopeyas de la gran Revolución Francesa. Coincidiendo con esta situación se produjo en 1834, el alzamiento en Lyon de los tejedores hambrientos. Movimiento de los canuts.
París en aquella época era el centro de un mundo, de inquietudes revolucionarias, donde latía el corazón de hombres de todos los confines de la tierra iluminados por los principios de libertad y de fraternidad humanas, fraguando rebeliones para liberar a sus patrias sojuzgadas. Una mística humanista inspiraba, en la mayoría de los casos, su moral revolucionaria e idealista, que aspiraba a la redención de la Humanidad. Las palabras revolución, socialismo, comunismo, colectivismo, anarquismo, libertad, fraternidad, pugnaban entre sí en una contradicción de fórmulas empíricas, ofreciendo cada una de ellas la solución de los problemas sociales, la panacea que salvaría a la Humanidad de todos sus males e injusticias.
El grupo de alemanes había constituido en 1834 una entidad llamada Asociación Republicana Democrática de los Proscriptos, transformada después en la Liga de los Desterrados. Más, pronto aparecieron en su seno discrepancias que dieron como resultado que, en 1836, se separara de ella un grupo, casi todo de obreros, considerados como los más extremistas, entre ellos Schuster, Shapper, Weitling y otros, para fundar una nueva organización secreta llamada Liga de los Justos, que se relaciona inmediatamente con otra organización secreta francesa, la Societé des Saisons, (Sociedad de las Estaciones) creada por Blanqui y Barbés.
La Liga, en 1838, encarga a Weitling, uno de sus elementos principales, la redacción de un manifiesto. Weitling elabora el documento conocido bajo el título de: La Humanidad tal como ella es, y tal como debería ser, del que se editan clandestinamente diez mil ejemplares que son difundidos en Francia y Alemania. En su estudio, Weitling defiende un tipo de sociedad a base de una gran Federación. Un cierto número de miembros formaría la comuna; varias comunas, un círculo; un cierto número de círculos, el distrito o el país. Representantes de todos los círculos designarían “la autoridad central”, la dirección de la Federación. Weitling, en algunos aspectos, inspírase en Babeuf, pero sobre todo recoge las ideas utópicas de Fourier y de Cabet. Su idea central es el “establecimiento de la comunidad de bienes. La Humanidad tal como ella es y tal como debería ser es un documento pleno de lirismo, de misticismo religioso fundamentado en toda clase de utopías. “Weitling —dice Engels en su prefacio al libro Carlos Marx ante los jurados de Colonia— intentaba conducir el comunismo al cristianismo primitivo; pero independiente de ciertas particularidades geniales que se encuentran en su evangelio de los pobres pecadores, su tentativa en Suiza no había logrado más que poner el movimiento, en su mayor parte, entre las manos de locos…”
En una de sus estancias en América, años más tarde, funda una Icaria que fracasa. París y en Suiza funda “Restaurantes Comunistas”, donde quiera que se encuentra realiza constantemente una enorme labor de organización. En su documento planea una estructura social basada en dos órdenes fundamentales: el de la familia y el del trabajo. El orden del trabajo constituye cuatro divisiones: Estado rural, Estado obrero, Estado intelectual y Ejército industrial. El Estado rural se desenvuelve así: Diez campesinos formarían un “equipo”; este equipo elegirá su jefe; cada 20 jefes de equipo elegirán un “maestro” labrador encargado del control, de la vigilancia del trabajo, de las reparaciones, etc. Diez “maestros” designarán, a su vez, su representante al Consejo de la Agricultura”. Igual procedimiento seguirían los demás Estados hasta llegar al Comité industrial, al Comité de sabios, etc. La orden de familia dividiríase en grupos integrados por mil familias, eligiendo cada grupo su autoridad. En la familia de base, la autoridad correspondería a los viejos.
“La organización social —dice en su documento— debe conformarse a las leyes de la naturaleza y del amor cristiano. Los conceptos estrechos de nacionalidad deben desaparecer para dejar a la Humanidad fundirse en una federación de familias. Todos los hombres deben a la sociedad una suma igual de trabajo… Todos tienen derecho a una cantidad igual de bienes necesarios a su existencia”.
En el mes de mayo de 1839 prodúcese en París un conato de insurrección dirigido por Blanqui y su organización en el que toman parte los elementos de la Liga de los Justos, pereciendo en las barricadas muchos de ellos. Fracasada la insurrección, Schapper, Bauer y otros, después de sufrir varios meses de cárcel, son expulsados de Francia y obligados a emigrar a Inglaterra; Weitling había huido a Suiza. En Londres y Suiza los emigrados dan continuidad a la Liga de los Justos, siendo, siendo su núcleo dirigente el de Londres, donde, en 1840, Schapper, Bauer, Eccarius y Moll organizan la Asociación Pública de Educación Obrera, integrada, al principio, por obreros alemanes. A través de esta asociación, la Liga recluta a nuevos adherentes y realiza su labor de proselitismo. La misma táctica es desarrollada en Suiza y allí donde existen posibilidades para ello. La política de expulsiones de los gobiernos reaccionarios no hacía más que multiplicar la acción de los propagandistas de la Liga. (En 1839 concediose a España la autorización para constituir “sociedades de socorros mutuos”).
Después que la Liga se establece en Londres, poco a poco pasa a ser una organización de tipo internacional. La dispersión de París había creado ramificaciones en Suiza, Alemania, Bélgica e Inglaterra, mostrando un ejemplo de cómo el movimiento revolucionario, de cada represión, de cada dificultad, extrae experiencias que determinan su fortalecimiento y superación.
Con la llegada a Londres, en 1843, de Federico Engels había de ejercer decisiva para el futuro de la Liga, con la que establece inmediatamente relaciones. Schapper le invita a ingresar en ella; Engels declina la invitación por no considerar llegado el momento de una participación directa. Se limita a asegurar unas relaciones estrechas y cordiales que más tarde dieron su máximo resultado. Marx y Engels mantuvieron idéntica actitud hacia la Liga, en la que percibían fallas ideológicas, su falta de precisión teórica, su “idealismo” sin perspectiva revolucionaria; estimaban que, no pudiendo ser el instrumento revolucionario que necesitaba el proletariado, podía contribuir a su formación, como, en efecto, ocurrió más tarde.
Mientras la Liga ensanchaba sus relaciones y se fortalecía, la Asociación de Educación Obrera adquiría a su vez una gran importancia. Ya no se trataba de una asociación de obreros alemanes, sino que formaban parte de ella húngaros, checos, rusos, franceses, holandeses, etc. La asociación se había transformado en un círculo comunista de estudios obreros, figurando en la cubierta de los carnets de socios, en más de veinte idiomas, la divisa idealista: “Todos los hombres son hermanos.”
Algunos elementos emigrados en Londres, a iniciativa de Schapper, en 1844, constituyen otra organización llamada Democratics Friends of Nations, (amigos democráticos de todas las naciones) que se asignaba como finalidad “el entendimiento entre los revolucionarios de todos los países, el fortalecimiento de la fraternidad entre los pueblos y la conquista de todos los derechos políticos”.
Engels, como contestando a todos aquellos elementos que sólo vivían alimentándose de una palabrería hueca, de una fraseología humanista, cubriéndola con etiquetas de “democracia”, sin contenido social alguno, en la Fiesta de las Naciones celebrada en Londres el 22 de setiembre en 1845 para los obreros de casi todos los países de Europa, afirmaba que la verdadera unión de las naciones sólo podía ser realizada con la victoria internacional del proletariado:
“Cuando se habla hoy de democracia, de fraternización de las naciones, no se trata de concepciones políticas, sino de realidades sociales. La Revolución Francesa ya no era, como se imagina aún demasiadas veces en Alemania, una lucha por tal o cual forma de Estado, sino un movimiento social; y, después de ella, una democracia política pura es una falta de sentido. En nuestros días, la democracia se confunde con el comunismo. Cualquier otra democracia no puede existir más que dentro de la cabeza de los visionarios que no se preocupan de los acontecimientos reales y para quienes los principios se desarrollan por sí mismos sin ser determinados por los hombres y las circunstancias. La democracia ha pasado a ser un principio proletario, el principio de las masas, y entre las fuerzas comunistas se pueden contar las masas democráticas…”
“LOS SUEÑOS QUIMÉRICOS DE LA REPÚBLICA EUROPEA Y DE LA PAZ ETERNA BAJO LA ÉGIDA DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA SE HAN VUELTO TAN RIDÍCULOS COMO LAS FRASES SOBRE LA UNIÓN DE LOS PUEBLOS BAJO LA ÉGIDA DE LA LIBERTAD, DEL COMERCIO… SÓLO LOS PROLETARIOS SON CAPACES DE FRATERNIZAR BAJO LA BANDERA DE LA DEMOCRACIA COMUNISTA, PUESTO QUE LA BURGUESÍA TIENE QUE DEFENDER EN CADA PAÍS INTERESES PARTICULARES, Y COMO EL INTERÉS ES, PARA ELLA, EL ELEMENTO DETERMINANTE, NO PUEDE ELEVARSE POR ENCIMA DEL NACIONALISMO.”
Los elementos de la Liga eran los animadores de todo un proceso de organización, En el mes de setiembre de ese mismo año, Engels celebra una entrevista con Marx en París en la que queda sellada la amistad que habría de unir, para siempre, el pensamiento genial de los dos grandes forjadores del socialismo científico y revolucionario, de sus vidas consagradas, por entero, al proletariado.
En enero de 1845, Marx es expulsado de Francia, refugiándose en Bruselas, adonde, un poco más tarde, va a residir igualmente Engels; entre los dos constituyen la Escuela de Trabajadores Alemanes, a través de la cual realizan una intensa labor de esclarecimiento y de educación política. Por medio de colaboraciones de prensa, de cartas, de circulares litografiadas, Marx y Engels, siguiendo un plan metódico y sistemático, van estableciendo las bases teóricas para un nuevo movimiento obrero. Desde Bruselas proyectan su acción política sobre los grupos revolucionarios de Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza y América del Norte. Allí donde había un grupo de alemanes emigrados, estaba presente una inquietud social, política y revolucionaria. El movimiento obrero internacional tiene sus mejores animadores en los revolucionarios alemanes diseminados por diferentes países, independientemente del papel histórico jugado por Marx y Engels, los dos colosos del movimiento obrero.
Es en Bruselas, bajo la dirección de Marx y Engels, donde está el centro de orientación política que va está estableciendo las bases de un movimiento político de clase con unidad ideológica que, al mismo tiempo, va barriendo las concepciones utópicas para dar paso a la teoría del materialismo histórico construida por Marx, y a la idea de dotar al proletariado de una conciencia política y de un partido de clase frente a las concepciones de los ideólogos de un falso socialismo y a las teorías contrarrevolucionarias del anarquismo.
Para coordinar su labor, Marx y Engels, en 1846, constituyen en Bruselas un Comité de Correspondencia en relación con los corresponsales con que cuentan en Francia, Inglaterra, Suiza, Alemania y América. Proudhon rechazó la colaboración con el Comité cuando Marx le envió una carta ofreciéndole la corresponsalía. Engels, en un viaje a París, establece contacto directo con los grupos más importantes y logra la adhesión de Luis Blanc, quien más tarde habría de terminar en Versalles y en enemigo de la gloriosa Comuna.
Para el verano de 1846 estaba proyectado un Congreso obrero en Verviers, (Bélgica) al que asistirían, entre otros, Marx, Engels y Weitling. Falta información sobre este proyecto de Congreso para saber si, en efecto, llegó a celebrarse o no. Lo que sí está claro es que el Comité de correspondencia, en esta época, realiza una intensa labor, mantiene estrechas relaciones con los grupos constituidos en los diferentes países contrarrestando las corrientes socialistas reaccionarias y todas las concepciones extrañas al verdadero socialismo revolucionario. La idea de un Congreso obrero pugnaba por ser una realidad.
En los primeros momentos de la Liga, en París, Weitling había sido uno de sus principales animadores. Había desarrollado una gran labor en Suiza, donde sus ideas contaban con numerosos adeptos. Marx discrepaba de sus formulaciones. Para Weitling el comunismo era la religión. O la religión era el comunismo. Sostenía que Cristo había sido el primer comunista y que en el Evangelio estaba la doctrina del comunismo. Y así lo reivindicaba en sus escritos. “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, exclamaba constantemente. En 1846, Marx y Weitling encuéntranse en Bruselas. “Marx y su mujer” —dice Engels— le testimonian, más que a nadie, una paciencia sobrehumana, pero él no puede entenderse con nadie. Así no tarda en rendirse a América para ensayar de jugar al profeta…” Marx discute ampliamente con él sus falsas concepciones. La amistad entre ellos queda rota para siempre. Weitling emigra una vez más a los Estados Unidos. Allí funda una especie de Liga de los Justos (1847). En 1848 regresa a Alemania y es encarcelado. En 1849 refugiase en Inglaterra. Los enemigos de la teoría de Marx le reciben con toda clase de honores. Pero Weitling ya no representa nada. Su comunismo quedaba atrás. De Inglaterra emigra de nuevo a los Estados Unidos, donde dedica su fantasía a invenciones y a la astronomía, muriendo loco en 1871. El remate de su vida era la evidencia de que el primer documento de la Liga de los Justos nunca había sido otra cosa que una nueva manifestación de utopía y quimera. Marx y Engels, con su pensamiento, habían hecho que la Liga se situara en una etapa superior decisiva y de la que sería realidad su primer Congreso.
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