Em imperio de la mediocridad

“Que el fraude electoral jamás se olvide.

Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”

  Con el inicio de los procesos electorales que  tendrán verificativo en el 2012, las calles de las ciudades comienzan a vestirse de los fulgurantes retratos de quienes pretenden ser candidatos a algún cargo de elección popular. Algunos de ellos se valen del argumento de que anuncian el informe de sus fructíferas actividades como legisladores o ejecutivos locales; otros aparecen sin mayor explicación y sólo acompañados por el nombre de alguna organización desconocida. El más llamativo es el que se coloca en la parte trasera de los autobuses urbanos: si te toca tráfico pesado corres el riesgo de quedar justo detrás de tales unidades y tener que soportar la estúpida sonrisa de algún benemérito aspirante a héroe patrio: ¿De qué se reirán? Sin duda se han de estar riendo de mí y de tantos otros sufridos transeúntes; ellos han de suponer que al contemplar su efigie vamos a caer seducidos por tan vigorosa personalidad. Pero la venganza es dulce y pronta: nunca mejor empleado el arte urbano del grafiti volcado a hacer escarnio de la egregia figura para, justamente, quedar como culo de camión: enlodado y hasta atrás, merecido destino de la cínica autopromoción de los mediocres sometidos al yugo de las imágenes mediáticas.

     En el mismo tenor, la promoción propagandística de los “grandes avances” registrados en el país por la acción generosa del presidente de la república, es otra muestra de la mediocridad que le caracteriza. Tal promoción expresa la incapacidad de convencer con los hechos y las realidades que, en lo cotidiano, desmienten los dichos de la vil propaganda. Alabanza en boca propia es vituperio y también está destinada a enlodarse en el culo de la historia.

     Vista desde otro ángulo, la mediocridad se nutre con el afán de los meros poderosos de privilegiar a los aspirantes más anodinos (que no hacen daño). Merece su respeto quien maneja un discurso sin culpas ni culpables, sin proyecto reivindicatorio ni alternativa diferente a lo acostumbrado, que sea como la caca de paloma que ni huele ni hiede. El discurso puede ser cruel en el ataque al adversario en lo tocante a su capacidad de gobernar y hasta de su honradez, pero jamás enfilarse a cuestionar el modelo y el sistema vigentes. En caso contrario, el discursante es calificado como factor de división y como “un peligro para México”. Para los anodinos todas las luces,  las pantallas y los micrófonos para su promoción; para el disidente también, pero para su denostación. Es sintomático que en todos los espacios de análisis político de los levantacejas, el fantasma de Andrés Manuel está siempre presente en el centro de la agenda política para denostarlo, expresamente o por venenosos ademanes.

     Ahora las encuestas incluyen, además de la expresión de las preferencias afirmativas respecto de los candidatos, la correspondiente al nivel de rechazo, aquel por quien jamás se votaría. El político mediocre, al gusto del sistema, es aquel que logra pasar un discurso ramplón y sin compromisos, pleno de vacíos (valga el oxímoron) y de frases rimbombantes pero sin contenido. Para la mercadotecnia política –letal veneno contra la democracia- la venta del producto se logra con figuras bonitas y bien portadas, que no sean rechazadas, aunque tampoco preferidas.

     Al más puro estilo gringo: demócratas y republicanos se dan hasta con la cubeta en temas periféricos, pero sin poner en duda el sistema capitalista imperial. Recién colocaron al mundo al borde de una catástrofe financiera por el tema del endeudamiento y los recortes presupuestales, pero su gasto bélico quedó intocado. Así se quiere que en México las cosas sigan como están, sin que nadie ose ponerlas en duda. Según esto mediocridad mata alternativa.

     Es cierto, el discurso de López Obrador no pasa la prueba de la anodinia ni de la mediocridad ramplona; es el discurso que analiza la realidad lacerante y postula alternativas de solución; revela las causas de la crisis que nos golpea y denuncia a sus causantes. Lo malo del caso es que los causantes tienen el sartén por el mango y los medios por la bolsa. Con la iglesia hemos topado, Sancho. Lo bueno es que siempre serán los menos.

  gerdez999@yahoo.com.mx  


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Gerardo Fernández Casanova


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