La personalidad del imperialismo

Como puntos principales en que debemos fijar nuestra atención a este respecto, tenemos que subrayar, en general, los principios cuya conciliación constituye lo esencial de toda acción, la personalidad en sí misma, en sus determinaciones arbitrarias y en su desordenada libertad para agredir. Sin duda, se revelan las intenciones verdaderas en sí por sí, bajo cualquier forma que aparezcan en la acción y como base esencial; pero, la manera determinada de manifestarse este principio ofrece formas diferentes y hasta opuestas.

El verdadero fondo, en cuanto a los fines perseguidos por estos personajes trágicos está comprendido en el ciclo y necesidades de las fuerzas que determinan su voluntad. Son los intereses del capital, materias primas y la autoridad del más fuerte. Es más, también utilizan contra los pueblos el sentimiento religioso, no bajo forma de un misticismo resignado o como obediencia pasiva a la voluntad divina, sino como celo ardiente hacia los intereses personales.

He aquí lo que constituye la voluntad moral de los imperialistas. Son los que pueden y debe ser, según sus ideas. No ofrecen un conjunto completo de sus cualidades desarrollándose en diversos sentidos de manera moral. Aunque vivientes e individuales en sí, representan únicamente el poder de ese determinado grupo que se ha identificado de una forma antihumana, con algún aspecto particular del fondo de sus intereses.

Ahora bien, en virtud del principio de la particularidad, al cual está sometido cuanto se desenvuelven, las fuerzas morales que constituyen el carácter de estos sujetos en su esencia y manifestación individual. Además, si estos individuos que actúan públicamente, como fin de una pasión humana que pasa a la acción, sus principios (de los cuales carecen) quedan destruidos y entran en lucha mutua, surgiendo de diversas maneras esa hostilidad hacia los países poseedores de materias primas. Pero, en estas condiciones, precisamente porque se aíslan en su determinación exclusiva, levantan contra sí la pasión de los pueblos, y de ahí se engendran implacables conflictos. Pero, no pudiendo realizar lo que hay en su fin más que como negación y violación de los derechos de otros, se encuentran forzados a caer en conflicto de guerra.

Sí se admite que el imperialismo sólo es culpable cuando ha ejecutado la agresión y resuelven arbitrariamente la ejecución. Obramos en virtud de su carácter o de su pasión, puesto que no hay en ellos ninguna indecisión, ninguna elección. En esto reside precisamente la fuerza de estos personajes, en no escoger, siendo en todas partes y siempre, ellos mismos, volcándose íntegramente en cuanto quieren y hacen. Son lo que son, y eternamente. Esta es su bajeza. La debilidad en la acción contra la agresión sólo consiste en esa separación de la personalidad como tal y de su objeto, cuando el carácter, la voluntad y el fin no parecen salir absolutamente de un mismo impulso.

Cuando ningún fin permanente vive en su mente, no formando algo así como la sustancia de su propia individualidad, estos rapaces pueden, en su indecisión, seguir direcciones diferentes, hasta que se decidan según su voluntad arbitraria. El motivo que une a estos predadores y al objeto perseguido por su voluntad es indosoluble. Lo que les empuja a la acción es precisamente su motivo amoral que lo creen legítimo. Y este nos lo hacen valer mediante discursos de retórica sentimental y mediante sofismas de la pasión. Lo expresan en un lenguaje lleno de artimañas, sin profundidad y mesura, de demagogia, viviente.

Por tanto, ¿Cuál será el resultado de la acción trágica? No puede ser otro que el siguiente: dado que los derechos opuestos a los pueblos en esta lucha son ilegítimos, las fuerzas morales no pueden ser destruidas. El verdadero desenlace consiste, pues, en la destrucción de las fuerzas agresoras como tal. Debemos también ser condescendientes en la conciliación con las fuerzas de la acción de la oposición interna, que se esfuerzan en negarse de diferentes maneras mediante el conflicto. Así, el fin último no es el infortunio y el sufrimiento, sino la satisfacción de las fuerzas morales. En efecto, sólo semejante desenlace puede revelar a los contrincantes la necesidad de lo sucedido como motivado por una razón externa. Y es solamente entonces cuando los distintos grupos fuertemente agitados ante el destino, hallan en realidad la calma y la paz. Sólo se comprende bien la tragedia cuando nos hemos elevado a este punto de honor.

En modo alguno debe concebirse semejante desenlace como un simple desenlace moral, en el cual el crimen es penado y la virtud recompensada. De modo alguno, se trata de esta forma reflexiva de la conciencia humana, que juzga de la bondad o perversidad de los actos, sino de un resultado que revela el acuerdo esencial y la igualdad de valor entre los dos contrincantes combatientes.

—Esto es una miseria, una completa miseria. A nadie le importa nada de nada. Y cuando alguno trata de agitar aisladamente este o aquel problema, una u otra cuestión, se lo atribuyen o a negocio o a afán de notoriedad y ansia de singularizarse.

¡Gringos Go Home!

¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!

Hasta la Victoria Siempre. Patria Socialista o Muerte.

¡Venceremos!


manueltaibo1936@gmail.com


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Manuel Taibo


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