Los gringos invaden a otros países desde la misma época de su independencia, cuando se metieron en los territorios canadienses, por allá en el 1775. Desde entonces, como que le tomaron gustito y los casos de pisadera de tierra ajena se elevan a varias centenas ya, según lo demuestran las cronologías.
Si no fuera porque en una época de independencia la geopolítica es primeriza y los linderos se afinan, se podría decir que es un rasgo innato de su constitución política. El conglomerado de medio centenar de estados unidos en una república (aunque sólo lo sea en apariencia) nació invadiendo. Apenas a veinticinco años de su declaración de independencia, los EEUU andaban ya en líos con Francia, con Libia, Túnez y Argel, metiéndose a la fuerza en tierras o aguas de estos tres últimos con el propósito de exonerar a sus barcos del pago de tributos.
A partir de entonces enfilaron sus botas contra México (1846), Argentina (1831), Nicaragua (1853), Uruguay (1855), Panamá (1856), China (1859), España y Puerto Rico (1898), Haití (1915), República Dominicana (1916), Filipina (1946), Grecia (1947), Irán (1953), Guatemala (1954), Cuba (1961), Vietnam (1958), El Salvador (1980), Irak (1991), Yugoslavia (1999), Afganistán (2001), Libia (2011), entre muchos otros países (sí, la lista real mantiene una preferencia invasora sobre los países suramericanos). Antes de su participación en la segunda guerra mundial, cursaba períodos de hasta treinta años sin invadir a nadie, lo que luego se redujo a la cifra de siete años (el período comprendido entre Haití y Libia).
La motivaciones son diversas y comprenden desde el trivial propósito de aleccionar a algún gobernante de país por insultarlos (Libia, cuando Gadafi llamó “perro” a Ronald Reagan) hasta las meramente militares, esas que se realizan para abrirse brechas marítimas o terrestres, asegurar geoestrategia o asistir a aliados. Una intervención curiosa fue la que accionaron contra Panamá, a cuyo gobernante acusaron de sembrar marihuana en el patio de su casa, cortinaje éste que utilizaron para encubrir el hecho de que uno de sus antiguos funcionarios de inteligencia operase luego en contra sus intereses comerciales, requiriéndose luego eliminarlo. Tonalidades por esta suerte sobran.
Cual su intervención en la segunda guerra mundial, adonde llegaron después de que los soviéticos hiciesen el trabajo de rendir a Hitler (los rusos sacrificaron casi treinta millones de vidas humanas en la acción), los estadounidenses (que tuvieron 400 mil bajas entonces) se han caracterizado por el oportunismo en sus guerras, el ventajismo y la cayapa. Quizás con la excepción de Vietnam y Afganistán, de donde salieron derrotados, sufriendo significativas bajas, además de México, donde tuvieron once mil, los blancos de sus ataques han sido países depauperados o desguarnecidos militarmente, por lo general custodios de algún fácil trofeo de guerra, como petróleo, agua, tierra o posicionamiento. (Como si se dijera robo, saqueo o guerras poco gloriosas). Pero intervenciones como Somalia, Haití, Panamá, la misma China campestre del siglo XIX o el mismo Irak sin aviación de 1991 bajo la figura de un ataque aliado, no parecen ofrecer grandes glorias desde el punto de vista de la honra militar, al menos como se concibe la gloria de combate desde antiguo, por mencionar un perfil de guerra.
Preguntaba el guerrero griego antiguo a su contrincante quién era, de dónde procedía, quiénes eran su familia y linaje, antes de trenzarse en combate en busca de la ansiada gloria; de modo que si vencía o moría, como fuere, se dignificaba por el prestigio del oponente. El alma del guerrero vencido podía descansar bajo la gloria de haber sido muerto por un Aquiles o Ayax, póngase por caso; como habría tenido que ocurrir en el caso contrario: el alma del guerrero vencedor se exaltaba al derrotar a un oponente de la dignidad de Héctor, para seguir con el ejemplo de “el pelida”. Pero (volviendo al siglo XXI) matar hambrientos somalíes o haitianos (gentilicios de los más pobres de la Tierra), o confabularse en miles contra uno, de paso depauperado o desarmado, es un comportamiento que no raya más que en la vergüenza de velar el acto de matar con ventajismo mediante el ardid de miles de espejismo, para ir, finalmente, por sus despojos de indignidad: una plaza militar, la incoación de un gobierno títere, el birlamiento de una riqueza natural, la maquinación de una conspiración en contra de un rival, todo ello mientras cursa el asedio de millones de seres humanos que por algún mecanismo evolutivo del destino no piensan como ellos, los invasores.
En tal contexto, pues de fiascos e indignidades se habla, no extraña que quepa al pelo la noticia reciente de la muerte de Osama Bin Laden, otro ex agente de sus filas devenido en adversario, pleonasmo, como dijimos, de víctima arrasada. Aunque para el caso, para desmedro de su mesa de trofeos y prestigio imperial, la definición de víctima como que no pareció calzarle nunca al rebelde Bin Laden, quien ─cuenta la leyenda─ murió naturalmente, invencible, intocado por las centenas de operaciones estadounidenses en su contra. No obstante, presurosos por cerrar el capítulo con una “gran” dignidad belicista (parecida al acto fraudulento de matar a un somalí o haitiano con velados propósitos), como se supone corresponde a un imperio, en el espíritu de la expresión Noblesse oblige, los EEUU se inventaron una historia oficial para el mundo, a saber, capturaron y asesinaron al codiciado terrorista después de tantos años de búsqueda, cuando la verdad como que fue que hallaron su tumba, donde reposaba después de morir por causa de una enfermedad renal.
En circunstancias con semejantes delineamientos, no parece honroso, en modo alguno, como muestran los ejemplos, hablar de oponentes o enemigos, mucho menos de hallazgos o verdades encontradas. Más allá del hecho de que tales aberrantes acciones constituyan movimientos tácticos en la estrategia final de arrodillar a Rusia, China y sus aliados para hacerse con el control mundial, sustrayéndoles lentamente zonas de influencias, la serie de piraterías acometidas con sus invasiones a pequeños países no tendría recibir el apropiado título de “guerra”, puesto que guerra no puede haberla sin contrarios o verdades encontradas. Aplastar a quien de algún modo ya lo está no puede llamarse guerra heroica en pro de la seguridad del mundo, del mismo que no puede tampoco hablarse de “objetivos alcanzados” porque se consiga el vacío de una vida que una vez encarnó una verdad. No tendría, pues, que haber lucimiento alguno en aseverar o demostrar que hay prestigio e invencibilidad imperial sobre la base de tales acciones y respectivos despojos cuando el hecho evidente es que el país del norte, después de la segunda guerra mundial, lo que ha hecho es acometer actos de vaganbundería honorífica, pillajes y genocidios sobre una humanidad de blancos militares en extremo vulnerables, humanidades que, por cierto, han ido alimentando y configurando un peligroso modelo de parasitismo global en la medida en que el Estado estadounidense empieza a existir biológica y geopolíticamente sobre la base de la sangre o riqueza de los demás.
Las guerras fáciles, ganadas sin contrincantes, ejerciendo sin tapujos o arteramente un burdo pillaje, han servido a los EEUU para el propósito de hacerse con un prestigio de poderío e invulnerabilidad sospechosamente cojo en tanto ha contribuido a ello su acostumbrada parafernalia comunicacional, la misma que eleva a calidad de arma atómica lo que es convencional y convierte moscas en elefantes (no significa que se niegue su poderío atómico, pero nos saldríamos de la convencionalidad) . Sumidos en el plano de la guerra, donde controlan la información que sale y entra, el mundo no se entera que el somalí o haitiano no portaba armamento ni que de antemano ya tenía una herida practicada en la zona abdominal, debilitante incisón causada por el hambre más que por las balas. No obstante, la acción malandrín es hábilmente explotada para los fines de intimidar al resto de la comunidad internacional con ataques o invasiones, construirse una fama de invicto y erigirse en policía mundial, como es su sueño vivo actualmente.
El rédito de los despojos de los “oponentes” sitiados se eleva al grado tal de obnubilación que para la mayoría de las personas es poco conocido que EEUU en su época de guerra con México, cuando finalmente le sustrajo la mitad de su territorio, fue invadido por las tropas de Pancho Villa (Batalla de Columbus). Y por el mismo estilo se tendrían que colar los ejemplos de de Cuba y Vietnam, además del reciente Afganistán, países que, si es cierto que no han invadido a los EEUU, los han resistido y le han propinado sendas derrotas basando su combate más en la moral del alma humana que en apoyo de destructoras armas. Casos y circunstancias que difícilmente podrían contribuir a encumbrar ficciones sobre poderío e invencibilidad, y ello sin contar con que los países mencionados para nada conforman élite alguna (ni siquiera medianamente) de poderío militar.
Ello expone a colación una consideración sobre el momento presente, para finalizar este artículo: EEUU no se atreverá convencionalmente contra Irán, la próxima y soñada joya de invasión en el Medio Oriente, donde los países abrevan petróleo y la naturaleza se afanó en generar geoestrategia (control de estrechos y aguas oceánicas de paso internacional). No se equipara Irán a la minusculez militar somalí o haitiana, siendo difícil, en consecuencia, que sus despojos luzcan como trofeo de guerra en la mesa del Pentágono y contribuyan a seguir erigiéndole el terrífico perfil de país invasor. El nación persa hace rato que anda armada (tuvo fogueo militar con Irak, además de una bélica historia), desarrolla poder nuclear, posee lanzadera de misiles, flota marina de guerra, además de ser local en el manejo de condiciones geográficas favorables. La disuasión que ha poco hiciera la nuclearizada Corea del Norte sobre la determinación yanqui de atacarla es un historial a tener en cuenta para sostener la propuesta de un Irán librado de ataques. Dígase también que tocar a Irán constituiría un acto de lesión para los intereses de las otras potencias del orbe, como Rusia y China, quienes podrían intervenir, sino directamente (Rusia ha movido buques de guerra al área del conflicto), ejerciendo una presión desatadora de vientos nada favorables para la salud y autoestima del policía mundial. Más allá de eso, no se esconde tampoco que es posible que la humanidad vuelva por el camino de la toma de bandos que caracteriza a las guerras, se polarice y se sumerja en un conflicto de planetario alcance.
¿Claros con el nuevo objetivo de invasión de los EEUU? Ni está depauperado, ni desguarnecido militarmente, y no son precisamente inocuos los efectos de su toma. En el “glorioso” historial de ataques invasores de los EEUU no hay un país que haya sido sitiado con semejante perfil generador de tormentas. Pero acállese a quienes mueren por poner sobre la mesa que los EEUU son la potencia por antonomasia, el país armado, el de las bombas atómicas, el tecnológico, el del INTERNET y el de la era de la inteligencia informática, contra lo cual no existe posibilidad de triunfo alguno de parte del género humano: tan ciertamente como que con sus bombas nucleares podría tomar a Irán o a cualquier otra región del planeta, desatando lo que hubiere que desatar en el mundo, se aclara que las consideraciones de la presente reflexión no han rebasado los límites de la convencionalidad en la guerra. Sólo que habría que preguntarse si el país que una vez asoló a otro con bombas nucleares sea capaz de hacerlo nuevamente, con el propósito de seguir coleccionando sus despojos invasores o procurando la realización de su sueño de dominio mundial, via ejercicio de la cobardía invasora de la parlotea este escrito desde el principio; y preguntarse si eso en sí, es decir, destruir aquello por lo que se lucha (el mundo), constituiría una victoria.
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