¿Usted cree que después de 68 años de dictadura o gobierno colorados en Paraguay puedan de un día para otro romperse los esquemas mentales de soporte de una franquicia política y su determinada ideología, así como las estructuras psicosociales, económicas y culturales moldeadas tanto sobre la población sometida al trance como sobre las mismas las castas o grupos dirigentes modeladores?
¡Vamos, intente comprenderme y responder con sinceridad la pregunta! Como la situación, la pregunta puede parecer barroca, pero no bizantina. Está escrita en español, con sentido y lógica propios del ser latinoamericano, donde floreó tanto bandolerismo, golpismo y dictadura. Donde florea, para ser más responsables.
Cuando Fernando Lugo llega al poder en 2008, quiebra la seguidilla de la derecha política enquistada en el país guaraní. Aunque nadie pueda afirmar que el hombre se defina significativamente de izquierda, por más que se asevere tan gráficamente que es el segundo presidente de tal ideología que llega al poder en Paraguay. ¿Se es de izquierda por oponerse a la derecha política? Simplemente es un párroco católico que concitó la unión de fragmentos opositores en contra del cansancio generado en la nación por el Partido Colorado y, obviamente, entre las partes a soldarse estaban allí las afinidades de la izquierda, listas para apoyar. Según están fundados los esquemas y humores en el país, según los hechos flagrantes demuestran la verdadera naturaleza política de la clase gobernante y cultura paraguaya, nadie de científica izquierda sobreviviría en el poder ni un día.
Tampoco nadie puede afirmar que, por romperse la continuidad gobernante de la derecha política por Fernando Lugo, esté desmontada. Precisamente lo contrario es el tema de este escrito. Está más rozagante que nunca.
Pero volvamos a mordernos la cola como la serpiente y contésteme la pregunta: ¿usted cree? ¿Se podrá cambiar un modo de ser nacional después de casi setenta años bajo un estilo de vida? Nadie se cierra, nadie dice que no a la esperanza del cambio, por favor, por ahí no es la cosa. Se trata, sencilla y lógicamente de dejar con claridad sentado que el poder ejercido durante tanto tiempo por un individuo o cofradía política, sin espíritu democrático, deviene en dictadura y siembra en las conciencias populares el hábito de la obediencia y, por contrapartida, el del mando en las élites. Y no cabe aquí un refutamiento con el argumento venezolano de Chávez en el poder (más de una década), porque él ha llegado al poder, está y pinta que se irá según lo dictamine la voluntad popular. ¡Mediante elecciones, pues!
Digamos, en otras palabras, esclavitud constitucionalizada, ese mismo sesgo y rasgo que encarna el flamante golpe de Estado constitucional que asestó la estructura psíquica derechista de ese país. Lugo fue un parpadeo y concesión a la razón crítica, para guardar apariencias. Pero en Paraguay se debate y abate un alma nacional en pena, con visos de esclavismo popular y guirnaldas de autoritarismo gubernamental, ambos en mutua relación de complementaridad.
No se borran 70 años de cultura así como así, faltando nomás, para coronar la idea, la proclamación de la monarquía en ese país.
No ofendo a Paraguay ni a su pueblo al decirlo. Hablo de la realidad latinoamericana, del caciquismo, generalismo, autoritarismo, dictadura... Hablo del hecho sociopolítico y psicosocial del golpismo en nuestro hemisferio como forma vida, como gobierno. Hablo de Venezuela, mi país, que lucha por emerger del esclavismo derechista donde estuvo hundido durante media década; de Chile, de cual estoy seguro está hecho de la misma pasta paraguaya, dominando actualmente por la fiera y enquistada derecha política, calladita allá, escondiendo la garra, pero la militar garra que brota cuando un perfil “izquierdista” toca sus santos intereses.
Y no dejemos de mencionar a la reciente Honduras, pobre país atenazado (como México más allá) por la presencia del colonialismo; colonialismo que es propósito y ambición política sublimados de toda mentalidad monárquica, derechista y capitalista, y ansiedad que instituye también el vasallaje popular como forma de vida.
Digamos la verdad, caramba, y dejémonos de pruritos pendejos que enturbian la reflexión y el objetivo de los cambios mentales.
Ese país, como Chile (donde las estructuras derechistas de la dictadura pinochetista están soterradamente intactas), está llamado a un derramamiento de sangre para obrar un cambio si no orquesta una inteligente revolución de desmontaje. Se impone el estudio de la realidad latinoamericana, de los precedentes de los movimientos revolucionarios en la región, de las mismas dictaduras, del caso venezolano, boliviano (caso Evo en el poder), etc. Sobremanera, se impone el estudio y combate del colonialismo, imperialismo y derechismo internacionales; sus debilidades, las oportunidades que ofrece su actuar, el mismo momento presente de florecimiento de las izquierdas o actitudes de cambio en el ámbito mundial... El estudio del mismo pueblo en su alma, sueños, lamentos, aspiraciones. Sobre este aspecto último, en Venezuela el vuelco político se montó sobre el llamado Caracazo, una expresión popular de repudio a la derecha gobernante que conllevó a gestar el apoyo de una veta militar y la posterior revolución Bolivariana que conocemos.
Porque es verdad, no hay revolución sin la presencia o amago de un poder aterrador para la factoría gobernante; y este armamento siempre encarnará en la presencia supranumeraria del pueblo armado, sea con ideas o balas, o con ambas cosas a vez, todo, por supuesto, sobre un tejido de organización. Tales son lugares comunes, pero escalones al fin para subir un razonamiento. Dígase que para el desembarazo de la derecha política, enquistada estructuralmente, cruenta ella por ejercicio político, obtusa hasta la muerte, se impone no tanto la receta de Lenin de cortar hasta las semillas la posibilidad de sucesión sistémica como orquestar un revuelco poderoso, largo, evolutivo, contracultural.
En fin, se trata de un simple decir de que la cosa no es nada fácil y que la balanza de la historia y la justicia se oxidó inclinada hacia un sólo lado, solidificando acompasadamente almas nacionales. ¡Duro camino el de la vivificación!
De manera que nos respondemos nosotros mismos (¿o se decidió usted a hacerlo, finalmente?): no, no es posible cambiar un modo de ser nacional así como así, de la noche a la mañana, después de casi tres cuartos de centuria. Trecho o lamentable sangre falta mucho por recorrer o correr, respectivamente. Atenta, por un lado, la apatía del gen sociopolítico ese esbozado por Bolívar cuando dijo que un pueblo se acostumbra a obedecer a un tirano; y, por el otro, el entusiasmo sanguinario de quien se hace con el don de mando. Pueblo guaraní y élite como fusionados en un globo que debe dejar de ser globo y explotar, para aventurar una expresión simplona.
Vayan las palabras de El Libertador:
"La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”
¿Usted cree que el tigre abandonará por decisión propia su naturaleza depredadora (peor si estructural y sociopáticamente afincada) sólo porque las gacelas decidieron con sus manitas, pestañas largas y pezuñas votar un buen día que no se las coma más?
¡Por favor...! En Chile, Paraguay, Perú, Colombia, El Salvador, Honduras y otros países con perfiles militares y políticos similares, con fotos de presentación sociológica afines, la revolución está en dejar la costumbre de sacrificar una gacela cada cierto tiempo para alimentar al ogro ideológico que los aterroriza y explota perennemente.
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