Imperio de ladrones

Los señores que han dirigido el Imperio afirman, con insolente orgullo, que Estados Unidos ha llegado a ser el país más rico y poderoso del mundo por sus inmensos recursos naturales, pero las evidencias históricas prueban que esas riquezas les fueron robadas a otros países.

1-. ROBO DE UN CONTINENTE

Estados Unidos no nació como una república democrática, sino un imperio, porque las trece colonias que formaron los quince Estados originales o casi originales –Vermont era república y Maine pertenecía a Massachusetts--, dominaban un territorio que el Imperio Británico le había quitado a Francia en la Guerra de los Siete Años y que el nuevo país heredó, o sea las tierras que van del Mississippi a las Appalachias y que habían sido parte de la Nueva Francia.

Ese territorio heredado, casi tan extenso como el original del país, era una posesión imperial de la nueva república, ganada no por el proceso civilizador al que llamamos colonización, sino por la guerra, el robo, la sangre, la barbarie.

Por el Compromiso Real de 1763, la corona británica se comprometió a respetar los derechos que sobre esas extensas tierras francesas recién adquiridas tenían los pueblos que vivían en Norteamérica a la llegada de los europeos. Ese justo y humano entendimiento fue denunciado por los llamados “Padres Fundadores” quienes desde la etapa en que luchaban por la independencia le declararon la guerra a la población autóctona, lo que se vio, en su forma inicial, en la masacre que dos generales independentistas perpetraron contra varias tribus iroquesas en el Estado de Nueva York, en 1779, en la que fueron asesinados cientos de mujeres y niños (Sullivan Raid)

En 1803, el país se duplicó con la compra del Territorio de Luisiana –Louisiana Territory--, que violó la Constitución de Estados Unidos, pues Jefferson tenía que haber convocado a ambas cámaras del Congreso para que aprobaran un addendum constitucional que le diera poderes para comprar territorios extranjeros, y no lo hizo. Napoleón, por su parte, siendo Cónsul Vitalicio, violó la Constitución de 1802 –Constitución del Año Diez de la Revolución Francesa--, pues no buscó la aprobación del Senado para vender ese extenso territorio de dos millones y medio de kilómetros cuadrados en el que se hallan muchas de las mejores tierras agrícolas del mundo.

En 1817, el Imperio invadió a Florida y unos años después se produjo la compra ilegal de este Estado en la que James Monroe violó la Constitución de Estados Unidos. Fernando VII, por su parte, violó la Constitución de Cádiz de 1812 que había sido suspendida por él en 1814, pero restaurada de 1821 a 1824 durante el Trienio Liberal. La venta de la Florida no fue efectiva hasta unos meses después de haber sido restaurada la Constitución de Cádiz.

De 1835 a 1848, el Imperio le robó a México más de dos millones de kilómetros cuadrados, que hoy forman varios extensos Estados, entre ellos dos de los tres más ricos del país, California y Tejas.

En 1867, adquirió Alaska y un año y medio después violó ese tratado de compra con Rusia al militarizar la extensa península por lo que el acuerdo quedó, legalmente, nulo.

En 1893 se robó Hawai –detrás del sofisma de una falsa república, como la de Tejas medio siglo antes--, en contra de la voluntad de todo el pueblo hawaiano.

En 1898, se robó Puerto Rico, Guam y Filipinas, asesinando en el archipiélago asiático a cientos de miles de civiles inocentes, y convirtió a Cuba en una neocolonia.

El Imperio es, pues, efecto del robo, la guerra, el genocidio y la violación de constituciones y tratados. El 10.5% de su territorio forma lo que llamamos Estados Unidos, que componen los 15 Estados originales o casi originales y se hallan al este de las Appalachias, de Maine a Georgia; el otro 89.5% de su territorio es imperio.

Todas las personas que viven en este territorio imperial de 35 Estados, 239 millones de habitantes y 8.200,000 kilómetros cuadrados, no son habitantes de Estados Unidos, sino súbditos del Imperio. Las que viven en el país original o casi original que conforman 15 Estados con una población de 76 millones y un territorio de 1.300,000 kilómetros cuadrados, son habitantes de Estados Unidos. El país, formado por estas dos áreas geográficas tiene, por supuesto, unos 315 millones de personas, 9.5 millones de kilómetros cuadrados y 50 Estados.

Ésa es mi teoría y sé que muchas personas, aun entre los antiimperialistas, no la aceptan, pero la seguiré defendiendo como he hecho por más de 45 años. Las verdades no necesitan de aplausos, sobre todo en un mundo en que tanto se ensalza a la mentira.

2-. ROBO DE RIQUEZAS

Al ocupar los suelos y subsuelos más ricos del mundo, Estados Unidos se convirtió, eventualmente, en la primera potencia económica del planeta; pero esa riqueza no se hubiera logrado de no haber sido por esas guerras, genocidios y violaciones de la ley. De 1848 a 1861, California produjo más oro que todo el que había producido el mundo en los 150 años anteriores. Ese oro y las inmensas riquezas agrícolas de los Estados del Medio Oeste que formaban parte del Norte durante la Guerra Civil, y que se le habían quitado a Francia por la guerra y la inconstitucional Compra de la Luisiana, le dio al gobierno de Lincoln la suficiente riqueza para formar un gran ejército de cientos de miles de soldados que contaba con armas mucho más mortíferas que las del Sur, y le permitió, por ello, ganar la guerra y reunificar al país.

Fueron las riquezas del Imperio las que le permitieron al Norte ganar la guerra, no la fuerza en sí de los Estados originales que eran parte de ese norte, o sea fue el Imperio que ya llegaba hasta el Pacífico el que le ganó la guerra al Sur, no sólo la parte norteña del país original. No fue una guerra entre unos Estados y otros, sino entre el Imperio y los Estados del sur. No se liberó a los esclavos, porque los esclavos-agrícolas del sur se convirtieron en esclavos-industriales del norte y muchos siguieron siendo esclavos-agrícolas del sur, bajo los vocablos eufemistas de “obreros” y “trabajadores agrícolas”, y por casi un siglo vivieron en peores condiciones que las que existían en el sur bajo la esclavitud.

Esa esclavitud real aún existe y en algunos aspectos es peor que la del Siglo XIX porque los esclavistas de entonces no les negaban asistencia médica a sus esclavos. Lo hacían, por supuesto, para proteger el rendimiento de su propiedad, o sea de una máquina biológica de trabajo que era la que le producía las riquezas. En ese sentido los negreros del siglo XIX fueron más inteligentes y humanos que los capitalistas de hoy.

De no haber contado Lincoln con la fuerza económica, y en consecuencia militar, del Imperio, el Norte no hubiera vencido al Sur. La guerra habría terminado en un armisticio. Los Estados de la Confederación integrarían hoy un país independiente. Tejas, con Arizona y Nuevo México, sería una república. California sería, también, un país independiente al que pertenecerían Nevada y Colorado. Además, Oregón, Montana, Utah y las dos Dakotas serían otra nación. Algunos de los Estados del Medio Oeste, de gran riqueza agrícola, hubieran formado aun otro más. No existiría Estados Unidos, sino cinco o seis países del territorio que una vez se llamó Estados Unidos. No existiría el Imperio ni sus ciudadanos tendrían la arrogancia de llamarse, ellos solos, “americanos”.

Las extensas tierras que se le robaron a Francia por la guerra y la violación de las leyes convirtieron a este país en la primera potencia agrícola del mundo en el Siglo XIX y le permitieron, a partir del fin de la Guerra Civil, comenzar su industrialización, un siglo después de los países más ricos de Europa. Pero esta industrialización no hubiera sido acelerada ni a gran escala de no haber contado este país con el petróleo de México. Más del 95% del petróleo que ha tenido este país se halla en tierras mejicanas o en su plataforma marina, robadas ambas por el Imperio. Hoy Alaska es un gran productor de petróleo, pero también esta península es una posesión ilegal porque Ulyses Grant violó, en 1869, el tratado de compra con Rusia que había hecho, legalmente, en 1867, Andrew Johnson, pues ya desde 1845 la Constitución del país le permitía al gobierno federal efectuar la compra de nuevos territorios.

3-. ROBO DE UN MUNDO

De no haber sido por esa expansión territorial, genocida, inconstitucional y guerrera, y por el robo de tantas riquezas, no hubiesen emigrado a este país tantos millones de europeos y asiáticos, y, luego, americanos del resto del continente, que, también, ayudaron con su ingenio y arduo trabajo al desarrollo del país.

Ésa es la naturaleza del Imperio: la riqueza mal habida que hizo de este país una gran potencia y que es el motivo por el que millones de seres humanos quieran emigrar a él para ‘disfrutar’ de un supuesto sueño del que carecen en sus países, o sea de un estilo de vida que no es producto del honor ni la cultura ni la sensibilidad ni la solidaridad humana ni el sentido de la justicia, sino sólo de la riqueza material.

Ahora vemos que cuando un mejicano llega a California, Tejas y otros Estados del suroeste se le considera ilegal, a pesar de que en esos Estados los ilegales son todos los que no sean mejicanos.

Fue ese enriquecimiento original el que le permitió a este país entrar en la infame carrera del imperialismo moderno. Los imperios de Europa, pequeños en tamaño, sobre todo Portugal, Bélgica y Holanda, tuvieron que ocupar colonias en África, Asia, Oceanía y aun en América. Medio siglo después lo hizo Japón. El Imperio no tuvo que hacerlo en otros continentes, con excepción de Filipinas y Puerto Rico, porque ya tenía en su propio territorio las colonias que necesitaba. Tierras, oro, petróleo, carbón, gas natural, hierro, industrias y gran riqueza agrícola que le permitieron amasar el capital financiero para explotar a otros países del mundo, comprándoles sus materias primas al precio mínimo y vendiéndoles los excesos de su industria al máximo precio.

Bajo el sofisma del laissez faire los imperios, sobre todo Estados Unidos, invadieron a muchos países del mundo, o intervinieron en sus asuntos internos, precisamente para aplastar su libertad económica y someterla a sus propias economías. Naciones enteras fueron saqueadas de todas o casi todas sus riquezas.

A fines del Siglo XIX comenzó la época, que aún perdura, del capitalismo monopolista y oligopolista y la explotación inicua de los países menos desarrollados. Y a nivel nacional, de la explotación a ultranza del trabajo humano en que la ganancia producida por el exceso de trabajo no remunerado se convierte en capital de inversión para seguir explotando el trabajo humano. A medida que avanzaba esta iniquidad, la sociedad se fue polarizando entre los que tenían el capital excedente para explotar el trabajo ajeno y los que sólo tenían su fuerza de trabajo como único capital.

América, la verdadera América, fue víctima en numerosas ocasiones de esa criminal ambición. El Imperio trató de avasallar a todo un continente y hasta logró someter a algunas naciones, pero los pueblos del sur y centro del continente se han rebelado y hoy existe la América que siempre debió existir, la del antiimperialismo, el socialismo, el nacionalismo, el populismo, la dignidad nacional:

Así, mediante el robo inagotable, se ha forjado el Imperio que ha dado origen al sueño “americano”. Un imperio que esperó casi tres años para entrar en la Primera Guerra Mundial con el propósito de que los países de Europa se destruyeran en gran parte para quedar él, entonces, como el primer imperio mundial. Hizo algo parecido en la Segunda Guerra, por eso fue que la invasión de los “aliados” no llegó hasta junio de 1944, porque el propósito era que Alemania y la URSS se destruyeran para recoger sus despojos.

El elemento esencial que formó al Imperio, la guerra, se mantiene aún en este mundo globalizado. Ya no se conforma con el dominio de otros países, ahora quiere el dominio mundial y para ello no se detiene ni ante la peor monstruosidad acaecida en este país en toda su historia, por eso concibió y perpetró los atentados terroristas del 11 de Septiembre del 2001 para justificar futuras invasiones y aumentar su poder en un mundo globalizado.

El Imperio, sin embargo, no va a lograr el vasallaje del mundo porque su poder, en relación al del resto del mundo, es hoy mucho menor que antes, ya que le han fallado, sobre todo, los medios para la guerra, la economía. Ya hoy el dólar ha perdido parte de su valor y las nuevas divisas del comercio internacional son el euro, el yen, el yuán y el franco suizo.

Esto se ha manifestado varias veces en forma dramática, en los últimos dos años, con el probable cierre del gobierno imperial por falta de dinero para proseguir sus operaciones. Si no hubiese guerra ese grave dilema no existiría, pero si no hubiese guerra el imperio tampoco existiría.

Para su mayor desgracia, el Imperio está enfrascado hoy en tres guerras perdidas. Ya se plantea que la única solución permanente en Afganistán es el regreso de los Talibanes al poder, por la sencilla aunque poderosa razón de que todo el pueblo los apoya. Hace unos días, el Imperio le advirtió al presidente Malik de Irak que no permitiera los vuelos desde Irán a Siria. O sea ya no tiene el Imperio ni el apoyo incondicional del gobierno iraquí, a pesar del millón de muertes que le ha causado a ese país o… precisamente debido a ello. Con el presidente Karzai de Afganistán también ha tenido el Imperio graves problemas, sobre todo por las monstruosas masacres indiscriminadas contra civiles inocentes.

En Pakistán sucede algo parecido, pero en menor escala, a no ser que el Imperio cometa una locura mayor e invada a ese país.

Fuimos testigos, de febrero a octubre del 2011, de la inmensa masacre del pueblo libio, perpetrada por Barack Obama y otros gobernantes que, también, actuaron como criminales de guerra.

Son los generales del Pentágono los que están diciendo que el gobierno de EU no puede enfrascarse en una cuarta guerra. Y un imperio en paz no sería ya imperio. La guerra es su alimento esencial. Si deja de hacerla muere por inanición.

4-. ROBO DE UN SUEÑO

¿Afectan estas guerras genocidas y esta gran crisis económica al sueño “americano”? Por supuesto que sí y en forma decisiva. Porque si no hay riqueza ni poder, no hay ‘sueño’ y ese ‘sueño’ que antes era para millones de inmigrantes, ya hoy ni siquiera lo es para la mayoría de las personas que nacieron en este país de padres y abuelos también nativos del mismo.

Aun desde antes de estas guerras perdidas por el Imperio y de la crisis económica provocada por las mismas y por la avaricia y la extrema delincuencia del capitalismo, unos 143 millones de trabajadores de este país, el 89.5% de su fuerza laboral, comprendían que no existe tal sueño, porque carecen de derechos laborales y seguro médico, porque pueden ser despedidos por su empleador en un solo momento, sin que haya la menor causa para ello, y sólo le dan unos pocos días al año de vacaciones, y le exigen que produzca más en el menor tiempo posible, convirtiendo el trabajo en una tortura que afecta la salud, y, para mayor desgracia, el gobierno está usando en sus guerras los fondos que se dejaban para su retiro.

5-. ROBO DE UN NOMBRE

No satisfecho por todo lo que ha robado mediante la guerra y la violación de leyes y tratados en Norteamérica y el resto del mundo, el Imperio ha querido apropiarse del nombre América al extremo de creer que se debe llamar americanos sólo a los habitantes de Estados Unidos y no a quienes viven en más de 30 países de Norteamérica --o sea en este caso Canadá--, América Latina y El Caribe, o sea que, para estos insolentes imperialistas, los más de 700 millones de habitantes que viven en el resto del continente es como si viviesen en las islitas volcánicas de Tristán da Cunha o sobre las tierras heladas, no ya tan sólidas, de la Antártida.

Es como si los franceses le llamaran Europa a Francia y creyeran que sólo ellos son europeos, excluyendo a todos los demás habitantes de ese continente. Sospecho que eso hubiera provocado más guerras que Napoleón y Hitler, no la increíble pasividad que los americanos han adoptado ante el robo de su nombre.

Los cuatro viajes que el navegante florentino Américo Vespucio o Amerigho di Vespucci hizo al Nuevo Mundo –algunos historiadores sostienen que eran seis—fueron a los países que hoy forman Trinidad-Tobago, Venezuela, las Guayanas, Brasil, Uruguay y Argentina, y mientras Colón insistía en que había llegado a Japón y a otras costas de Asia, Américo mantenía que se trataba de un nuevo continente entre Europa y Asia. Así se lo manifestó, desde su primer viaje en varias cartas llenas de datos y razonamientos, a varios intelectuales de Florencia y Amsterdam, quienes las publicaron y, en unos años, se hicieron famosas en Europa.

La disensión consistía en que Américo --un intelectual de la ciudad más culta entonces del mundo, Florencia, protegido de Lorenzo Pierfrancesco de Medici, hijo y heredero de Lorenzo el “Magnífico”, fundador de la famosa dinastía renacentista--, creía en el cálculo que sobre la circunferencia de nuestro planeta había hecho 1,700 años antes el geógrafo griego Eratóstenes, o sea de casi 40,000 kilómetros, y Colón creía en la medición que dos siglos y medio después de Eratóstenes hizo el geógrafo grecorromano Claudio Tolomeo, o sea de unos 29,000 kilómetros. Si el cálculo de Tolomeo hubiese sido cierto, entonces la idea de Colón de que había llegado a Asia era correcta, pero la razón estaba en Eratóstenes y en esos 11,000 kilómetros de diferencia se hallaba un continente desconocido por el resto del mundo.

Fue en honor a Vespucio, el primer europeo que habló de un Mundo Nuevo, que cuando los cartógrafos alemanes Martín Waldseemüller y Matías Ringman publicaron, en 1507, Cosmografía Universal, le pusieron el nombre Amériga sólo a la costa atlántica de esos países mencionados.

El nombre se fue extendiendo al resto del continente después de la muerte de Vespucio, en 1512, cuando aún Ponce de León no había descubierto el país que casi tres siglos después se llamaría Estados Unidos. Los territorios que hoy forman este país y Canadá adoptaron el nombre América a fines del Siglo XVII. Desde el punto de vista histórico y geográfico, Estados Unidos y Canadá son los países menos americanos de América.

carlos.rivero@att.net


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Carlos Rivero Collado


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