Hace más de seiscientos años, los papas, temerosos del caos que amenazaba a la Iglesia Católica, ante las diversas interpretaciones de que era víctima el cristianismo oficial, es decir el cristianismo gubernamental, idearon una especie de policía religiosa (La Inquisición) para meter en cintura a los disidentes. En España, lejos de lo que se cree, tardó más que en el resto de los países de Europa para instaurarse como sistema represivo. Fue importada por Isabel la Católica, poco antes del “descubrimiento” de América, y tuvo plena vigencia hasta los tiempos de Fernando VII.
¿Se han fijado ustedes que en Caracas, al igual que en muchas ciudades coloniales, hay una esquina o un sitio al que se denomina La Cruz Verde? Porque en el fondo, y que me perdone el Santo Oficio, somos bastante intolerantes con los que no están de acuerdo con nuestra ideología. La intolerancia política o religiosa es señal de subdesarrollo intelectual; expresa tremendas dudas sobre las propias creencias; miedo a conocer la otra cara de la moneda; quien está convencido de la verdad que pregona, no teme a los que dicen cosas opuestas; incluso, se muestra hasta receptivo por escuchar lo que dice su adversario: siempre tenemos algo nuevo que aprender.
Si los aborígenes de Venezuela y de toda la costa Antillana no ofrecían complicaciones religiosas, el genocidio que acompañó a la conquista más la debilidad de las creencias indígenas facilitaron el asentamiento de una solidad fe católica, apostólica y romana, como la querían los reyes. ¿Se podía decir lo mismo de los negros esclavos que por miles llegaron de África a sustituir a los indios asesinados por los conquistadores?
De modo alguno. Los negros de Angola y de la costa del Dahomey, de donde procedía la mayor parte de la esclavitud, muy lejos de lo que se cree mostraban una cultura que aunque estaba a un siglo de atraso de Europa, tenía una gran vitalidad.
Si en España, al igual que en los otros países europeos, la idea del Estado estaba asociada íntimamente a la religión, otro tanto sucedía en África, con el agravante de que eran mucho más estrechos los vínculos entre el monarca y la religión.
Es cierto que la brujería criolla es una mezcla de las tres culturas: algo tiene de española, poco de indio, pero muchísimo de cultura negra. “Mandinga”, término con que se conoce al Diablo en nuestro país, es de estirpe africana… lo mismo que los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo, buena parte de nuestros platos criollos, de la música y de las supersticiones.
El negro esclavo, a diferencia de nuestros aborígenes, no era tierra virgen, sino ya labrada. De allí que los negros desde los primeros tiempos dieron mucho que hacer a los conquistadores españoles; no sólo con sus ritos paganos, sino con sus constantes alzamientos armados. Eran la expresión de una cultura que no se doblegaba; y que había que meter en cintura, a como diese lugar.
Cuando las cosas se complicaban, como sucedió en tres oportunidades, los hermanos del Santo Oficio en nuestro país remitían el caso a Cartagena de Indias. Uno de esos casos fue el de la bruja Yocama, hacia 1710, que dio muerte, luego de enloquecer con sus brebajes, al gobernador y Capitán General de Venezuela Eugenio Ponte y Hoyos.
De ahí que en 1570, a un año de haberse fundado el Santo Oficio en Lima, los conquistadores españoles tienen que establecer la Inquisición en Cartagena de Indias, tal era el cúmulo de supersticiones y de herejías africanas que amenazaban echar por tierra la labor “evangelizadora” de los misioneros. Entre 1610 y 1636, la Inquisición de Cartagena, aunque lleva a la hoguera muy pocos reos, conoce del caso de 888 personas, o lo que es lo mismo somete a suplicio, cautiverio y terribles interrogatorios a una proporción muy elevada de sospechosos de herejía, ya que la población blanca, mestiza y negra de la región bajo su comando nunca pudo exceder de unas doscientas mil personas. La Inquisición de Cartagena tenía bajo su dominio a toda Venezuela; aparte que los negros cartageneros, que protagonizaron sonadas herejías, tenían el mismo origen que los venezolanos. De lo que cabe inferir una cosa: necesariamente hubo de haber tropiezos.
¿En que nos fundamentamos para tal hipótesis?, se preguntarán ustedes. Además del juicio anterior, en tres hechos: el primero, la inexistencia en nuestro país de los cultos vudús que florecen en toda la América Antillana, aun en Cuba. Tan sólo una terrible represión —que la historia negra— puede explicar esa omisión de la memoria colectiva. El olvido es el mejor antídoto contra el mal recuerdo. Si la Inquisición cayó como un ángel flamígero sobre las creencias de los primeros negros venezolanos —como cabe suponer por lo que veremos luego—; si fueron torturados y asesinados como hizo la Inquisición en Europa, es obvio que el terror azotó a nuestra patria borrando de cuajo todo vestigio de los ritos que echamos de menos.
Ninguna historia de Venezuela hace mención de esa terrible represión de la que estamos hablando. Es cierto, como ya lo dijimos, que no hay rastros documentales —hasta ahora— de que alguna vez sucediera esta represión; como también hay muy pocos documentos que nos permitan desentrañar la vida venezolana en el siglo XVII. Otra cosa, sin embargo, nos muestra la historia de la Inquisición en Cartagena, que como hemos dicho tenía mano larga y sarmentosa para alcanzar a nuestro pueblo.
En 1610 la Inquisición de Cartagena alcanza la autonomía e inicia su acción con el Inquisidor Juan de Mañozca, una especie de Torquemada que inunda esta parte de nuestra América con su crueldad y obsesión por perseguir todo lo demoniaco.
Los negros, es cierto, se entregan en medio de la floresta, y en especial en Tolú, a fiestas rituales un tanto disipadas, que Mañozca identifica con los aquelarres europeos. Escucha por primera vez el nombre del Demonio negro. Se llama Bucirago o Mandinga. “Juan Mañozca —escribe Pedro Gómez Valderrama en su excelente libro Muestras del Diablo—, impone su temible prestigio de ave carnicera.”
“En los largos años de su dominio —escribe más adelante—, fue implacable en el uso de la tortura. Las celdas se vieron recorridas muchas veces por el espectro sangriento del suplicio”. Mañozca, paranoide sanguinario, reprime las herejías de los negros con feroz deleite. No oía razones: En idas y venidas pierde mucho el Santo Oficio en secreto y respeto.
Mientras Mañozca está en Cartagena, la Inquisición gira en torno suyo —afirma Gómez Valderrama—, y traduce su voluntad tan desaforada y cruel como la de nuestro Fray Mauro de Tovar, de quien parece gemelo y con el cual seguramente estuvo en contacto, ya que en 1636, a cuatro años de que llegue a nuestras playas el Terrible Obispo, era el terror de Cartagena.
Si este era el ambiente que imperaba en la Casa Matriz de la Inquisición, ¿por qué no hemos de pensar que otro tanto sucedió en nuestro suelo, y en especial cuando asentó sus reales entre nosotros Fray Mauro de Tovar? Esto constituye el segundo hecho en el que nos apoyamos. He aquí el tercero: Documentos descubiertos en Mérida, según refirió recientemente un historiador, abonan esta tesis de que la Inquisición en Venezuela ejerció una terrible represión. Como pueden ustedes inferir nos encontramos ante uno de los tantos capítulos de nuestra historia, donde sólo hay indicios, rastros y sospechas, y un promisor camino para la investigación.