No al bachaqueo y la vida fácil

¡Tronco de país! —Había dicho Guzmán Blanco— "¿Qué tenemos que hacer para que los venezolanos vuelvan a trabajar? Acostumbrados a la haraganería del funcionario, el empleado público, sea ministro o portero de un despacho oficial, había perdido la disposición para el trabajo y para su manutención confiaba más en la continuidad en el poder de la facción política a la cual está adscrito, que a sus facultades de producir riqueza honesta y tesoneramente".

"Nunca han trabajado, —respondió su padre—, ni jamás lo harán. Bien sabes que los grandes cultivos, como el café, el cacao y la caña de azúcar, favorecen el manguareo. El venezolano para lo único que sirve es para la guerra y para abrirse paso en política. Eso del ahorro se considera hasta guiñoso. Más gana un obrero en un bachaqueo que guardando para cambiar la suerte".

De ahí surgió la inapelable necesidad de lucrar a costa del erario público y cada quien según sus posibilidades. Los empresarios captaron de inmediato esa disposición. La licitación y la libre competencia eran un requerimiento más bien accidental, mientras que el soborno, el halago y la asociación con el político eran el medio más idóneo para obtener beneficios en momentos en que éstos se proyectaban en forma colosal. Si bien la corrupción constituye el problema político capital, no se puede dejar de advertir que la difícil crisis económica que vive el país también juega su papel.

El país era un caos por la pugnacidad de los grupos, por las rivalidades entre la autocracia colonial, que en un rapto demagógico Betancourt se propuso destruir, privando a Venezuela de sus mejores pensadores, probos en su mayoría, que veían espantados la destrucción del país por aquella heterogeneidad racial, base de la heterogeneidad cultural, causa del antagonismo sin fin del uno y del otro. El país no existía para la mayoría de los venezolanos: era víctima de una rapiña desaforada. Tan sólo se perseguía el enriquecimiento con el menor esfuerzo y a la mayor brevedad, aunque hubiesen sido los adecos quienes rompiesen la piñata. Nunca como hasta ahora había chocado tanto la chabacanería de sus conmilitones, la cursilería de sus mujeres y la plebeyez de la alta sociedad. La adulancia, tan a su gusto en otros tiempos, chocaba hasta la náusea. La casi totalidad de la gente provocaba aburrimiento y desazón como jamás se pudo imaginar, en busca del savoir-faire.

No se han ocupado de hacer hombres y mujeres, socializándolos, dignificándolos, devolviendo el alma a la patria, devolviéndoles su espíritu guerrero, su coraje y devolviéndoles su honor y su gloria. La educación deficiente y transculturizante que tenemos es culpable de la depravación moral que se agiganta, destruyendo todo sentimiento de honor y dignidad y facilitando el vicio y la vida fácil. Necesitamos una enseñanza objetiva, pragmática y científica, ética, general, educación para la vida, para vivir en comunidad. El fervor patriótico y nacionalista es la sal que conserva la identidad que es el alma de la patria. Y el nacionalismo es la extensión y prolongación del espíritu unitario e integracionista, es fuerza moral que lleva hasta el sacrificio a los pueblos en defensa de la Patria y conduce a la victoria.

De forma que se impone una redefinición ideológica que en ningún momento puede olvidar la actual; pero que debe redimensionarla, trayendo a los héroes nacionales del Olimpo a nuestra tierra para que como humanos —con sus virtudes y sus defectos— sirvan de ejemplo de lo que un pueblo pequeño decidido puede lograr cuando aprovecha las oportunidades que le depara el destino.

¡Gringos Go home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y venceremos!



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Manuel Taibo


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