Cuando en septiembre de 2008 el presidente Chávez expulsó al embajador de los EEUU en Caracas, en solidaridad con Bolivia, tras ser descubierto sembrando violencia allí en un nuevo intento por derrocar a un gobierno latinoamericano, Venezuela enviaba al mundo un mensaje claro, que no era otro que el de que la unión de los países del Sur iba muy en serio. Pero detrás de esta acción hubo un segundo y más importante mensaje, dirigido a los propios países latinoamericanos: la unión no es retórica; ella se hace hecho en el instante en el que los países unidos dejamos de hablar pajas, y tomamos acciones concretas que puedan ser leídas con claridad por aquellos otros países que aun en este siglo ansían y se creen con algún derecho a subyugarnos. A “encausarnos” en la dirección de sus intereses, como insolentemente ha expresado en estos días el peligroso vecino, a través del portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest.
Aquel mensaje llegó claro y su lectura fue nítida. Washington comprendió con precisión que estaba a las puertas de una eventual alzada en bloque de una parte importante del continente, y donde no seria posible saber con certeza hasta donde alcanzarían sus consecuencias. Tanto así, que hizo un importante viraje en su estrategia de confrontación con Venezuela, eligiendo golpearla un poco después, mucho más duro, y de forma muchísimo más “discreta”.
Hoy Venezuela vuelve a recibir amenazas de intervención del grosero vecino, y esta vez de forma más destemplada, casi toda una amenaza de guerra. Dentro del país, dos grupos claramente diferenciados se ubican en sus posiciones ideológicas antagónicas: unos, los lacayos de siempre, claman por la definitiva intervención Yanqui, pues, solo con la llegada de sus tropas seria posible hacerse con el poder nuevamente; electoralmente no parecen haber claras oportunidades. No importa el precio en vidas ni el peso que la cicatriz en las generaciones futuras dejaría una acción así. Para los desesperados dirigentes de derecha, la toma del poder lo justifica, y aún más. El otro grupo, el de quienes ostentan el poder legítimamente y gobiernan apoyados por mas del 60% de la población que los ha elegido fielmente en 18 elecciones a lo largo de estos 15 años, se posicionan en la otra acera: la de los defensores de la soberanía nacional, la defensa de la libertad, de los recursos energéticos de la nación, de su dignidad, y también de la vida de cientos de miles de compatriotas que, frente a los planes entreguistas de los lacayos imperiales no hay punto de negociación posible, y están dispuestos a defender la patria con la vida.
Es la hora de Latinoamérica. Es el momento de las definiciones. ¿Manejará Brasil la explícita amenaza a suelo latinoamericano, con tibieza, como que si tal cosa no fuese una amenaza a su propio suelo? ¿Esperará Chile el primer desembarco yanqui en tierra Latinoamericana, o sus primeros bombardeos a suelo Venezolano, para emitir algún comunicado retorico que le salve de su propia memoria? ¿Esperará Perú ver correr sangre del pueblo Venezolano, mismo que hace dos siglos heroicamente marchara mas de dos mil kilómetros a mula a través de los Andes, hasta sus tierras, para liberarle definitivamente del oprobio de aquel otro imperio, el español, solo para luego ir a la ONU a decir Palabras? ¿Asumirá Argentina esto como una afrenta cercana, o como un acontecimiento distante? Ante una eventual situación tan traumática para la unión del continente, ¿podrá esperarse algo positivo, un milagro, de Colombia?
La hora de Latinoamérica plantea el arribo a un punto de inflexión en la larga historia de avasallamientos contra nuestros pueblos; un punto que establece el cambio audaz y real hacia un tipo de relaciones donde un innegociable trato de respeto se impone como condición.
Un punto de no retorno a partir del cual, ninguna embajada nunca más vuelva a intentar promover, con logística y dólares, golpes de estado en nuestros suelos, so pena de salir expulsados en cuestión de horas, en condiciones bochornosas, como entonces ya salió de tierra venezolana Patrick Duddy, el insolente diplomático norteamericano.
Solo con una respuesta colectiva continental, con un mensaje tan claro como el que dio en su momento el valiente presidente venezolano, los Estados Unidos de Norteamérica serán finalmente persuadidos a diseñar nuevas formas para relacionarse con este continente, distintas a las que aun ahora continuamos enfrentando amargamente, y a tan alto costo.
Y a entender también que no hay otro camino sino este, pues hemos decidido ser libres. Un gran reto para los gobiernos latinoamericanos, pero uno aun mayor para las soberbias y prepotentes nuevas generaciones de políticos del país del Norte.
Recomiendo leer de Thierry Meyssan, el siguiente dossier del mas reciente intento de golpe de Estado contra el gobierno de Venezuela: http://www.aporrea.org/actualidad/a203267.html
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