Los EE.UU. trabajan de dos maneras para concretar su política de intervención en otros países: con invasiones directas y a través de operaciones encubiertas. La primera la adelanta con sus efectivos militares nacionales y, desde que dispone de la OTAN, mayormente al lado de su camarilla europea, Gran Bretaña y Francia. La segunda se soporta en los mismos nacionales del país a ser “tratado”, gobierno u opositores de un gobierno, mediante apoyos logísticos, espionaje, golpes de Estado, Etc.
El modo directo propone la adecuación de la circunstancia histórica, política, económica y social de un país a su presencia e intereses dominantes, como impone la guerra propiamente, sin ambages, constituyendo tal vía la forma clásica de anulación del otro a través de la conquista. Los ejemplos sobran: según el informe que ellos mismos publican, el RL30172 del Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos sobre Relaciones Internacionales, han realizado 53 intervenciones directas en otros países desde 1775, solos o acompañados, repetidamente sobre algunos de ellos muy sensibles a sus intereses: tres veces sobre México (más una operación encubierta), a quien estrenaron en 1846 quitándole la mitad del territorio (actual Texas, California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y una parte de Colorado, Oklahoma y Wyoming); cuatro contra Nicaragua (más una operación encubierta), uno de los más asediados históricamente junto a Uruguay (3+2), China (3), Irak (3), Haití (3), Argentina (2+2), Panamá (2+1), Guatemala (2+1), Libia (2), Afganistán (2), Chile (1+2), Filipinas (1+2), Indonesia (1+1), Paraguay (1+1), Cuba (1+1), Brasil (0+2), indicando el primer dígito entre paréntesis la cantidad de invasiones directas y el segundo, las operaciones encubiertas. Nótese que en Brasil no se han presentado con tropas, pero han operado de modo indirecto con sus operaciones especiales, primero con la CIA derrocando a João Goulart, en 1964, y luego con la misma CIA, 1975-80, ejerciendo terrorismo de Estado contra factores inconvenientes de la izquierda política a través del conocido Plan Cóndor. Panamá (2+1) primero fue víctima de una operación encubierta, que logró destajarla de Colombia en 1903, para luego, repetidamente por causa del Canal, ser invadida directamente dos veces, la última para derrocar al malogrado Manuel Antonio Noriega, hecho prisionero y hasta hoy detenido.
El modo indirecto, la operación encubierta, es menos drástica y espectacular, quizás menos sangrienta, pero más vil desde el punto de vista de los valores históricos, éticos y nacionalistas que configuran la idiosincrasia del país asediado. Supone la utilización de los mismos paisanos para, en virtud alguna ambición o disconformidad política, religiosa o económica locales respecto de su gobierno o gobernados, infiltrarse en el país para reprimir, desestabilizar o derrocar, según sea el caso, y finalmente sobreponer sus intereses de conquista sobre hombros cipayos. Contempla la figura del protectorado si quien es apoyado es ya gobierno o de luchadores por la “libertad” y la “democracia” si el apoyado es opositor a un poder incómodo; en el intercambio resulta con poder estabilizado quien es ya gobierno (considérese a las dictaduras del mencionado Plan Cóndor o a regímenes del Medio Oriente como Arabia Saudita o los Emiratos Árabes) y con promesas de poder y libre mercado quien conspira para lograrlo. El objetivo es el derribo (torcedura de brazo) de un ente político adverso mediante formatos no convencionales de guerra, denominada genéricamente de Cuarta Generación. No hay soldados combatientes de los EE.UU., legalmente hablando, ni de sus aliados dentro del país operado, pero sí mucho dinero y herramientas de combate silentes y camufladas de legalidad (ONG, por ejemplo) para sostener un régimen o defenestrarlo a través de sus opositores. En su hay lugar mercenarios, efectivos no legales, soldados de ejércitos privados la mayoría de las veces en tanto EE.UU. es en el fondo una gran empresa transnacional.
Se mencionó el espionaje, el golpe de Estado, la infiltración, pero la realidad es que este modo “indirecto” es un formato de guerra flagrantemente en evolución conceptual, en boga, que soslaya, como precisamente se define con “encubierto”, las restricciones de la convivencia civilizada. La guerra forajida, pues, para decirlo con una ocurrencia, que salta las reglas del juego militar y mantiene en suspenso, como recurso final, la posibilidad de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo o la invasión directa. Echa mano de mercenarios, de guerra de guerrilla, de conceptos bélicos asimétricos, sabotajes, terrorismo de Estado, guerra sucia, guerra de baja intensidad, guerra popular, civil, cibernética, terrorismo, contraterrorismo, propaganda, Etc., y es, en tanto categoría de inframundo e ilegalidad, obra de poderes también soslayados del país de origen. Para nadie es secreto que a los EE.UU. los gobierna una plutocracia y que ésta, para sustraer al país de acusaciones normativas desde los organismos internaciones, disponen de ejércitos privados que viajan de la mano de sus mismas transnacionales o como las mismas transnacionales (ricos con novedosas armas de combate llamadas países). Un cuerpo de mercenarios y técnicos de la guerra subterránea, encubierto, no puede generarle una acusación formal y creíble a los EE.UU. ante un tribunal donde se hable de suposiciones. ¿Dónde poner el reclamo por el trabajo encubierto de los EE.UU. apoyando militarmente a los contras en Nicaragua? ¿O por el secuestro de Hugo Chávez en el 2002, durante el efímero golpe de Estado de abril? ¿O por la reposición del Sha de Irán, en 1953?,? ¿O por el apoyo a la oposición chilena para derrocar al constitucional Salvador Allende, en 1973? Piénsese por un momento en Irak, en el momento previo a su muerte como nación, durante y después, donde al parecer se enquistaron todas posibilidades de la guerra directa e indirecta: la mentira de las armas de destrucción masiva, el asesinato de su líder Saddam Hussein, la empresa Halliburton cuya misión parece ser recomponer países arrasados, la empresa o ejército privado Blackwater, el millón de muertos después de la invasión, la “zona verde” gringa en Bagdad, la expropiación de los hidrocarburos por parte de los invasores utilizando los mil y un cuentos de la fantasía belicistas.
Es uso actual que el modo indirecto preceda al directo, esto es, el ablandamiento previo del terreno, mostrando como amenaza final la invasión. Pero esto se ha convertido en una práctica, técnica, jugarreta, táctica: no espera el modo indirecto en llegar a la confrontación franca, quedando los ejércitos nacionales como mojones de poder, estandartes o herramientas para la amenaza final (tal vez en breve lo convencional de guerra abierta sea la que hoy se libra como encubierta): a menos que el país en cuestión se erija en una amenaza palpitante para los intereses de los EE.UU., como ocurrió con Panamá comportando su Canal. Si durante la fase de “ablandamiento” (y de ahorro de molestias legales con las acusaciones de guerra abierta e injustificada) el país “trabajado” no cae, entonces el halcón podría sacar la garra para la opresión directa: Cuba, por ejemplo, o Chile, donde durante cuatro años desestabilizaron y ya sin argumentos se decidieron a forzar el golpe de Estado. No hubo intervención propiamente directa del ejército de los EE.UU., pero es lo dicho, ya se ha llegado a una base conceptual en que lo mercenario, lo privado de los ejércitos, el trabajo de inteligencia de la CIA, tienen una connotación evolutiva de ataque directo de Estado.
Pero hay situaciones, países, donde le es difícil a los EE.UU. decantarse de la fase de ablandamiento ─frustrado─ a la invasión franca. China, por ejemplo, en un no muy lejano episodio con unos monjes tibetanos; o Georgia o cualquier otro país en las fronteras rusas y sus zonas de influencia; o en países como Irán o Venezuela, armado uno, menos el otro, pero ambos de convergente importancia internacional por sus riquezas petrolíferas y por el entramado de intereses económicos y geoestratégicos que soportan. China y Rusia, como fuerzas que contrarrestan el desbocamiento estadounidense, poseen relaciones políticas y económicas casi de alianza con ambos. El caso de Venezuela, emblemática nación de paz y reservorio de 300 mil millones de barriles de petróleo (500 mil, según otros), lo más grande del planeta, comportaría con su toma una declaración de guerra a las fuerzas de contrapeso en el mundo, heridas yugularmente por semejante vía de atajos en la lucha por el poder y la hegemonía. Resentiría las formas convencionales de vida internacional y abriría la puerta para inconcebibles permisividades. Esto es, un quiebre de la civilización. Su toma, además, sumiría al mundo en una debacle energética, con precios petroleros por el suelo (inicialmente subirían) y un inaceptable ventajismo de los EE.UU. como centro de poder en el mundo. Hay países cuya desestabilización se implican la ruptura del ecosistema de poder en el mundo, por las razones y formas que fueren: equilibrio económico, puntos de honor, desbalance de alianzas, ventajismo, Etc. Polonia fue un detonante durante la segunda guerra mundial; la historia ha de estar plagada de convencionalismos intocables en materia religiosa. Se llama no pisar o cruzar la raya.
En esas situaciones donde no es posible pasar al uso de la fuerza abierta, por el poder del polo contrario sobre esa circunstancia (zona de influencia) o por la connotación de ese lugar para el mundo (opinión pública), en efecto, los EE.UU. trabajan de modo encubierto, procurando igual la meta del derrocamiento del poder incómodo o el entronizamiento del aliado sin vulnerar, aparente y comprobatoriamente, las formas convencionales de respeto en el mundo civilizado: derechos humanos, democracia, libre albedrío. En la primera situación, zona de influencia (rusa para el caso), está Ucrania, focalizada bajo esta modalidad en dos tiempos: primero en el 2.004 con la llamada “revolución Naranja” y después, en 2.013, con las protestas de Euromaidán; en la segunda (opinión pública), están los países mencionados, Irán y Venezuela, aunque el país asiático en breve plazo, en virtud de sus alianzas militares y necesidad de defensa, se ha armado hasta un grado disuasivo, cosa que no ha ocurrido con Venezuela. Han sido precisamente estas objeciones de carácter táctico o estratégico y de opinión pública las que han llevado a los EE.UU. a perfeccionar los métodos que han hecho prácticamente de las operaciones encubiertas esa forma de guerra sin ejércitos que hoy se conoce y que ha cosechado significativos triunfos. En el contexto de la guerra Fría se afinaron las inteligencias del mundo y al respecto la CIA aisló mecanismo de acción más o menos de universal aplicación en la desestabilización, derrocamiento o afianzamiento de poderes geopolíticos. Se conocen informes, procedimientos, documentos desclasificados, manuales de acción, que han permitido a los estudiosos estandarizar métodos, lógicamente con el auxilio observatorio de la praxis. Vale mencionar, muy a propósito, el trabajo realizado por el filósofo Gene Sharp con sus escritos Política de la acción no violenta (1.973) y De la dictadura a la democracia, un sistema conceptual para la liberación (1.993), concebidos inicialmente para arrebatar espacios de influencia a los rusos en las antiguas ex repúblicas de la URSS y, ante su éxito sobre el terreno, exportados y aplicados hacia otras circunstancias donde la opinión pública ha de constituir la mayor traba. Métodos de la concepción encubierta que priorizan la lucha no-violenta, el “pacifismo”, la lucha por la “democracia” y la “igualdad” con un fondo ideológico pro occidental, capitalista y neoliberal, estrictamente antisocialista, de derrocamiento o afianzamiento de poderes locales. Estudiantes captados, amas de casa, militantes de organizaciones sociales, grupos “inofensivos”, que salen a la calle a protestar, sin armas, con consignas, a atravesarse sobre las vías públicas, a infiltrar poderes públicos, a realizar huelgas de hambre o de manos caídas, a desmoralizar las convicciones de las fuerzas de seguridad de un Estado, a jugar al caballo de Troya institucional, en fin, a debilitar los cimientos civiles del poder político necesariamente fundamentado sobre una población determinada, según reza el postulado central del filósofo. En semejantes circunstancias, abolir, reprimir, ha de parecer un exceso para un Estado que se defienda, y siempre ha de haber la percepción de que se lucha contra un enemigo invisible, cayendo la factoría del poder prácticamente por parálisis operativa. De modo que se puede aseverar que las fuerzas atacante de un poder extranjero emanan de las mismas estructura penetradas de un sistema, como un virus informático (¿cómo hablar de invasión?).
En el primer tiempo referido de Ucrania montan en el poder a Viktor Yúshchenko, pro occidental, revolución Naranja, y luego en el segundo, en 2013, deponen a Víktor Yanukóvich, prorruso, en desacuerdo con aproximaciones a la Unión Europea (UE). En cada lugar donde se aplicó tal modalidad de guerra, a partir de la fundación de Otpor, en 1998, bajo la denominación ulterior de “Revolución de Colores”, se inmovilizó el aparato de Estado de las ex repúblicas socialistas o zonas de influencia rusas por la fuerza paralizante de la observación internacional y de la opinión pública. Así cayeron Milósevic (Yugoslavia, 2.000), el primero, Eduard Shevardnadze (Georgia, revolución de Las Rosas, 2.003), fue impuesto Yúshchenko (Ucrania, 2.004), deponen a Askar Akayev (Kirguistán, revolución de los Tulipanes, 2.005). Ante el éxito, la forma de combate tras bastidores fue exportada hacia otros espacios no tanto ya bajo la influencia de Rusia como bajo el ojo internacional de la opinión pública, con victorias (Líbano, 2005, revolución de los Cedros; Túnez, 2.010, revolución de os Jazmines) y fracasos (Bielorrusia, revolución Blanca; Birmania, revolución de Azafrán; Irán, revolución Verde; Moldavia, revolución Twitter). Significativo es que ya el esquema lo hayan intentado contra Venezuela, en 2.002, y contra Irán, en 2.009, fracasadamente, no obstante indicio igual del cuido que mueve a los EE.UU. para acometer su guerra silente contra tales objetivos. $3 millones inyectaron en la antigua Yugoslavia, mayormente destinado a Otpor para gastos de propaganda, camisas, estudiantes, Etc., a través de organismos como la United States Agency for International Development (USAID); en Venezuela es incontable hasta ahora lo invertido a través de la misma USAID, además de la National Endowment for Democracy (NED), para financiar grupos opositores, instituciones paralelas a las del Estado, como SÚMATE, partidos políticos, intelectuales, prensa, entre otros.
¿Por qué el afán, la enfermedad de la intervención de los EE.UU.? ¡53 invasiones contadas por ellos mismos en el planeta, más 18 operaciones encubiertas! (La realidad es más: hay que sumar las operaciones encubiertas implicadas en las revoluciones de colores, no mencionadas en sus informes públicos, y que suman más de la decena, sin contar las que mantienen en gesta). El país es un imperio, ni más ni menos, con una pasmosa maquinaria de guerra distribuida en bases militares a lo circular del mundo que funciona como el mismo sistema económico que lo fundamenta: el capitalismo despiadado cuya turbina no puede parar nunca. Avanzar, crecer cuantitativamente, vender y multiplicar, caso de las transnacionales, inhumana e implacablemente al grado sumo que si se tratase de acabar con los árboles del mundo, por ejemplo, no habría problema en deforestarlos con tal de reflejar regularidad en la caja registradora. En el caso de los ejércitos, el asunto no cambia distalmente: el objetivo es avanzar, crecer, conquistar, someter, aventajar, quebrar, so pena de no ver reflejado en la “caja registradora” militar el flujo geoestratégico de la hegemonía frente a conceptos ideológicos y de poder rivales. Del mismo modo que la transnacional requiere vender a cómo de lugar, el sistema militar requiere su guerra in crescendo, asimismo no importando que, por ejemplo, del mismo modo que el arrasamiento de los árboles por las transnacionales, tengan que arrasar pueblos y culturas completas en su cometido. Irak, Sumeria, es un muestrario: museos, arquitectura, legados, religión, pueblos. Hace apenas unas semanas sus ejércitos apadrinados en Asia (ya casi el asunto no es encubierto), el Ejército Islámico concretamente, arrasó depósitos milenarios de la historia y prehistoria humana. El objetivo es el planeta, su posesión, sus cráteres, su aire, su agua, sus bosques, su tierra, su petróleo, sus satélites, sus planetas vecinos, teniendo como mano de obra esclava a pueblos sometidos (a muchos les maravilla que a nadie se le haya ocurrido que los EE.UU. figuran un conglomerado de intereses que al parecer aborrecen al género humano). La lucha es por el plano, el mapamundi, por zonas de influencias en medio de jugadas de un ajedrez geopolítico. Conceptos de geoestrategia emergen a la consideración: ríos, deltas, cañones, mares, desiertos, reservorios de hidrocarburos, reservorios hídricos, oxígeno. Séase claro: a los EE.UU. les restan unos 15 años de petróleo propio, utilizado para su mismo y descomunal consumo. Su maquinaria de guerra debe operar y asegurar existencia futura ubicando sus yacimientos en el planeta y tomándolos a fin de evitar ocasos. La caja registradora militar debe seguir sumando. El petróleo es la fuente de energía por excelencia al momento. Venezuela lo tiene a 200 año proyectados, y está allí a la mano, sin oposición militar aparentemente, sólo a un paso de su toma y al módico precio de la protesta internacional. La guerra geoestratégica es, en fin, por el espacio y sus recursos. Quizás a futuro, como lo demuestran sus programáticas previsiones tomando los acuíferos de Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil, lo sea el agua; pero hoy es el petróleo el botín fundamental de la guerra, a urgente plazo, y es de importancia comprensible para el aceitado del engranaje bélico.
A nadie se esconde que el tal concepto de fusión empresarial transnacional-ejércitos, modalidad intervención mercenaria, vía tropas privadas, realizan el trabajo sucio de “ablandamiento” de Estados. Están en Venezuela, para seguir con el ejemplo de objetivo-opinión pública, desde la llegada de la revolución Bolivariana, desde el mismo momento en que ésta esbozó el nacionalismo de reclamar lo propio como precepto de lucha y liberación. La guerra, pues, es petrolera, y las factoría transnacionales y belicistas están detrás del plan conspirador contra ese gobierno latinoamericano, hoy más nítidamente. La ExxonMobil, recubriéndose de la presunta “legalidad” que le brinda un país vecino a Venezuela, Guyana, opera ya en aguas en litigio en busca de hidrocarburos. Todo mercenario y operación encubierta, para el caso, está hecho de betún y petróleo; todo el esfuerzo durante la década de mandato de Hugo Chávez, marchas, muertos, ONG, desestabilizaciones, millonarias sumas de dólares, estuvo sustentado en el petróleo. Repelidos desde el interior (hasta una misión militar les expulsaron de La Carlota), fracasados en sus varios intentos de derrocamiento, diezmados en su presencia diplomática en el país sureño (espionaje), presionados por las buenas relaciones de Venezuela con China y Rusia, los EE.UU. realizan su jugada maestra a los efectos de ocupar un escaque en la batalla geopolítica: juega, tácticamente, a su petrolera (se convino en que los EE.UU. son una gran transnacional), que para los efectos es el equivalente de esos mercenarios que operan internamente subvirtiendo a Venezuela. Factorías, externa e internas, que realizan el trabajo sucio de provocar una guerra, una agresión una final intervención militar del Estado norteamericano. Lo anterior, lo táctico, perfectamente acoplado con lo estratégico, la jugada gruesa para Latinoamérica y contra Venezuela, tiene como telón de fondo a Cuba reestablecida en relaciones diplomáticas, y a ese esfuerzo de guerra liberado dedicado a Venezuela. El 9 de marzo el país imperialista coloca la guinda a sus propósitos de expropiación petrolera: declara al país amenaza inusual y extraordinaria para su seguridad. Lo demás es esfuerzo mercenario, tanto transnacional como mercenario propiamente, en el camino hacia una confrontación armada.
Más del 50% de las intervenciones armadas directas que han hecho los EE.UU. en el mundo ha asolado a Latinoamérica y el Caribe, como se dijo arriba, sobre puntos álgidos a sus intereses, amén del hecho de que toda Latinoamérica es de sensible importancia para ellos por la contigüidad (“patio trasero”): guerra fría e ideológica: Granada, Nicaragua, Chile, Guatemala, Cuba, Brasil, El Salvador; recursos naturales y geoestrategia: Argentina, Uruguay, Paraguay, México, Haití, Panamá, Bolivia. Ni hablar de las operaciones encubiertas: de 18 que reconocen en sus cifras conservadoras, 11 corresponden a su tal “patio trasero”. De Panamá (Canal), Uruguay (acuífero), Nicaragua (ideología) y Cuba (Guerra Fría) ya se habló como de ilustradores emblemas. Hoy, para terminar el escrito, se habla de Venezuela y sus ingentes recursos naturales, además de su irresistible valor geoestratégico en el Caribe, entrada a Suramérica: rodeada por 7 bases militares estadounidenses en Colombia, bases militares en el Perú (un poco más allá de sus fronteras), presencia aliada estadounidense en islas caribeñas (Holanda), no parece halagüeño el panorama para la patria de Bolívar, aunque la razón conlleve a concluir que una invasión formal es improbable. Fuera del bloqueo naval a la que fue sometida a principios del siglo XX por Inglaterra, Italia y Alemania, cuando Cipriano Castro profirió “la planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria”, Venezuela nunca ha sido invadida y las infiltraciones que ha sufrido de modo mercenario (abril de 2002 y el golpe frustrado en lo que va de 2015) han sido derrotadas. Resta verificar a futuro si tal virginidad se mantiene como una condición de patria.