Venezuela, punto de bifurcación

Según las matemáticas, una bifurcación sucede cuando una variación en los parámetros de un sistema, en principio pequeña, produce cambios importantes de grado cualitativo. La dimensión de la bifurcación es el número de parámetros que deben ser modificados para que esa bifurcación ocurra.

En Venezuela, la llegada al gobierno de una sola persona, especie de número primo de la política, produjo un punto de bifurcación en todo el sistema: neoliberalismo o emancipación; el pueblo venezolano optó por la construcción de un proyecto de dimensión nacional-popular no sólo para Venezuela, sino para toda América Latina.

Como no podía ser de otra manera, la muerte de esa misma persona produjo un nuevo punto de bifurcación: restauración o chavismo. En ese punto es en el que nos encontramos y en función de cómo se resuelva ese dilema está en juego no sólo el futuro de Venezuela, sino de buena parte de América Latina y el Caribe, cuanto menos la posibilidad de seguir profundizando los procesos de cambio en la región.

Hay dos variables que nos pueden ayudar a entender qué está pasando en Venezuela. Una se llama petróleo, y la otra posneoliberalismo. Pero si vamos más allá de estos dos elementos tan obvios como permanentes en nuestros análisis, descubrimos que detrás de la rama de Venezuela hay todo un bosque llamado América Latina y una serie de intereses que encabeza el complejo industrial-militar estadunidense, lobby golpista que se sustenta sobre dos patas que se entrelazan, los intereses de las trasnacionales españolas en la región, con Felipe González de cabildero mayor del reino, y una serie de operaciones de contrainsurgencia mediática para desgastar cualquier opción que se salga del sendero trazado, sea posneoliberal, como Venezuela, Bolivia o Ecuador, o simplemente reformista, como Honduras o Paraguay.

Y en medio de esta ecuación un hombre, de apellido Maduro, al que la historia le puso en un lugar que nunca buscó. Un hombre al que hay que desmitificar, al que no se le puede pedir que sea lo que no es, un hombre al que hay que apoyar porque apoyarlo es respaldar la posibilidad de seguir transformando, avanzando, descolonizando y, en definitiva, profundizando proyectos que con distintos ritmos, matices e intensidades, sirven por vez primera a las mayorías sociales y no a unas élites minoritarias.

Este es el escenario en el que llegamos a la Cumbre de las Américas, organizada por la OEA en Panamá los días 10 y 11 de abril, para la que necesitamos hacer uso de un diagrama de dispersión, una gráfica que se puede usar para examinar la posible relación entre dos variables llamadas en este caso Cuba y Venezuela. Después de declarar fracasada su política hacia/contra Cuba, Estados Unidos necesita seguir manteniendo un enemigo externo en el otrora patio trasero, y ese no podía ser otro que Venezuela, el país con las reservas de petróleo probadas más grandes del mundo y el que dejó atrás el fin de la historia que los intelectuales del imperio se empeñaron en teorizar.

Pero una vez más, igual que el teorema de Chávez vino a contradecir las tesis de Fukuyama demostrando que era posible acceder al gobierno y a continuación tomar el poder para, desde una propuesta de izquierda y nacional-popular, refundar el Estado y redistribuir la riqueza, el teorema de Maduro va a demostrar a Brzezinski que el nuevo orden mundial ya no pasa más por un imperio en decadencia por muy peligroso que éste sea en su descenso y pérdida de hegemonía, que hoy América Latina y el Caribe tienen instrumentos para hacer frente al caos destructivo desde la integración política, económica, energética, científica, tecnológica, alimentaria y cultural.

Panamá va a ser el inicio del fin de la era Obama, y la constatación del fracaso de su política exterior hacia nuestra América. Seguramente aumentará el número de bases militares, seguramente se seguirán produciendo golpes blandos contra las democracias nacional-populares, pero al pasado ya no vamos a volver jamás. En Panamá se verá una imagen de unidad frente al imperio sin precedente en el continente, el legado de Obama será la imagen de la unidad latinoamericana y caribeña; un fracaso para Estados Unidos, una victoria de la soberanía del sur.

Las fichas en el gran tablero mundial han saltado por los aires y los jugadores se han reordenado a la vez que otros nuevos se sentaban a la mesa. En un extremo de la misma tenemos a Venezuela y el núcleo bolivariano, rodeado por un segundo anillo progresista; en el otro extremo tenemos el capitalismo depredador que en su fase imperial cristaliza en atrocidades como la de Ayotzinapa, recordatorio de ese futuro-pasado al que los pueblos de nuestra América no pueden regresar. El único axioma posible en esta partida es de seguir profundizando y radicalizando los procesos desde la unidad que hoy, aquí y ahora, pasa por la defensa de una Venezuela acechada y asediada por los buitres, pero más respaldada que nunca por América Latina y el sur geopolítico, actores protagonistas del nuevo orden multipolar.

* Politólogo, autor de los libros Transición hacia el buen vivir y Un Estado, muchos pueblos, la construcción de la plurinacionalidad en Bolivia y Ecuador



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