El imperialismo, con esa hábil dialéctica para engañar a los pueblos progresistas ha pretendido eternamente deformar la libertad y la igualdad, base de un régimen de derecho. Se trata de amparar la norma fascista, dictatorial como conclusión revolucionaria al perseguirse la ventaja de una clase y desconocerse el derecho de la otra clase (el pueblo) que también integra el conjunto nacional. Hay que librarse de ideas de épocas pretéritas, es decir, dejar de pensar que el mundo es propiedad de alguien. La posición de fuerza, está calculada para subordinar la voluntad de los pueblos, para menoscabar los intereses de otros, y a veces, simplemente, para aplastar a los desafectos.
Evidentemente, los hombres del mundo capitalista, no son más inteligentes que las gentes de otros países. Sin embargo, la inversión en “factores humanos” —facultad de adaptación de los individuos, agilidad de las estructuras, poder creador de los equipos— los que constituyen la base de sus éxitos. Aparte de las explicaciones particulares, cada una de las cuales tiene algo de verdad, el secreto estriba en el principio de confianza que la sociedad otorga a sus ciudadanos. Confianza a menudo un poco ingenua, pero que presta, no sólo a la capacidad de autodeterminación de sus individuos, sino también a sus condiciones de inteligencia.
En el siglo antepasado, Tocqueville veía en esto un rasgo esencial, sino el fundamental, del Nuevo Mundo: “Cada individuo, sea quien sea, posee el grado de razón necesario para poder dirigirse hacia las cosas que exclusivamente le interesan: ésta es la gran máxima en que se apoya la sociedad civil y política. El padre de familia la aplica a sus hijos, el amo a sus servidores, el municipio a sus administrados, la provincia a los municipios, el Estado a las provincias, y la Unión a los Estados. Extendida al conjunto, se convierte en dogma de la soberanía del pueblo… De ahí la máxima de que el individuo es el mejor juez de sus intereses particular”.
Volvemos a encontrarlo en los amplios poderes dados a las colectividades locales para administrar la vida cotidiana y tomar, en materia de urbanismo, de educación, de sanidad, numerosas decisiones que nuestra administración central temblaría al encargarlas a personas selectas. Y lo descubrimos también en el papel motor que desempeña la investigación: las ideas no son ornatos, sino herramientas para transformar el país. Nada más rentable que una buena idea. En los países capitalistas, la formación permanente de sus ciudadanos, no es considerada como una obra humanitaria, sino como una inversión.
A pesar del prestigio de que gozan en Venezuela los intelectuales, del culto a la práctica reflejan cierto desprecio por las ideas, o al menos por su eficacia. Esto se manifiesta tanto en la Universidad, por el desarrollo de la investigación, como en la administración, por la escasez de servicios de estudio y, sobre todo, por el poco interés que se les presta: más vale evitar estas vías muertas, cuando se ambiciona una carrera rápida. En ambos lados, la materia gris se integra mal en las estructuras.
El escepticismo en cuanto al potencial humano es común a la izquierda y a la derecha; pero conduce, en una y otra, a conclusiones opuestas. La derecha, lleva a la santificación de las “leyes naturales del mercado”. Pero las decisiones globales, que resultan ulteriormente de la suma estadística de millones de opciones individuales, no son, por su parte, conscientes y libres. Representan una presión exterior, una limitación impuesta a todos. Es un esfuerzo para reducir el azar y orientar el crecimiento hacia objetivos deliberadamente escogidos. Es, pues, una tentativa para ganar un margen suplementario de libertad.
En tales circunstancias, se plantea la necesidad de acelerar el desarrollo económico y social del país, la necesidad de efectuar transformaciones. En el fondo, se trata de un cambio, de medidas de carácter revolucionario. Cuando hablamos de renovación y de los procesos de democratización profunda que ello presupone, nos referimos a unas transformaciones sociales realmente revolucionarias y multifacéticas. No tenemos otro camino, no podemos retroceder ni tenemos hacia donde retroceder. Debemos llevar al pueblo adelante de modo consecuente e indeclinable al rumbo que trazó el Legado del Comandante Chávez.
Ahora bien, los conservadores —y esto es bastante curioso— se aferran más a las trabas puestas por el mercado puro a la voluntad colectiva, que a las libertades que otorga a la iniciativa individual. Todavía, piden en ocasiones al Estado que les ahorre, simultáneamente, la disciplina de un Plan y, por el cierre de las profesiones o de las fronteras, los riesgos de la competencia.
—Cito a Mario Briceño Iragorry: Y nosotros fuimos la voz de América. Un destino oculto preparó en esta colonia pobre la gestación de los más grandes americanos de los Siglos XVIII y XIX: Miranda, Bolívar, Bello y Robinsón. Y por eso desde aquí se habló más alto y desde aquí se dirigieron las líneas fundamentales de la Revolución.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’ fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!