Doña Bárbara en las fronteras Venezolanas

Uno de los aportes más significativos de Rómulo Gallegos fue utilizar el costumbrismo como género novelesco con fines educativos más allá de los típicos pasatiempos literarios que tanto han divertido a los lectores de todos los tiempos históricos.

En la conocida novela Doña Bárbara, el problema del latifundio sin fronteras que reinaba en la Venezuela de marras fue destacado ampliamente y el poder económico alcanzado por la protagonista y primitiva Doña Bárbara descansaba precisamente en el arbitrario ensanchamiento de las dimensiones terrestres de sus “propiedades” ya adquiridas.  

Nos cuenta Gallegos que en aquella Venezuela gomera era habitual desde hacía décadas rodar por las noches sin luna las improvisadas y frágiles cercas con ayuda de sirvientes o peones al servicio incondicional de sus amos y amas. Las timoratas leyes nacionales, si bien existían, no bajaban a las provincias y menos a los llanos tan alejados y desprestigiados como eran, con sus pobladores generalmente analfabetos y de costumbres abiertamente diferenciadas de las de los encopetados señores de las ciudades.

Los pocos confesionales del Derecho y los leguleyos que tanto proliferaban no sintieron ningún estímulo para ejercer en esos apartados, despoblados e “inmundos” espacios del territorio nacional. Bajar a la provincia para ejercer lucía denigrante y restaba méritos sociales, así de acomplejados siguen viviendo muchos profesionales en la actualidad[1], y, por supuesto, eso estaba magnificado para los tiempos de gallegos. Las capitales se los tragaron.

En los llanos venezolanos, las pocas vías de accesos eran de tierra, trochas y caminos vecinales con polvo en verano y mucho barro y charcas en invierno. Mientras ya Inglaterra asfaltaba sus avenidas, Venezuela mantuvo sus calles desnudas, como así siguen todavía muchos pueblos, a pesar de las “fiestas del asfalto” emprendidas por la presente Republica.

Increíblemente, en esa misma orfandad jurídica han estado durante siglos las fronteras venezolanas con todos los países vecinos. Allí está la querella por el Esequibo que siendo netamente venezolano, Guyana y las empresas petroleras de EE UU o de Inglaterra siempre han querido usurparlas o sea, rodando las fronteras hasta más acá del río Esequibo. Por esa frontera no ha sabido emprenderse un programa de poblamiento industrial que perfectamente con su sola presencia rebajaría los apetitos invasionistas de la vecina Guyana.

De todos es sabido que por los escasos puestos de control fronterizo, por ejemplo, hacia Cúcuta, suelen viajar unos cuantos colombianos y venezolanos, generalmente quienes poco tienen qué ver con el contrabando y paramilitaje o narcotráfico, salvedad hecha de los numerosos automovilistas de dos,  cuatro más ruedas en los cuales contrabandean gasolina. El resto y abundantes contrabandistas vienen usando los llamados “caminos verdes” para, a pie o por avionetas, o sea, a través de los montes y fronteras abiertas que Venezuela ha  mantenido descuidadas todo su vida en las repúblicas precedentes y en la actual.

Desde este portal hemos venido sugiriendo la construcción de una muralla a lo chino, pero bien podría construirse, más bien, una carretera a dos canales a todo lo largo de esas huérfanas y vírgenes fronteras que han sido, indudablemente, una suerte de “arcas abiertas” hasta para los delincuentes menos corrompido.

[1] Recordemos que nuestros profesionales de la Medicina se salieron con la suya para evadir a cualquier precio las pasantías a las que la ley los obliga para realizarlas en los campos o zonas rurales. Convirtieron a Bárbula, Guacara, Tinaquillo, Flor Amarillo y otros pueblos cercanos como exclusivas zonas rurales para que no los vieran ejercer en unos espacios a los que como profesionales terminaron aborreciendo como hoy lo siguen haciendo bajo su  cobertura de escuálidos consumados.



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Manuel C. Martínez


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