Frente a la carta del Secretario General de la OEA al Presidente Nicolás Maduro, han surgidos diversas interpretaciones y opiniones, pues a decir de su contenido, destaca en ella un lenguaje que desluce por su vulgaridad e intenta reducir el tema del ejercicio de la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia en asuntos internos, a una respuesta vaga y ajena al decoro y buena forma que exige la diplomacia y demanda la paz.
Y es que estamos ante un enemigo histórico -El cipayo advenido en Lord- su única motivación es el exterminio de las esperanzas de los que resistimos y luchamos por un mundo mejor. Para él, cualquier síntoma de independencia en el otrora patio trasero, significa descalabrar las bondades de su indigna posición de verdugo de sueños y custodio de la ignominia imperial. Por ello dilapida, personaliza y echa al basurero de la historia, las obligaciones por la paz y el entendimiento inherentes a su cargo, para ratificar por el contrario, sus deseos de ser el eunuco predilecto por su presunto “origen de izquierda”, el cual sirve a los intereses de una derecha maltrecha castrada y enajenada en el templo de las miserias seculares del imperio.
Así el señor secretario general (mandadero de oficio del colonizador) al denegar el absurdo de su traición declara tener la conciencia limpia de cualquier arrepentimiento, ya que para él, por su desvergüenza, la democracia es representativa y excluyente, los gobiernos son de las burguesías y esperanza un afán de pobres creyentes en la libertad de Superman.
En ese sentido, queda demostrado que el traidor se destaca cuando atenta contra su propia existencia como persona humana, libre, progresista y pensante. Y justifica su hazaña, revolcándose en el chiquero auto complaciente que le da su turbada devoción al poder. En consecuencia acusa al otro, a quien le adversa, de todo cuanto le es propio por su condición de arrastrado cipayo, y hasta invoca principios, normas y prácticas sociales, políticas y económicas en las que nunca ha creído ni practicado, sacralizando con su boca, lo que sus acciones no pueden sostener.
Si señor Almagro, le reitero en sus propias palabras: Debes devolverle a la Asamblea General de la OEA, su legítimo poder, porque el mismo emana de los pueblo de la América toda y no del Imperio, debes devolver al pueblo la decisión sobre su legitimidad, pertinencia y justificación. Nunca podrás devolver la vida a los niños, mujeres y hombres torturados y muertos en las invasiones y golpes de estado propiciado, cuando no protagonizados por el imperio al que te subordinas en: Grenada, Panamá, Cuba, Bolivia, Brasil, El Salvador, Nicaragua, México, Chile, Guatemala, Colombia, Argentina, Paraguay, Venezuela y tu tierra Uruguay, nunca podrás desanudar de nuestros pueblos tanto sufrimientos inducidos y sostenidos por tu infausto amo, a quien sirves como sodomizado cancerbero del infierno hegemónico del Departamento de Estado y la Casa Blanca.
En ese sentido y a pesar de usted en la Secretaria General, los pueblos de nuestra América grande y libertaria seguiremos por las grandes alamedas de la lealtad, capacidad de lucha y responsabilidad revolucionaria, con el cambio de todo lo que tenga que ser cambiado, hasta logra la mayor suma de felicidad posible para todos por igual.
Para nosotros este tiempo histórico marca una oportunidad de indiscutible valía, es momento propicio para reunir a todos los revolucionarios, no en favor de una parcialidad, tendencia o grupo, sino a favor de la construcción del socialismos al que tanto usted y sus iguales le temen.
Por último y por ahora, recuerde que en el imperio al traidor lo celebran al llegar y lo fusilan al amanecer. Lo lamentamos por usted, que caído como Quebracho o como Ceibo, ni para leño servirá. Al despedirme le reitero las seguridades de más profundo rechazo a su infame carta y hago votos por el retorno de la cordura a su conciencia. Si es que la tuvo alguna vez.