En 1973 los países árabes productores de petróleo lanzaron un embargo que causó grandes cambios en el mundo, tanto económicos como políticos. Los países productores al fin obtuvieron ganancias sustanciales y mayor control sobre el negocio del crudo. La emergencia árabe, los petrodólares de países del Tercer Mundo y los desarrollos nacionalistas potencian al Movimiento de Países no Alineados, que aumenta su peso político. La socialdemocracia europea, aunque vivía la crisis del modelo de prosperidad de la postguerra, no había dado el giro a la derecha que daría en los 80 y proponía avances para las relaciones internacionales entre los países.
Nosotros, los venezolanos, no participamos en el embargo, pero nos beneficiamos como el que más. El presidente, el Carlos Andrés de su primer período (1973-1978), adelanta lo que habían hecho o estaban haciendo los demás países productores y nacionaliza la industria petrolera. Una nacionalización negociada con las transnacionales petroleras, que consideraron mejor cobrar un realero exorbitante por el acuerdo que esperar a que la Ley de Reconversión vigente les quitara los activos sin indemnización. Pérez Alfonso, nuestro “padre de la OPEP”, la catalogó como “nacionalización chucuta”. Pero CAP la anunció como la “Segunda Independencia Nacional” (continuando con una tradición adeca que ha declarado varias “segunda independencia” desde la Ley de Reforma Agraria del 60).
Con recursos y megalomanía en cantidad, CAP engordó su ego con las ínfulas de ser líder mundial. Líder del Tercer Mundo, nada menos. Echó a un lado los trastos viejos que adornaban la conservadora política nacional. Mandó a paseo al maccarthismo fósil de los 50-60 (en 2001 este arcaico esperpento retornaría), habló de reintegrar a Cuba al sistema americano. Remedó el discurso de la Socialdemocracia alemana (muchísimo más respetable y coherente, por cierto, que la versión criolla) sobre un “Nuevo Orden Internacional”.
Pero CAP se acogía a la cita bíblica: “No sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha” (Mateo 6:3, hijos míos). Con la mano derecha se reía con los gringos y mantenía excelentes relaciones con las transnacionales. Utilizaba y protegía a Posada Carriles (el Comisario Basilio de la Digepol a finales de los 60) y a Orlando Bosch (hasta que esos terroristas lo pusieron al descubierto volando el avión cubano).
Los eternos desubicados, especie inextinguible, compraron el discurso y creyeron que CAP enfrentaba al imperialismo y molestaba a los gringos. Algunos alarmados y otros aupándolo. La ingenuidad se explica por la mezcla de conservadurismo e ignorancia que distingue hasta hoy a nuestra “opinión pública”, que se asusta de medidas modernizantes elementales o se deja engañar por vacíos radicalismos verbales.
La posibilidad de que el gobierno yanqui se ofendiera con la charlatanería de CAP era de magnitud nanométrica. Los gringos no comen cuentos, y menos los que ellos mismos inventan.
Yo era un joven veinteañero en esa época. Uno de esos desubicados me preguntó qué haría si los gringos invadieran a Venezuela para tumbar a CAP. Antes de explicarle al crédulo preguntón que el alboroto tercermundista de CAP era entendido por los gringos, que no son tarados, que hasta los cubanos batisteros, enfermizos anticomunistas, lo entendían y andaban torturando gente en nuestros cuerpos de inteligencia, decidí asumir su hipótesis y darle una respuesta:
-Si los yanquis nos invaden para tumbar a CAP los enfrentaremos, que si alguien va a tumbar a CAP debemos ser nosotros los venezolanos (más o menos habré dicho).
¿Hay otra actitud decente posible? Que eso de hacer lobby en Washington es de lo más bajo que se me puede ocurrir. Lo más inmoral es que sea para pedir a los gringos que intervengan en mi país, así a uno no le guste el gobierno. Al mayor imperio militar de la historia humana que ha invadido a casi todos los países latinoamericanos, algunos hasta tres veces, y que tuvo el amenazante caradurismo de declararnos “amenaza inusual para su seguridad”.
Una cosa es ser pitiyanqui; y otra cosa, totalmente despreciable y cobarde, ser Vendepatria. ¡Por Dios! Hasta la vocación lacayuna debe tener un límite.
orlandojpz@yahoo.com