Luis Almagro, el Secretario General de la OEA, se la jugó. Se empujo hacia sus quince minutos de gloria que, a un tiempo, podrían trocarse en derrota, vergüenza y renuncia. Evaluó la situación. La oposición venezolana le hizo la solicitud de aplicación de la Carta Democrática Interamericana (CDI), primer requisito; del lado de la acera derechista contaba ya con la Argentina de Macri, segunda consideración; luego cayó Dilma Rousseff en Brasil, condición espectacular para sus pretensiones, y se dijo que los votos en el Consejo Permanente de la OEA contra Venezuela ya estaban completos. Luego estaban allí los EE.UU., prelación máxima, siempre moviendo la cabeza afirmativamente contra Venezuela. Entonces se lanza y solicita la activación de la CDI contra el país de Simón Bolívar.
Pero ocurre que, por segunda vez, la canciller de Argentina, le baja los humos, la floración de bilis, le aplica peróxido de hidrógeno, cosa increíble considerando que es la canciller de Mauricio Macri, el mismo que antes de ser presidente juró aplicarle de todo a Venezuela. La canciller primero dijo que le parecía “apresurada” la posibilidad de aplicación de la CDI; y ahora, ¡ahora que Almagro pide la activación!, el momento cumbre de su gloria personal contra Venezuela, increíblemente la misma señora le empuja la rueda hacia el monte recomendando diálogo entre gobierno y oposición, y nada de eso de estar aplicando cartas. La propuesta acumula preferencia entre los países miembros.
Ocurre ahora que, de consolidarse la derrota de semejante sujeto, víctima de sus propias aberraciones personalistas contra un país, podría salir de la OEA, siendo mejor que renuncie con tiempo. Los mismos EE.UU., sus padres ideológicos y monetaristas, se han visto obligados a alinearse con Argentina en la petición de diálogo, Almagro quedando magro, solo en la cuenta, apenas apoyado por Paraguay, quien porfiadamente reclama que la solución en Venezuela es un referendo revocatorio contra Nicolás Maduro.
El artículo 113 de la Carta de la OEA habla del debido apego del funcionario a las Normas Generales de Funcionamiento de la Secretaría General de la Organización; el 137, letra b, propone que el Secretario General deberá abstenerse del ejercicio de toda actividad que dé la impresión o pudiera resultar en “Pérdida de su independencia o ausencia de imparcialidad en sus respectivas actuaciones”; o que resulte en “Perjuicio del buen nombre e integridad de la Secretaría General" (letra d).
Almagro incurrió en todo ello, hunde a la OEA más de lo que pudiera haberlo hecho el cambio de los tiempos históricos en América Latina, trenzado en una guerra personal y feminista contra la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, quien le ha dicho, en su cara, que es una criatura comprada por el imperialismo estadounidense.
El odio visceral que siente contra Nicolás Maduro es proporcional al afán desesperado que lo impele a complacer las líneas de la política gringa en materia de invasión y saqueo de los pueblos, pueblos suramericanos, hermanos de él, por cierto, suponemos... De manera que, más que hundidor de flotas, este hombrecito es en sí mismo una vergüenza con peso macizo que lo jala hacia el fondo del abismo.
Y finalmente, en virtud de lo dicho, consideraciones imbatibles, el hachazo, Art. 116: Luis Almagro, por intentar arrastrar a la organización en medio de sus humores personales, parcializado y con certeza comprado, podría ser removido de su cargo.