España ya no era potencia colonial de primer orden. En 1836, el Congreso reconoció la soberana e independencia de las antiguas colonias de América. La nostalgia colonial tuvo sus brotes con la momentánea anexión de Santo Domingo y la desgraciada guerra del Pacífico en 1886. Al sobrevenir la revolución de septiembre, sólo restaban del viejo imperio colonial las islas de Cuba y Puerto Rico en las Antillas, y el archipiélago de Filipinas e Islas Carolinas en Extremo Oriente. Comenzaba entonces la política africanas de España utilizando las llamadas plazas de soberanía (y vulgarmente “los presidios”) de Ceuta y Melilla, y el peñón de la Gomera en la bahía de Alhucemas.
Hasta 1860 sólo se pensó en dichos lugares para utilizarlos como residencia de presidiarios condenados. Tampoco despertaron interés de los gobiernos las alejadas islas del Golfo de Guinea: Fernando Poo, Annobón, Corisco y Elobey. Las riquezas seguían viniendo de las islas antillanas y, en menor grado, de Filipinas. A Cuba iban los altos funcionarios españoles a enriquecerse y a jugar al sátrapa, haciéndose servir por esclavos negros. Las colonias eran buenas para soportar todos los golpes; mientras un españolo debía pagar, por término medio, 5 reales de impuestos al Fisco, el promedio en Cuba era de 12 reales medio.
Sobre una población de 1.407.000 hombres habías 625.000 esclavos negros que eran propiedad de 565.000 blancos. El negro trabajaba en las inmensas plantaciones y en los ingenios azucareros. La trata proseguía pese a todas las declaraciones de buena voluntad, hipócrita o ingenuas. Los negros eran comprados en África a precios que oscilaban entre 100 y 150 francos (según la prensa francesa de la época), para ser vendidos en América por precios que oscilaban entre 2.000 y 6.000 francos.
Según los datos aportados por Castelar en famosa intervención parlamentaria (1870) defendiendo la abolición de la esclavitud, había en Cuba 300.000 esclavos y 700.000 hombres libres y 40.000 esclavos en Puerto Rico (nótese la diferencia con los datos franceses; por nuestra parte, hemos podido comprobar que en 1858 había en Cuba 373.961 esclavos y 46.883 en Puerto Rico). Castelar, con la prensa diaria de Cuba en la mano, adujo hechos tan estremecedores como el expresado en el siguiente anuncio aparecido en los periódicos: “Se venden dos yeguas de tiro, dos yeguas de Canadá; dos negras, hija y madre; las yeguas, juntas o separadas; las negras, la hija y la madre, separadas o juntas”.
Naturalmente, los representantes parlamentarios de las Antillas no eran otros que los propietarios de esclavos; estos individuos, como cierto diputado de Puerto Rico llamado Plaja, explicaban imperturbablemente a los demás diputados que no solamente era necesaria la esclavitud, sino también los castigos corporales y las torturas a los esclavos, porque “si así no se hiciera no trabajarían”.
No es, pues, extraño que la revolución de septiembre fuera para el pueblo cubano la señal de un levantamiento por su libertad; el llamado “Alzamiento de Yara”. La intransigencia del general Lersundi, capitán general de Cuba, llegó hasta impedir la difusión del telegrama de los cubanos de Madrid, pro reformas, que terminaba con el grito de ¡Viva Cuba liberal española! Cuando el nuevo capitán general, Domingo Dulce, se hizo cargo del mando, los patriotas cubanos, al grito de ¡Viva Cuba independiente!, habían realizado grandes progresos.
En Madrid dominaba la intransigencia de López de Ayala y Romero Robledo (ministro y subsecretario respectivamente de Ultramar), estimulados desde la oposición por Cánovas. Se aplazó la representación de Cuba en Cortes, se negó toda posibilidad de negociación, creando el espíritu de lo que Pi y Margall llamó “circulo de hierro”; “porque ellos no ceden, tampoco cedemos nosotros”. En febrero de 1870, apoyado por los “unionistas”, Romero Robledo consiguió aplazar la discusión de la Constitución que hubiera dado la autonomía a Puerto Rico. Se acordó, no obstante, la autonomía administrativa de esta isla.
Las bandas de “voluntarios” armados cometían diariamente toda clase de desmanes contra el pueblo cubano. Esos “voluntarios”, tropas de choque de los colonialistas, hacían y deshacían en Cuba; al general Dulce, considerado blando y demasiado liberal, lo reembarcaron sin remilgos para la Península. Uno de los crímenes de mayor resonancia, por aquel entonces, fue el fusilamiento de varios estudiantes de la Facultad de Medicina de la Habana, el año 1871, acusados, sin ningún género de pruebas, de profanación de sepulturas. Este asesinato legal mereció la repulsa del propio profesorado español de la isla y de un sector de las autoridades. Fue entonces cuando el capitán Estébanez rompió ostensiblemente su espada para significar que no confundía su amor a España con la defensa de las instituciones colonialistas.
El movimiento liberador tenía por jefe a Carlos Manuel de Céspedes, y su capital provisional fue establecida en el poblado de Sibanien, donde funcionó un Congreso nacional revolucionario cubano. Los patriotas insurrectos liberaron a centenares de miles de esclavos. La lucha era dura y la represión más. No obstante, esta fase de la guerra duró diez años, hasta la llamada “Paz del Zanjón” (1878).
Entre tanto, la intransigencia de las clases conservadoras de España no sólo no favorecía en nada la presencia española en Cuba, sino que facilitaba los manejos de los Estados Unidos, interesados en separar las Antillas de España con fines nada filantrópicos. Sobre este particular es interesante conocer las negociaciones hispano-norteamericanas de 1869. En agosto de dicho año llegó a Madrid el general norteamericano Sickles. Traía la misión de negociar la emancipación de la isla de Cuba. En la colección de documentos oficiales publicada por acuerdo de las cámaras de los Estados Unidos, consta, entre otros, el despacho dirigido por Mr. Fisch a Mr. Sickles, el 29 de junio de 1869, dándole instrucciones para su misión en España en estos términos:
“Por todo lo cual el presidente de la República os encarga que ofrezcáis al gabinete de Madrid los buenos oficios de los Estados Unidos para poner término a la guerra civil que devasta a la isla de Cuba, con arreglo a las siguientes bases:
1º Reconocimiento de la independencia de la independencia de Cuba por España.
2º Cuba pagará a la metrópoli, en los plazos y forma que entre ellas se estipularan, una suma en equivalencia del abandono completo y definitivo por España de todos sus derechos en aquella isla, incluso las propiedades públicas de todas clases.
3º Abolición de la esclavitud.
4º Amnistía durante las negociaciones”.
La misión de Sickles no podía prosperar ni el gobierno de Prim estaba en condiciones de acceder a las pretensiones norteamericanas.
Tres años después, siendo Moret embajador en Londres, fracasa una gestión cerca de Lord Granville, ministro de Asuntos exteriores británico, para que éste abogue por la conciliación ante Mr. Fisch, secretario de Estado de Washington. Moret insiste entonces en la necesidad de dar marcha atrás, ofrecer la abolición total de la esclavitud y una serie de reformas y acudir a los buenos oficios de Londres y Washington. El último telegrama de Moret en este sentido data del 30 de enero de 1872. Demasiado tarde; Ruiz Zorrilla tenía otras cosas en qué pensar ante el derrumbe inminente de la monarquía de Amadeo; Martos, ministro de Estado, respondió aplazando la cuestión.
Aprovechando las debilidades internas de la República, los carlistas redoblaron sus esfuerzos. En julio de 1873, Don Carlos entró de nuevo en España y juró en Guernica los fueros vascos. No obstante, Savalls —que también había reconocido los fueros catalanes el año anterior— fue rechazado en Puigcerdá, ciudad defendida por la población civil (10 de abril de 1873).
P. D.
“Para situar históricamente la cuestión antillana, conviene no olvidar que desde 1873 se sucedían los desembarcos norteamericanos en la zona colombiana del istmo de Panamá. El mar antillano debía ser “Mare nostrum” para la flota estadounidense. En cuanto a Filipinas, era na avanzada al otro lado del Pacífico, enfilando hacía el nuevo poder, el Japón, y hacia el vasto mercado chino. El esfuerzo liberador de Cuba coincidía con una época en que los magnates de las riquezas estaban acabando de repartirse el botín, y buscaban por doquier aquellos puntos donde aún podían instalar su poderío económico”.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!