En 1916, se erigió en Maracaibo la estatua de Alonso de Ojeda, el compañero de Colón, quien bautizó a nuestra Patria con el nombre de Venezuela. Era la primera estatua a un conquistador español en nuestra patria y con toda justicia, ya que fue el primero en las más variadas empresas, como cabalgar arriba de un caballo sobre el Nuevo Mundo, recorrer las costas de Venezuela desde el Esequibo hasta el Cabo de la Vela, nuestras fronteras naturales e históricas. Fue además el primer europeo que amó intensamente a una india venezolana, en el último año del siglo XV. Recordemos aquella historia.
Luego de la caída de Granada y de la partida de Cristóbal Colón hacia su hipotética Cipango, los reyes Católicos se residenciaron en Sevilla donde recibieron al Descubridor en enero de 1493, después de su odisea. Mirad qué pajarracos tan hermosos han traído de las Indias. Decidme su nombre, buen hombre. Se llaman Guacamayas, y hablan más que mi suegra. Mira las máscaras de oro, cómo relumbran al sol.
Vaya plumas las que llevan aquellas tías. Válgame el cielo, si van desnudas. Pues si las hacen en las Indias, mañana mismo me alisto en la próxima expedición, aunque sea de grumete. Vaya trasero el que tienen… y de relucientes perfiles.
Si Colón necesitó llenar de presidarios sus carabelas para el primer viaje, tuvo que hacerse el fuerte para impedir que Sevilla se despoblara ante el anuncio de una segunda expedición. Más de catorce naves y mil doscientos hombres lo acompañaron en el segundo viaje y lo más granado de la corte hacían rogativas, en todos los tonos, por ser admitidos. Aquella mañana se encontraba la reina Isabel asomada a un balcón del Alcázar acompañada por tres de sus damas. De pronto, al mirar hacia la Giralda algo reclamó su atención.
Reina Isabel: ¿Quién es aquel chico, Dios mío, que hace piruetas en todo lo alto de la taza de azulejos? Atajadlo de inmediato que se va a matar, ¿habéis visto, chicas, los saltos que da, como un mismo saltimbanqui? ¿Conocéis vosotras a ese mocoso? Yo misma le daré una zurra, si es que acaso le falta padre.
Dama 1: No es un crío Majestad, es un mozo de menguada estatura, ágil como un neblí y guapo como San Josías. Veintidós años ya tiene andados y es un guerrero sin par. De las Vegas de Granada.
Reina Isabel: Seguidme diciendo, niñas, que ya caigo sobre él.
Dama 2: Es natural de Cuenca… Como jinete y como amador no tiene igual…
Doña Isabel: Más recato en la fabla, Dulcinea…
Dama 3: En la última justa causó vuestra real admiración.
Doña Isabel: Ya caigo, ya caigo, ése es Alonso de Ojeda, el sobrino del Gran Inquisidor. Traedlo a mi presencia, de inmediato. Algo extraño guarda tan absurdo proceder.
Alonso de Ojeda: Perdonad, Majestad, que haya recurrido a tal ardid para llamaros la atención. Pero deseo marcharme a Indias. Soy guerrero y caballero; y no hay nada que se me iguale en las mañas del corcel. Os ruego, mi Reina y señora, que me deis vuestra venia para cruzar la mar…
Doña Isabel: (Risa cristalina) Sea, don Alonso de Ojeda. Iréis a Indias con el almirante Colón. Pero ¿queréis que os diga algo? No fue por vuestras piruetas de loco, que accedí a vuestros deseos, sino por la tablilla de la Virgen Celeste que en vuestro pecho admiro. A ella debéis el milagro. Id con Dios, Caballero de la Virgen, como será de ahora en adelante vuestro nombre.
El 25 de septiembre de 1493, entre la admiración y el júbilo de la muchedumbre partió de Cádiz la segunda expedición del Descubridor. Además de las catorce carabelas van cuatro carracas, son unos barcos pesados y lentos, destinados al avituallamiento y a los animales. En la última carraca que bordea la ribera gaditana, va Alonso de Ojeda con diecinueve peones de faena, y veinte caballos, que serán los primeros que trotarán por el Nuevo Mundo Americano.
Ojeda, con sus caballos, sembró el terror en la indiada, como lo seguirán haciendo en lo sucesivo y en toda América los corceles de guerra. Realiza proezas; derrota y hace prisionero al temible cacique Caonabo, con una pintoresca estratagema. Las flechas zumban pero no tocan al alegre soldado conquense: se extiende la fama de que es invulnerable. El mismo lo atribuye a la Virgen que lleva consigo.
El Caballero de la Virgen regresa a España y hace valer ante la piadosa doña Isabel los milagros de la efigie. La reina mística, conmovida, lo autoriza y suministra medios para una nueva expedición. Es jefe único de cuatro carabelas. Una mañana parte hacia nuestra tierra del saleroso Puerto de Santa María. Como es hombre de proezas bate el record de velocidad de varios siglos. En veinte siete días recorre lo que en navegación a vela se hace en más de cuarenta días.
De Punta de Paria baja y atisba las bocas del Orinoco y del Esequibo. Sube por la Boca de Dragos hasta el Golfo de las Perlas… Raudo cruza la mar hasta que llega a la espléndida bahía de Chichiriviche. Subyugado por la naturaleza paradisíaca baja a tierra.
Los indios caen sobre ellos de improviso. Matando varios de sus compañeros. Su naturaleza cambiante entre la euforia chispeante y la melancolía le susurra un nombre para lo que habrá de ser alegre balneario: lo llamará Golfo Triste.
Descubre a Curazao y al Lago de Maracaibo; las casas en medio del agua y los gondoleros cobrizos incitan su guasa: Venezuela llamará al lago y a la tierra que lo circunda. Allí conoció a Isabel, su amante de muchos años. Navegó hasta el Cabo la Vela, el occipucio de la Península de La Goajira que desde entonces hasta 1941 señaló el límite entre la Provincia y futura República de Venezuela y la Gobernación de Urabá o Santa Marta, república de Colombia. Alonso de Ojeda para terminar no sólo le dio nombre a nuestra patria, sino que fijó de una vez por todas esos límites, que sin razón alguna, se nos disputan.
Terminó de fraile y en acto de suprema humildad, hizo que lo enterraran a la entrada de una mezquita de Santo Domingo, para que los caminantes hollasen su tumba.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!