"Una vez ganada la independencia política, el pueblo quieren como es natural, fortalecer también su independencia económica, quieren poner bajo su control los recursos que les pertecen, humanos y naturales. Pero esto afecta a los intereses de aquellos que se estuvieron lucrando a lo largo de siglos de la explotación de otros, de la utilización de los recursos del pueblo que emprendieron el desarrollo independiente. Pero eso no agrada a quienes se aprovecharon como saqueadores, de los recursos del país. Esas fuerzas no quieren aceptar la autonomía y la independencia del pueblo soberano. No quieren reconocer la realidad de que el país ha cambiado. Es otro. No aquel que era comienzos del siglo antepasado. No aquel que era hace cincuenta años".
Precisamente eso explica qué tiene en mente la Administración norteamericana y ella piensa igual que el complejo militar-industrial norteamericano. Esta subordinando a este, y el Presidente no está libre para tomar tal decisión.
Más aún: es la piedra de toque para verificar la verdadera orientación, el contenido principal de la política exterior de Estados Unidos. Si cuentas con la fuerza y tienes la intención de implantar el diktat, el chantaje, para resolver los problemas internacionales, la moratoria te estorba.
Si tienes miedo a competir honradamente con el sistema social en economía, democracia, cultura y riqueza espiritual de la vida humana del pueblo, la moratoria, es cierto, no te sirve para nada.
Si los ávidos apetitos de los jefes del comercio de la guerra y de todos los vínculos a ellos, son más importantes que el sentir y los intereses vitales de millones de seres del pueblo venezolano, y las acciones de fuerzas bandidescas "neoglobalistas" contra Venezuela, entre otros lugares. Y sobre el pueblo norteamericano recae una responsabilidad mucho más seria, y diríamos particular, por el giro de los acontecimientos en Nuestra América. Tiene en qué reflexionar.
Aunque, claro está, que sería muy fácil utilizarlo para engañar al pueblo venezolano, para tranquilizar a la opinión pública con la apariencia de que todo va bien y, al mismo tiempo, continuar la política peligrosa. Y por cierto que ya lo intentan, tratando de hacer pasar las cosas, como si estuviera dando rienda suelta a un optimismo aparente y con sentido de la responsabilidad, aunque sean de compromiso.
Para el pueblo, el dolor y las destrucciones son el pan de cada día. Las tenazas del imperialismo retienen el progreso. La carrera armamentista consume recursos tan necesarios para resolver candentes problemas de la vida de millones de venezolanos. ¿O va a tener la suficiente prudencia, valor y energías para acabar con esa inercia y encauzar el país por la senda de una limitada continuación de la vida, por la senda del progreso y de la eliminación de las lacras y dolencias sociales?
Si verdaderamente deseamos del modo más radical mejorar la vida de millones de venezolanos, entonces los medios necesarios para ello deben sacarse de los presupuestos la mafia de delincuencia y trasladar los medios economizados a capítulos de desarrollo.
Tan sólo se puede considerar una victoria auténtica aquella en la que todos, en igual grado, son vencedores y nadie ha sido derrotado. Si esto se logra, entonces ya en la vida de las generaciones actuales se puede plantear sobre vías prácticas la liquidación total del hambre, la miseria, el analfabetismo y otras lacras sociales y económicas.
¡La Lucha sigue!