Bueno. La crisis, pues, no es todo mala. Bienvenido el maniqueísmo simplificador, y redentor. Tiene lo suyo constructivo: funda mundos nuevos y porvenires sobre la base de lo que hay que obliterar y descartar. La crisis es, para los que improvisan, una ilustradora lección sobre la virtud e ineficacia del método de trabajo a base del ensayo y el error; y para los que planifican, un estremecimiento sobre la imperfección de los mundos.
En apenas meses, Venezuela ha avanzado muchos años (¡50 en actitud!) en materia de fortaleza nacional y como Estado. La guerra, en fin, que es lo que se vive, aún todavía el país sin atacar, sólo defendiéndose, ha desnudado realidades. La primera de ella es la ingenuidad. Duro despertar. La guerra si no mata, madura. Hoy el país conoce su vulnerabilidad y sabe dónde cuidar.
El Estado venezolano y la población en su generalidad cultivaron hasta el final la buena fe de que el señor norteño comprendería la evolución política nacional. El Estado lo hizo a sabiendas de que el proyecto nacional de transformación política se anteponía ideológicamente al perfil visceral de los EE.UU., el capitalismo salvaje; la población en general, por su lado, alienada durante décadas por el consumismo y el sueño del confort, apostó a que ese templo jamás se derrumbaría como referencia mercantil, así funcionase como mercado fariseo.
No se creyó que atacasen. De hecho, muchos consideran que no lo ha hecho todavía dada la técnica bélica de quinta generación aplicada. Por esta razón, nunca se pensó en eliminar la dependencia tecnológica de Venezuela respecto de los EE.UU. Así la ingenua Venezuela conservó el diseño y hasta la última tuerca de sus sistemas industriales fabricadas en los EE.UU. y sus aliados, la sumisa Unión Europea (U.E.). No se previno el país con el viejo cuento del muchacho beisbolista, dueño del bate, los guantes y la pelota, que se embravece al ir perdiendo el juego y luego se retira del juego llevándose sus pertenencias, es decir, acabando con el juego.
En pueblo de El Pao, ubicado en el estado Bolívar, se construyó sobre la base de la bulla de las minas de hierro. Allí llegaron los ingleses y modelaron las calles y el alumbrado con sus fabricaciones procedentes allende los mares. El sócate para las bombillas fue de marca única, made in England; si se quemaba una, había que esperar que viniera de tan lejos porque no cabía en el molde el simple bombillo nacional. Así ocurría también con el resto de los detalles. Un negocio, un comercio, un chantaje tecnológico, según se viera, pero arma terrible al fin para una situación de guerra. Hoy, agotada la mina, el pueblo de marras es una fantasmagoría.
Los muchachos del norte hoy se atrevieron. Dispararon a su manera y soltaron Pulsos Electromagnéticos (PEM), virus informáticos, paramilitares y sabotajes, y ayudas "humanitarias", no estando en juego ya un simple sócate de bombillo y un pueblo, sino un sistema hidroeléctrico y un país casi completo. Es la lección: buscar la libertad y la soberanía.
En lo que atañe al fuero interno, a lo que hay que aprender en estrategia como país, no es aceptable en lo sucesivo (nunca ha debido serlo) que una sola planta de hidroelectricidad surta a un 80% del país. Es una condena de derrota en casos de guerra.
Acabar con tal situación es un acto tanto de defensa como de soberanía. Venezuela debe concebir una mejor defensa para los casos de asedio, como el de ahora. Su situación de emporio mineral y geoestratégico desmesurado obliga a la defensa y al ataque ante la rapiña mundial. No sólo la concienciación debe conducir a eliminar dependencias monopólicas, sean tecnológicas, alimentarias, etc., sino que debe incursionar en el arte mismo de la guerra con franqueza. No sobrevivirá si no forja alianzas en un mundo que es empujado violentamente hacia una hegemonía. Por ello, de modo urgente, debe reformar la constitución y eliminar la restricción expresa d establecer bases militares. El pueblo ruso está al alcance como tabla de salvación. El reciente modelo de supervivencia sirio presiona; las nueve base militares estadounidenses en suelo colombiano, además de la proyectada en Brasil, obligan con desesperación.