Política es arte, modo, habilidad para ejercer el gobierno de un Estado, primordialmente; aunque no todo es tan inaccesible para los sencillos mortales: político es también quien ejerce la dirección de una comunidad. En esencia, la semántica de la palabra se encuentra atrapada por la expresión aristotélica que dice que el hombre es un animal político, es decir, un mamífero (a lo menos) en la polis, en la ciudad. No queda más remedio que imaginar que lo relativo a semejante animal moviéndose en la ciudad es político. O sea, todo.
Normalmente se dice que un tipo es un hábil político si logra lo que desea, aunque sea despiadado. Y es justificado largamente por el criterio común, que no ahorra palabras para celebrar que el tal es un zorro, un tigre, un lince… En fin, un animal completo, sin importar la brutalidad incluida. Es un buen político ─es el dicho─, hace su trabajo, logra la meta como sea, direcciona, funciona.
Hitler convulsionó Europa y la metió en un abismo a punta de carisma y política de la "buena", esa que te convierte en un león; Stalin hizo lo suyo en la Unión Soviética, erigiéndose en oso depredador; los presidentes estadounidenses, uno a uno, con sus guerras y su parafernalia comunicacional, han hecho de hienas en contra del mundo.
Entre antiguos no era tan peyorativa la tiranía (que de tiranía política se habla), de modo que la destemplanza moral, los personalismos y excesos contra plebeyos o nobles, se toleraban como inherencias de la condición. Entonces un tirano detentaba el poder por la fuerza, sea acompañado por lo militar o lo popular, siempre en sublevación, y no por derecho o sucesión institucional. Casi siempre el tirano resultaba ser un intruso estamental. Ejercer, pues, a plenitud la condición animal en esos términos de ilegitimidad parecía un requerimiento defensivo, luciendo hasta racional.
Al paso del tiempo el hombre se hizo ilustrado, más culto, refinado, civilizado, científico, aunque, como se ve el panorama, puede haber reservas al respecto. Decir que un contemporáneo es más culto que un griego antiguo tiene su problematización. Con la Edad Moderna (siglo XV en adelante) el político de forma tiránica empezó a ser satanizado y a ser llamado déspota o sátrapa; y totalitario o autoritario, es decir, fascista, comunista o nazista, más contemporáneamente (a partir del siglo XVIII, Revolución Francesa).
De manera que, desde aquel primer político de estilo tiránico que fue Giges de Lidia (región turca, siglo VII A.C., referido por los historiadores griegos) hasta el animal pleno que es hoy Donald Trump, por mencionar uno de los más notables engendros de las sociedades, media un montón de semánticas civilizatorias que lo único que hacen es legitimar de manera cabal, con argumentos sociológicos contemporáneos convincentes, la condición disfrazada de tirano. En otras palabras, si antiguamente se le criticaba a un gobernante su catadura ilegítima y se le toleraban ciertos desmanes en su ejercicio político, hoy, en virtud de estamentos muy elaborados y lavados mentales por la vía de la aculturación y el efecto de los medios de comunicación, se acepta a plenitud la tiranía bajo el engaño de la forma democrática. Para seguir con el ejemplo zoológico de Trump, se habla de presidente de un país y no de tirano, sin contar que es normal y necesario que cometa exceso, mate gente, explote países, amenace al mundo y esclavice a su propio pueblo. Esto en cuanto a ejercicio de la condición humana. En cuanto a la legitimidad, a los EE.UU. (para mencionar el zoológico) salta a la vista que no es auténtica la democracia cuando sólo pueden ser presidente de ese país los plutócratas y los líderes de las comerciales transnacionales. Un habitante de esa polis, común y corriente, no puede desde su simple condición de bolsillos vacíos optar a una candidatura presidencial.
Salta a la vista que el paradigma de la tiranía plena se ha atornillado de una manera cuasi mágica en la sociedad contemporánea como el arte maravilloso de ser político. ¡Loa al tigre, oda al hombre! Legítimo lo ilegítimo y lo despiadado; normal la locura y ese encantador mundo al revés donde el lobo devorante es devorado y las tímidas ovejas emergen como las victimarias. A las claras queda que el hombre es ese ser de ideas que por ellas mismas es engañado y encuentra en su esplendor civilizatorio su pena, destino y hasta muerte.