El regreso de la Administración Pública

Este potencial para el error es lo que hace que la incompetencia y la avaricia que se han convertido en el sello de la administración Gringolandia, desde Irak a Nueva Orleans, resulten espantosas. Un documento de identidad falso surgido de cualquiera de estos tanteos electrónicos del terreno es suficiente para que un padre de familia apolítico con algún parecido a alguien cuyo nombre es similar al suyo (al menos para alguien sin conocimientos de árabe o de la cultura musulmana) sea señalado como un terrorista potencial. Y el proceso de incluir nombres y organizaciones en listas de vigilancia también está ya en manos de empresas privadas, igual que los programas para cruzar los nombres de los viajeros con los que forman el banco de datos. En junio de 2007 había medio millón de nombres en una lista de posibles terroristas en el Centro Nacional de Contraterrorismo. Otro programas, el sistema de focalización automatizada (ATS), hecho público en noviembre de 2006, ya ha asignado una clasificación de "valoración del riesgo" a decenas de millones de viajeros que pasan por Estados Unidos. La clasificación, que nunca se muestra a los pasajeros, se basa en patrones de sospecha revelados a través de recopilación de datos comerciales (por ejemplo, información proporcionada por líneas aéreas sobre "la historia del pasajero: compra de billete de ida, preferencias sobre el asiento, consultas frecuentes de folletos, número de bultos que forman su equipaje, cómo paga los billetes e incluso qué pide para comer"). Los incidentes sobre un supuesto comportamiento sospechoso se anotan para generar la clasificación de riesgo de cada pasajero.

Cualquiera puede recibir la prohibición de volar, una denegación de un visado de entrada a Estados Unidos o incluso ser arrestado y calificado de "combatiente enemigo": basta una prueba conseguida con estas cuestionables tecnologías, una imagen borrosa obtenida a través del Software de identificación facial, un nombre mal escrito o un fragmento de una conversación mal interpretado. Si los "combatientes enemigos" no son ciudadanos de Estados Unidos, probablemente nunca sabrán de qué se les acusa, ya que la administración Gringa les despoja del habeas corpus, el derecho a presentar pruebas en un tribunal, a un juicio justo y a una defensa satisfactoria.

En sólo unos años, la industria de la seguridad nacional, que apenas existía antes del 11-S, ha alcanzado una dimensión que hoy supera notablemente al negocio de Hollywood o al de la música. Sin embargo, lo más sorprendente es lo poso que se analiza y se discute el boom de la seguridad como economía, como una convergencia sin precedentes de poderes policiales sin obstáculos y capitalismo sin obstáculos, una fusión entre el centro comercial y la cárcel secreta. Cuando la información sobre quién es o no una amenaza para la seguridad se convierte en un producto que puede venderse tan fácilmente como la información sobre quién compra los libros de Harry Potter en Amazon, quién ha realizado un crucero por el Caribe o quién podría reservar una en Alaska, los valores de la cultura cambian. No sólo se crea un incentivo para el espionaje, la tortura y la falsa información, sino también un poderoso impulso para perpetuar el miedo y la sensación de peligro que han provocado la aparición de esa industria.

Parte del problema radica en que la economía del desastre nos asusta. En los años ochenta y noventa, las nuevas economías se anunciaban a bombo y platillo. La burbuja de la tecnología, en particular, sentó un precedente para una nueva clase de propietarios que inspiró niveles insoportables de exageración (interminables perfiles en los medios de jóvenes y brillantes directores generales junto a sus jets privados, sus yates con control remoto y sus idílicas casas en las montañas de Seattle).

La industria del desastre podría estar acercándose a los niveles beneficio del puntocom, pero en general cuenta con la discreción de la CIA. Los capitalistas del desastre esquivan a la prensa, minimizan su riqueza y no alardean. "No estamos celebrando la existencia de esta enorme industria para protegernos contra el terrorismo", afirmó John Elstner, del Centro de Innovación de Chesapeake (empresa "incubadora" de seguridad nacional). "Pero existe un gran negocio y el CIC está en medio."

Peter Swire, que trabajó como asesor de confidencialidad para el gobierno de Estados Unidos durante la administración Clinton, describe así la convergencia de fuerzas que hay detrás de la burbuja de la guerra contra el terror: "Tienes al gobierno enfrentado a la misión sagrada de reforzar la recopilación de información y tienes una industria de la tecnología de la información que busca desesperadamente nuevos mercados". En otras palabras, tienes corporativismo: grades negocios y un gran gobierno 1combinando sus formidables poderes para regular y controlar a la ciudadanía.

¡La Lucha sigue!


 



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Manuel Taibo


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