La guerra entre el cielo y el inframundo

I

La guerra ─en general─ se acrecienta. Se complica y entrelaza como madreselvas. Parece ininteligible, pero es simple. Que su complicación sea extensiva, no significa que su motivación no sea elemental.

Es el estado formal del mundo. La guerra es un medio, no un fin; pero como el fin es inestable, ella se hace perenne para preservar la escurridiza apacibilidad, y es el legado cultural del origen del hombre. Cuando se dice que avanza es porque su inevitable existencia sube de decibeles.

Proviene de la medianoche de los tiempos, cuando unos hombres y dioses “sobrevivían” más que otros; esto es, cuando el hombre empezó a rebelarse ─comparativamente con hombres y dioses─ contra un destino menos afortunado, utilitario y esclavista. Ergo la guerra es un medio de liberación para unos y de opresión para otros. Un período de paz es aquel en que un poder se consolida y se estatiza, disimulando con ideas y educación (dialéctica) la condición oprimida del otro. Una bomba de tiempo que estalla cuando los esclavos despiertan y se dan cuenta de que han estado sumidos en la profundidad de una mina.

Visto así, la condición humana es bélica por más que el carácter de un hombre sea profundamente sumiso: otros no lo toleran y encienden la mecha de las reformas en su nombre. Creer, el mecanismo cerebral de la fe entarimado como religión, intentó arreglar el embrollo ofreciendo en el cielo lo que imposible es de conseguir en la tierra: paz, mansedumbre. En un principio fueron los dioses, luego los reyes y,  finalmente, los hombres, constituyendo estos últimos el mundo a ser dominado o conquistado; en el ínterin del esquema evolutivo medió la guerra reformatoria, apuntando a hacer de hombres reyes y de reyes dioses. De hecho, un largo período de “paz” de la humanidad (con rescoldos hasta el presente) consistió en el uso de semejante mecanismo engañoso: entre sumerios los dioses gobernaban porque eran dioses, siendo seres vivientes procedentes de otros mundos, según las referencias míticas e históricas más antiguas que se conocen; entre egipcios, griegos y romanos, los reyes lo hacían porque procedían de aquellos, los dioses; y entre mortales, cuando ya era inconcebible que un simple simio barrigón fuese un dios (o procediera de ellos) y a los mineros difícilmente se les ocultaba que eran esclavos, se dice que un gobernante europeo se atrevió a rememorar que “el Estado soy yo”.

Es la guerra, pues, estado formal de la realidad. El mundo es un plano sobre el cual se mecaniza la triada fisiológica de la humanidad: opresor, dialéctica y oprimido. Llámese al opresor élite, hegemón o gobernante; dígase engaño, discurso, religión, ideología, educación o política de la dialéctica; y, finalmente, motéese al oprimido como esclavo, pueblo, creyente, ciego, cordero, cristiano,  trabajador, vulgo, revolucionario y hasta gobernante del inframundo, según la pictórica de que los esclavos viven entre las heces y pueden llegar a tener un líder cuando se sublevan. Cuando se tambalea la ideología dominante (forma pacífica de la contienda)  que suele ocultar o forzar tales diferencias de clase, entra en escena la cruenta guerra, sin tapujos ni mascaradas, hasta que se instaure el nuevo sistema de opresión, en gran medida compuesto por la amenaza del uso de la fuerza, por un lado, y el llano engaño, por el otro. Esclavos hay obligados y esclavos hay engañados, aparte de los conformes, cuota simétrica que ofrece la omnímoda naturaleza.

II

Nunca se develó el espíritu belicista de la naturaleza humana más que en la guerra de Troya. La afrenta causal fue el rapto de Helena; luego los troyanos ─para evitar la guerra─ ofrecen a los griegos devolver a la raptada y muchos presentes compensatorios; pero el propósito era que, al fin, no obstante las reparaciones de dignidad, Troya tenía que ser destruida porque desde milenios acaparaba una magnifica tajada comercial de los navíos que se dirigían al mar Egeo desde aguas del estrecho de Dardanelos. Y, en efecto, la guerra cesó cuando la ciudad fue sitiada y su pueblo esclavizado. El lector descubrirá en las breves ejemplificaciones la precisión marxista de que las guerras poseen un objetivo comercial y productivo, no obstante insinuar el escrito (con Clausewitz) que la motivación es política. Pero el hecho de que la esclavitud, en el tándem opresor-oprimido, es una unidad con valor político y económico, complace ambas perspectivas. 

La literatura señala ─así, didácticamente─ que la causa de la Primera Guerra Mundial fue el asesinato del archiduque Fernando Francisco y su esposa Sofia en 1914; pero todo adulto sabe que el asunto fue una pelea de mercados en tiempos en que la cofradía dominante (Inglaterra, Francia) andaba en quiebra y perdía espacios ante la bárbara insurgencia germana. Alemania, al final, debía ser puesta en su lugar, como en efecto ocurrió al cabo de la Segunda Guerra Mundial, independientemente de su estigmatización nazista: oprimida, dividida, esclavizada, pagando enormes reparaciones de guerra, monitoreada por la élite en su desarrollo tecnológico y militar, con una economía al servicio de cúpulas occidentalistas, hasta hace poco en desgracia por la ausencia de petróleo ruso, lo cual la retrogradó hasta los tiempos del siglo XVIII al reactivar viejas fábricas carboneras para obtener energía. Su cartilla ideológica es la Unión Europea (UE), hoy tambaleante, por cierto, dudosa en la retribución justa para sus vernáculos miembros en tanto es satélite de un país lejano como los EE.UU. Alemania, como ha sido su historia desde tiempos romanos, nuevamente hoy incomoda a la UE, esta vez con un crecimiento económico que sueña con pasar de mandadero a mandador, vale decir, de país esclavizado a país liberto.

Desde 1990 hasta 2003 la guerra se hizo porque se tenía hacer en Irak, según cristal visual del opresor, belicista por antonomasia, como se lleva dicho.  En el liso plano de su dominio, Sadam Hussein figuró una incómoda arruga que debió ser planchada hasta la muerte. Mientras guerreaba con su vecino Irán y bombeaba petróleo al mercado de la élite occidental, se perfilaba como un gobernante de inframundo controlado, hasta ejemplar en tanto se debilitaba a sí mismo y a la región con sus combates, según la máxima maquiavélica de la división para ejercer gobierno; pero se sublevó, dejó a un lado el credo del sospechoso derecho internacional y traspasó las fronteras de Kuwait (1990), tomándolo y cortando su casi gratuito flujo de petróleo a occidente, lo cual abarataba los precios y afectaba al Irak vendedor de ese rubro. Posteriormente, en 2003, se le incoó el expediente de poseer arsenales de armas de destrucción masiva para asestarle el golpe final.  “Funcionarios de los Estados Unidos sostuvieron que Irak representaba una inminente, urgente e inmediata amenaza a los Estados Unidos, a su pueblo y a sus aliados, así como a sus intereses“. Ese mismo año Irak fue invadido mediante una coalición multinacional, las susodichas armas jamás fueron encontradas y el país, con más de un millón de muertos por las acciones, fue reducido a un ideal estado de manipulación opresiva, infestado por la guerra civil y el expolio abierto de sus recursos naturales (anuencia ONU). Al presente es un Estado caótico, sin nativo timón central, poblado por dispersos esclavos o forajidos que pujan por salir de la mina en la fueron confinados.

La historia también cuenta que en 2011 Libia fue bombardeada por una coalición multinacional (liderada por EE.UU. y Francia)  para proteger a la “población civil” de sus propios gobernantes, según jerga resolutiva de la ONU. La página de Wikipedia ─la versión “oficial”─ se explaya en una nutrida y casi hermosa cobertura de una guerra civil presuntamente generada por el mundo árabe (Primavera Árabe) en contra de ellos mismos, minimizando reseñas de injerencia exterior, como la de Saif al Islam Gadafi, hijo de Muamar, quien “acusó a terceros países de intervenir en las protestas para perjudicar a Libia”. Pero no se cuenta por ninguna parte que este otro gobernante de inframundo, Muamar Gadafi, había obrado el milagro de unir políticamente a las tribus de su país, regentando uno de los países más prósperos del África, cometiendo el sacrilegio, esencialmente, de romper la cortina dialéctica de la paz al proponer reemplazar al dólar con el dinar (moneda libia) en las transacciones de compra y venta de petróleo. Su asesinato dejó servido al opresor un país recortado en tribus, maleable, rico en petróleo y caudales hídricos, como debe ser el perfil de todo lacayo o proveedor.

Como quiera que se revise, los derrotados quedan en un estado de esclavitud política, fortaleciendo la economía del vencedor al aprovisionarlo con sus riquezas naturales y geoestratégicas.

III

Venezuela, el país más rico en recursos minerales de la tierra, amén de su valor geopolítico y geoestratégico, no puede sustraerse de semejante dialéctica. De acuerdo con el uso, inmerso está en las preliminares de la guerra. Aunque no pueda catalogarse como ingenuo en virtud de su potente historia como país libertador, ni asentarse que recién rompió el velo dialéctico dominante para descubrir una condición esclavista, menos incluso si al presente socialista…; sorprende (por lo tarde) que en 2015 fue haya sido declarado como una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos de América”, como también fue declarado Irak en 2003 poco antes de la invasión.

“Las sanciones colocan a Venezuela como el primer adversario ideológico de Estados Unidos en el continente”, reza la narrativa de entonces, y una revisión histórica retrata al país con los velos dialécticos rasgados desde siempre: es el país de la guerra emancipadora, libertador de América por antonomasia; en 1829 Simón Bolívar ya propalaba que “los Estados Unidos [otro yugo diferente al español] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”; en 1902 a Venezuela no se le ocultó el papel conspirador de las transnacionales en la política interna, lo cual generó la suspensión de pagos al exterior y el famoso bloqueo naval de los imperios británico y alemán, además del reino italiano; con excepción de los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, durante casi todo el período de la llamada democracia representativa (1858-1999, época tildada de entreguista respecto del poder elitista),  Venezuela ejerció solidaridad con Cuba en su lucha colonialista contra los EE.UU.; en 2009 Venezuela se convierte en el primer país americano en reconocer el Estado de Palestina, honrando de tal modo su historial libertario en favor de los oprimidos.

Venezuela es, en fin, un contendiente más que un adversario, según uso y discurso de la declaratoria bélica de Barack Obama, sorprendiendo más bien que se hubiera tardado tanto semejante catalogación si se toma en cuenta la existencia de momentos más dramáticos para el  interés imperial de la élite dominante, como lo fueron los años comprendidos entre 2002 y 2009, cuando se propicia el desmantelamiento de la baza petrolera pro imperial y se reconoce al Estado Palestino, mediando en el ínterin expulsiones de embajadores estadounidenses e israelíes, además de ruptura de relaciones de Estado.

Sumado a ello, transita la senda del socialismo con su respectivo gobernante de inframundo (Hugo Chávez y su sucesión), lo cual antagoniza con la dialéctica colonialista de los EE.UU. en contra de la amenaza comunista en el mundo, tanto más en el hemisferio americano según especificas coordenadas de la Doctrina Monroe. Tácita es la comprensión de que en los tiempos de consolidación capitalista (edad contemporánea), tenía que destruirse esa suerte de suero de la verdad que es el marxismo, develador de las apetencias del opresor por los medios de producción y el esclavismo social. Y aunque el contagio socialista acaeció en el país bolivariano en una época en que otros eran los estándares de la dialéctica del dominio (terrorismo, narcotráfico, lesa humanidad), haciendo lucir como trasnochada la doctrina, la verdad es que el hecho se constituyó en un colmo de claridad inaceptable para un país desbordante de riquezas, de problemática conciencia histórica, que ha debido ser esclavo desde el principio de su existencia.

Faltando nomás la declaratoria de guerra formal, Venezuela está en guerra con los EEUU desde 2015, como monitoreada y asediada ha estado desde el bloqueo naval a sus costas en 1902 y el ascenso de Juan Vicente Gómez al poder  en 1908, quien, definitivamente, fue el testaferro que permeó el establecimiento triunfal de la Doctrina Monroe en Latinoamérica. Como ocurre con Rusia, con quien los EE.UU. no traza un disparo de modo directo, se utilizan otros escenarios y prácticas para el asedio, como Ucrania para el ataque físico indirecto y las sanciones para el ataque económico. China (Formosa), Corea del Norte (Corea del Sur) e Irán (escenario de tiro en elaboración) son los otros ejemplos de esta mecánica dual del hegemón para reducir al contendiente reacio a su medicamento ideológico: todos están bajo un régimen de sanciones económicas y, con la excepción de Irán, que perdió con Irak su contraparte, se les ha incoado un enemigo físico en sus fronteras. Se llama guerra asimétrica, no convencional, y al evento del millar de sanciones que ya han aplicado a la tierra bolivariana hay que sumar el proyecto de atacarla a través de Guyana. El hegemón utiliza la asimetría o no convencionalidad para entrar en batalla según su esquema de maquinación, esquema en el cual son otros los que afrontan en su nombre y reciben los disparos en medio del típico enfrentamiento directo. Con Guyana respecto de Venezuela se logró la completitud del ataque convencional, otrora concebido desde Colombia, pelele o testaferro frustrado hasta ahora por la historia como ocurrió con Irak respecto de Irán. Mientras las sanciones económicas operan su desgaste, el espectro de la guerra flotará en el éter para asestar lo que podría ser el golpe final u otra forma de prolongado señorío. Dígase al paso, atendiendo a la estructura y narrativa de esta dialéctica del dominio, que la llamada “asimetría”, de tanto serlo, se convierte finalmente en convencionalidad.

IV

La guerra se acrecienta en general, en el mundo, lo cual significa que los pueblos despiertan, se sublevan. El razonamiento del presente escrito, en apariencia pesimista, conduce a reconsiderar la maldad bélica y a santificarla en tanto es mecanismo de liberación. Adversa es la guerra para quien oprime y ve amenazada su dialéctica de la opresión, con la inevitable pérdida de sus esclavos e intereses. En tanto más extensiva guerra, menor es el concierto dialéctico de la sujeción en el mundo, quiebra inevitable del globalismo imperante. La guerra globalizada es, pues, el fin del mismo globalismo como sistema de gobierno mundial y puja por un cambio de época, lo que equivale a decir, de modo resignado, por un cambio de roles para el inexorable esquema opresor-dialéctica-oprimido. Nuevamente el oprimido ascenderá al poder, se hará rey y luego dios, implementando su mecanismo dialéctico para los fines. Naturaleza humana, perenne condición. 


REFERENCIAS DOCUMENTALES

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

 camero500@hotmail.com      @animalpolis

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