"Prefiero
a los tiranos de mi patria a los libertadores extranjeros" (Juan
Bautista Alberdi)
"Para
la economía, es imposible imaginar un sustituto de la guerra. Ninguna
técnica es comparable, en términos de eficacia, para mantener el control
sobre el empleo, la producción y el consumo. La guerra es y seguirá
siendo con mucho un elemento esencial para la estabilidad de las sociedades
modernas" (Michel Collon, “La Guerra Global ha comenzado”.
La Liga Antiimperialisita, 01/01/02)
El gobierno
de Canadá y los medios corporativos han dado un destaque excepcional
al 90 aniversario de la batalla de Vimy. En esa ocasión, tropas canadienses
combatieron del 9 al 12 de abril de 1917 hasta tomar una elevación
estratégica francesa en manos de los alemanes.
Ingleses y
franceses habían fracasado al intentar la conquista del promotorio
en el que más de 130.000 soldados resultaron muertos o heridos durante
los asaltos.
El gobierno
conservador tiró la casa por la ventana para conmemorar la fecha. El
primer ministro Stephen Harper viajó a Francia en compañía de una
importante delegación que incluyó hasta escolares y veteranos canadienses.
Al frente de tal representación, Harper asistió a la reinauguración
de un imponente monumento que recuerda la gesta, el Parque Memorial
de Vimy, que una reconocida Francia cedió a Canadá al terminar la
guerra. Además de la delegación oficial viajaron miles de particulares
canadienses. Acompañaban a Harper personalidades como la reina de Inglaterra
y su esposo, Felipe de Edimburgo, o Dominique de Villepin, primer ministro
francés. Los actos incluyeron un desfile de tropas canadienses en presencia
de Harper en la ciudad francesa de Arras.
Al hacer uso
de la palabra, Villepin y la reina se deshicieron en alabanzas a los
militares canadienses y a los 3.600 muertos y 7.000 heridos que costó
la reconquista de Vimy, sin olvidar las 66.000 bajas del país norteamericano
durante la I Guerra Mundial.
En estos días
hemos asistido a una enfermiza sobredosis de patriotismo. Con una aplicación
mística, desde Stephen Harper hasta Michaelle Jean, la gobernadora
general de Canadá, entre otras figuras, repitieron incansablemente
que esa victoria fue nada menos que el acta fundadora de Canadá.
Haciendo coro,
los conservadores han señalado incansablemente la similitud entre el
sacrificio de aquellos soldados que pelearon en Francia y los que hoy
lo hacen en Afganistán.
Y aquí aparece
claramente la razón de tanta exaltación patriótica: contrabandear
este sospechoso sentimiento cuando las encuestas indican que la mayoría
de la población se opone a la participación canadiense en Afganistán,
con el agravante de seis soldados muertos por la guerrilla talibán
el 9 de abril, en plena conmemoración. Esa semana morirían otros dos.
Así explicó
este sofisma Jules Dufour el 10 de abril: "Canadá está en Afganistán
por razones políticas y económicas, para conformarse a los diktats
de Washington y para servir a los intereses de las industrias de la
muerte. Se trata de una aventura guerrera preparada en colusión con
esas industrias. No hay nada mejor que participar en una guerra que
se dice «justa» para tener la conciencia tranquila." (1)
James Dormeyer
también se percato de ese contrabando cuando en una carta de opinión,
al referirse a los recientes bajas canadienses, afirma que "...la
mirada perdida del oficial canadiense evocando esas muertes me golpeó,
como si esos soldados por sí solos hubiesen tenido tanto peso, incluso
aún más que los miles de soldados caídos en las playas de Francia"...(2)
Entre la indignación
y la pena, en fin, muchos canadienses abrumados por esta bacanal mediática
y patriotera se han manifestado a propósito de este nacionalismo que
trata de introducir la cultura de la guerra en Canadá.
Dicho de otra
manera, el gobierno ha vuelto a hacer representar un papel testaferro
a Canadá, al secundar ovejunamente la agresión estadounidense en ese
sufrido país de Asia Central.(3)
¿A quién
quieren engañar con esta exaltación bélica y patriótica? Pretender
que la I Guerra Mundial fue una gesta en pos de la democracia, la libertad
y la justicia es subvalorar la capacidad de análisis de la gente, un
engañabobos de poco vuelo. Pueden engañar a algunos gracias al imprescindible
apoyo de Falsimedia, sí, pero el simple, doméstico sentido común
que Engels consideraba tan valioso como insuficiente, alcanza y sobra
esta vez para desnudar tal intento.
Ottawa, una
vez más en sintonía con la Casa Blanca y avanzando en la militarización
de la sociedad, ha inventado su propia Patriot Act, que ya ha levantado
olas de protesta por las detenciones arbitrarias de ciudadanos originarios
─naturalmente─ del "eje del mal". El carácter antidemocrático
de ese exabrupto jurídico se ha hecho dolorosamente palpable con arrestos
arbitrarios producidos al amparo de los siniestros "certificados
de seguridad", que impiden que el acusado de presuntos actos terroristas
tenga acceso a las pruebas en su contra ni de impugnar las acusaciones.
Sigue en una nebulosa el papel que cumplió Ottawa en los casos de varios
canadienses que denunciaron torturas mientras estueron presos en el
extranjero.
Canadá ya
derramó sangre afgana cuando todavía trataba de disfrazar su intervención
en Afganistán de "ayuda humanitaria". En 2002, un equipo
de francotiradores canadienses(4) mató a un número no revelado de
─según ellos─ "terroristas".
La implicación
militar directa en la que Ottawa se embarcó poco a poco, no es menos
nefasta que el hipócrita papel filantrópico inicial, porque éste
sigue siendo un importantísimo aval político que legitima una agresión
ilegal. En un artículo anterior que escribimos en 2006 (cita 4), se
evocó el ejemplo de un funcionario del International Rescue Committee,
sucursal de la CIA que se presenta como ONG.(5) El canadiense Fadi Fadel estuvo 10
días en poder de los chiíes iraquíes en 2004. La cobertura sensiblera
y amarillista de Falsimedia lo disfrazó de "trabajador humanitario".
Romeo Dallaire,
el senador y ex general canadiense que la ONU puso al frente de las
tropas de paz durante el conflicto en Ruanda, en 1994, también se sumó
a la campaña. Desde la altura que le confiere su prestigio Dallaire
pidió "responsabilidad", "sacrificio", "madurez"
y "abnegación". "Habrá más pérdidas", advirtió,
aclarando que además de significar el actual involucramiento de su
país varios sufrimientos, también significa "la sangre de nuestros
jóvenes". Dallaire se adelanta así a las reacciones previstas
ante el envío a Afganistán, en agosto venidero, de 2.000 soldados
canadienses de la base de Valcartier.
Es difícil,
en fin, que logren introducir ese culto guerrerista en Canadá, sobre
todo en Quebec, pero hay señales alarmantes. Militares y "peacekeepers"
canadienses han perpetrado abusos sexuales, asesinatos y torturas en
Haití, Afganistán, Kosovo y Somalia.
La participación
canadiense en Afganistán es una ofensa para un pueblo que no está
en guerra con nadie. El fervor patriótico que necesariamente debe justificar
este nuevo papel alcahuete que interpreta Ottawa oculta una vergonzosa
complicidad con los verdaderos terroristas, los neoconservadores de
Washington, a quienes este valioso apoyo les viene como anillo al dedo
para sus sueños de dominación y para seguir apoderándose de importantes
recursos energéticos que necesitan con urgencia para mantener el estilo
de vida más agresivo que ha conocido la naturaleza en millones de años.
La coartada
de la "guerra contra el terrorismo" no parece tener futuro,
y sólo se sostiene por la intervención de los medios corporativos.
Sin esa complicidad criminal, la invasión jamás hubiese podido prolongarse
5 años. Jamás.
El ejército
de Canadá lucha contra afganos que combaten a los invasores de su país
y a sus cómplices, y no hay ley en el mundo que impida esta resistencia,
aunque para Falsimedia tal resistencia significa terrorismo. A la humillación
de ser invadidos se suma la imposición de un gobierno impuesto a bombazos,
tan abrumadoramente cipayo que sólo una hipocresía a toda prueba puede
calificar de democrático.
Cinco años
de intervención extranjera en Afganistán han beneficiado principalmente
a los fabricantes de armas y a las compañías de mercenarios. La construcción
de un oleoducto que lleve petróleo barato de la cuenca del Mar Caspio
al Golfo Pérsico, el sueño del gigante petrolero Unolocal, podrá
ahora hacerse realidad. Casualmente, el presidente afgano Hamid Karzai
fue empleado de esta compañía.
Canadá obtendrá,
sin duda, valiosas migajas en estos terrenos. Ahí debe buscarse la
causa de tanta pasión patriótica.
http://www.mondialisation.ca
2 http://www.ledevoir.com/2007
4 http://www.macleans.ca/canada
5 Covert Network: Progressives, the International Rescue Committee, and the CIA. CHESTER, Eric Thomas, 1995, M.E. Sharpe.
agustin_prieto@msn.com