La soberbia propia de quienes se creen dueños del mundo, naturalmente, no conoce límites. Su licencia para requisar, amenazar, injuriar e invadir pareciera estar redactada en su escudo de armas, notable para todos, terrícolas y extraterrestres, porque habrá que suponer que hasta la vida fuera del planeta puede estar bajo su señorío, según insinúan sonrientes a la luz de la imaginería generada con los hallazgos científicos, según lo proyectado en su cultura hollywoodense o según lo que dé tumbos en la cabeza de los perros de la guerra, políticos que, a fin de cuentas, son los que gobiernan el imperio.
En tiempo pasado, Roma, la gran conquistadora, sintió sus rodillas doblegarse cuando Aníbal casi la hace morder el polvo. La sorpresa de la procedencia del ataque, la novedad de un recurso bélico como los paquidermos y el aguerrido temple del bárbaro lograron que algunas mentes más débiles empezaran a sugerir planes de rendición o compartición del imperio. Pero en lo que se refería a la nobleza, al cuerpo de los senadores, quienes imponían sus decisiones, no había rendición posible, sino resistir hasta el final, siendo cónsono con el historial conquistador y heroico de una nación que había nacido para la guerra.
En tiempo presente, con la diferencia del armamento, de destrucción masiva, encontramos a la nueva Roma encarnada en un conglomerado de tres países aliados: EEUU, Inglaterra y Francia, encabezado en su directriz por el primero. Con su lenguaje de presionar un botón para destruir e invadir mantienen una política de chantaje en el mundo, con las manos más libres aun en la medida en que sus posibles contrarios se encuentran desperdigados. China y Rusia son los únicos bastiones significativos de contraparte que quedan, bastiones que, inclusive en la comprensión de semejante verdad, no consiguen el modo de ensamblarse en un frente que paralice el propósito de unipolaridad que despliegan los aliados.
Poco a poco la triple alianza va borrando de la faz de la tierra los elementos de una probable y poderosa contrapartida, atacando pequeños países hoy, pero de segura oposición en una eventual y futura correlación de fuerzas en un conflicto. Irak, Afganistán, Irán, etc, son unos nombres, pero el asunto es que los países del eje aliado han ido más allá: han logrado llevar a su bando a países como Japón, otrora víctima de sus genocidios.
Los elefantes modernos de la barbarie, encarnados en el terrorismo, como se esfuerzan por hacerlo ver ellos mismos, lo imperiales, no constituyen gran peligro. Ha servido -peor-, contrario a su interés original de amedrentar al imperialismo, como telón de fondo para acciones de requisas, invasiones y despojos, que buscan desesperadamente el aniquilamiento de la verdadera posibilidad de combate contra ellos: bomba atómica y energía, o más claro, pues: arma nuclear, su fabricación. Así, en consecuencia, al día de hoy encontramos a la nación sojuzgada por fuerzas de combate (ONU y los aliados) que poco a poco toman sus espacios.
De modo que el quid del asunto opositor a la fuerzas imperiales queda concretado a dos cosas: la posibilidad de armar un frente nuclear con nuevos países actores, dado el desencuentro de los baluartes existentes, China y Rusia; o el retorno a la Guerra Fría, como en efecto hay señales de ello, ya en manos decisorias de Rusia, obligada a configurar un polo de países alineados bajo su batuta.
De otro modo, no hay posibilidad de hacer frente a los desmanes que los EEUU realizan en el mundo en nombre de la libertad y su desvencijada democracia. Los Aníbal contemporáneos tendrán que surgir de la unidad de los pueblos, compactados en una causa de la no opresión y defensa de la soberanía de cada miembro, y en el contexto de una nueva reflexión sobre las armas de combates, nada alentadoras para la salud mundial, según obliga el belicismo imperial. Enarbolaría la bandera de una libertad contra otra, harto conocida como opresora, invasora, expropiadora y sujetante a principios culturales exteriores.
Vista así las cosas, sin gran oposición en el mundo, no es de extrañar que la altivez imperial se encuentra en pleno apogeo, con dos objetivos claros: combatir la posibilidad de que el conocimientos de la construcción de armas nucleares florezca en países adversos e ir tomando el mundo imperceptiblemente, a través de políticas aplastantes desde el punto vista dialéctico como la defensa de los derechos humanos, la libertad y la democracia, hasta el grado que, eventualmente, queden huérfanos de alianzas los probables contrarios de peso, China y Rusia. Véase: no es casualidad que EEUU esté enfrascado en peleas con países como Corea del Norte, ya con su aparatico mata gente a escala masiva, con Irán y con cualquier otro que surja con discurso contrario a sus intereses de dominación, incluyendo a Venezuela. Israel, aliado del "eje del bien", posee un poderío nuclear no confesado, y que no se podrá confesar hasta el momento de una real conflagración que amenace su integridad debido a que mientras ese momento llega sirve como argumento de chantaje internacional con el tema del holocausto, antepuesto al pueblo árabe y esgrimible ante cualquier país que se le oponga.
No es posible esperar gran cosa del ego imperialista con respecto a los países del "patio trasero", quienes se revuelven en los actuales momentos operando cambios en sus políticas existenciales. Cuando el gran país del norte tiene el tupé de irse a los predios de la gran Rusia y opinar allá que el país no es muy democrática porque los poderes se encarnan demasiado en Vladimir Putin (13 sep: vista de Condoleezza Rice), no puede esperarse respeto a conceptos de soberanía en nuestros ámbitos, pequeños países por la obra y gracia de políticas destructoras de la dirigencia nativa, vendedora de conciencias. La injerencia de los EEUU en los asuntos de otros países es parte estructural de esa genética imperialista, que nace con la presunción de que el mundo les pertenece. Por ello sorprende Cuba -y siempre sorprenderá- como hito adverso erigido en las propias narices de los EEUU.
Pero ello tiene su explicación: Cuba es y ha sido posible en el contexto de un sistemático proceso de independencia, de definida ideología, combinado en un principio con movidas de piezas de alianzas con factores opuestos al imperio, no ajenos al tema del poderío nuclear. Recordemos la Crisis de los Misiles.
Una consideración del tipo anterior –que se tenga que hablar de armas nucleares- es lamentable en el contexto "civilizado" de los evolucionados años que corren. Pero como se ha dicho desde el principio, la suficiencia de los EEUU, con derecho a normar casi todos aspectos de la vida social de los países latinoamericanos, desplegante de un política de sostenimiento de las largas hegemonías que han vivido a su costado, no deja otra opción que buscar los elementos de freno al abuso: alianzas y armamento, específicamente nuclear. ¿Para qué engañarse?
Su altivez en el pasado los llevó a perder en Cuba un aliado, y a obligarla, en consecuencia, a alinearse con el polo soviético, dando lugar a la radicalización ideológica y a posteriores problemas como la Crisis de los Misiles; su misma arrogancia intervencionista está logrando lo mismo con Venezuela, para no hablar de Irán u otros: nuestro país, cuna de libertadores, tiene amor propio y sentido de soberanía y libertad, y en nombre de todo ello apuntará a su prevalencia y supervivencia. Venezuela busca, por consiguiente, ensamblarse en un sistema de alianza internacional, profundizando relaciones económicas y políticas con países que hasta hoy han estado lejos de la familiaridad tradicional: China y Rusia.
El asunto de la defensa, de necesaria consideración, pues nuestro país debe defender su soberanía y cuidar para los venezolanos los recursos naturales, indefectiblemente cae en el tema nuclear, único argumento de peso y de efecto racionalizador en el contrario. Es triste decirlo, pero el arma convencional es un juguete y a un tiempo una invitación para un país que por si sólo opaca cualquier consideración ética que se plantee. EEUU no encuentra freno sino en alianzas poderosas y bombas atómicas.
Venezuela tiene un largo camino que recorrer, más cuando proponga su derecho a beneficiarse del conocimiento y la tecnología nuclear. El camino de la autonomía, la soberanía y el respeto es largo entre tanta -y a la vez poca- gente que se cree dueña del mundo.
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