Mucho es lo que se ha alabado el sistema de relaciones natural de las cosas y seres. Nunca nos cansamos de hacer loas de la naturaleza y su perfecto ordenamiento de la vida. Poetas, filósofos y científicos se encuentran en todo tiempo que es imposible superarla y sus poemas o construcciones teóricas terminan siendo cojeantes imitaciones o copiadas fórmulas o esquemas de su modelo infinito. Los postulados platónicos jamás superan a su modelo, sino que, deslumbrados, aspiran a su trascendencia; los poetas viven frustrados por no superar su magnificencia; los científicos, como un Niels Bohr, por ejemplo, replican de ella inteligibles esquemas para explicar lo innominado o invisible, como la teoría del átomo a tráves de la gráfica del sistema solar.
¿Y entonces? ¿Por qué no vivimos como animales, pues, como parecen andar recomendando los centros imperialistas del mundo cuando ellos mismos se erigen en jefes de la manada o reyes de la selva universal con su capitalismo salvaje? Simple, habría que decir: la capacidad de asombro del hombre ante su universo no implica el sentimiento de autodestrucción propia en virtud de su deslumbramiento ante lo bello y perfecto, y sólo en medio de místicos estados de aplacamiento de su herencia animal logra el hombre burlar esos instintos de supervivencia que lo llevan a huir de la presencia de la bestia depredante. Hasta ahí el encanto, porque no puede ser bello ni perfecto aquello que te exige tu propia desaparición del plano de la contemplación y los deleites. ¿Entonce bello y perfecto para qué, para no ser disfrutado? Es una lógica animal, por cierto.
Ah, pero tal pareciera ser la prédica del gran sistema capital del mundo: convirtamos al mundo en una gran selva donde seamos leones que depredemos, mundo donde las presas, en nombre del sistema perfecto, estarán gustosas de contribuir con el cosmos. Vaya, vaya, y así el mundo es un descomunal sofisma: si lo natural es perfecto y tenemos luego que lo animal es natural, finalmente lo animal es perfecto, el modelo, nuestro modelo. El mundo de las pulsiones es el mundo, y ello aplica para la guerra, las relaciones de poder y el capital, en su descontrolada y libre naturaleza, como dios manda.
Vivir en medio de un mundo bipolarizado, como en la vieja guerra fría, constituye una traba para esa suerte de III Reich aspirado por el imperio; la selva, como ocurrió de hecho, tendría que ser dividida con marcas de orines territoriales. Pero vivir así constituye a su vez un mal menor en la idealizada marcha hacia la multipolaridad, que no es más que la conciencia mundial de no querer ser presa depredada, por más que se le afirme a gritos "Tu desaparición es necesaria para la supervivencia de nuestro sistema de valores democráticos, libertarios y humanos". Se aspira más a no ser depredado que a depredar, lo cual es más natural, si a la naturaleza vamos. No es creíbe que la víctima corra entusiasmada hacia las fauces del lobo.
Una vez que cae el Muro de Berlín, se desató el gran capital imperial, con su acuñada moneda de agujero de armamento. El mundo se sumió en la una vez viva unipolaridad –tiempo romano-, y la pieza de contrapeso que se perdió en el lago del tiempo, pareció sumirse en una especie de viaje reconfiguratorio. La antigua URSS y su camarada de países satélites pisaron el fango de la descomposición y los cambios, porque los esquemas del humano teorizar deben comulgar siempre con las rectilíneas emociones del hombre, a las cuales debe en el contexto de su tiempo afrontar sin pasar a ser lo afrontado. El capitalismo es de camino llano, de fácil paso, porque es muy simple (y pseudonatural, como se dijo) que el fuerte extermine al débil. El pez gordo al flaco, el gato al ratón y otras estupideces apotégmicas, pero reales. Una brutal cadena de alimentación propia para bestias, pero inaceptable para humanos.
Las doctrinas marxistas y socialista del mundo son al capitalismo lo mismo que la conciencia del hombre a su animalidad. El viaje de vacaciones de la faltante contraparte en los últimos veinte años así lo dejó claro. Se desbocó el ego, la posesión por la fuerza o por la compra. Como en la época del imperio romano, cuando los pueblos eran penetrados y puestos a pagar tributos, así se desató la ferocidad pan capitalista de los centros imperiales del mundo. El personalismo y el armamento se alzaron en ristre y se dispusieron con el poder de los presupuestos militares a convertir a la humanidad en un gran mercado para vender sus dominantes productos. El precio es pagar o pagar. Todo fue comprado, obligado y refundado. ONU al servicio, OTAN al servicio, G7 u 8 al servicio, tratados armamentistas al servicio, convenios de amistad y cooperación al servicio, convenios culturales al servicio. No hubo hueco terráqueo que no fuera marcado con la orina del imperio. El reinado de los mil años. No hubo pueblo opositor que no fuera masacrado y puesto gobernarse por lacayos, bestias feroces, modernos cancerberos del infierno de sus pueblos a quienes le dejan su ración de pan en un receptáculo con tal que no rompa la cadena. No hubo cráter que no fuera explorado, flor que no fuera secuestrada, reliquia que no fuera robada, fuente de agua que no fuera precisada para futuras acechanzas. Ni hablar del petróleo, en cuyo nombre se exterminan pueblos árabes completos y se cultivan como reses humanidades enteras. Nada extrañaría que al paso nos quedemos sin luna y sin anillos planetarios y, quizás, hasta sin la emoción de los poetas, divinizados terroristas de las palabras que siempre nos recordarán la imagen de un mundo más deseable y -¿por qué no?- posible.
No es fortuito que el niño inglés, gringo o agringado maneje un arma como juguete, como no es fortuita la admiración escolar por conquistadores pueblos del pasado. He allí el legado de la sangre y la moneda, cuando por el fuego y la espada se vive. No existe un césar que sea censurado por sus bajas pasiones animales, a título de soberano de imperios que rompe vírgenes y él mismo es sodomizado, como no existe un presidente estadounidense que pague por sus cuatro pecados, a título de león poderoso del mercado. Bill Clinton podría haberse fornicado a la Lewinski ante las cámaras televisoras y George Bush pudo haber llegado a los dos millones de asesinados, sin que ello tenga que llamar necesariamente a una sátira o crítica en su contra de parte del mundo encadenado. Se es súbdito, se es cadena "natural" comestible y se es pueblo embargado y punto, porque así enlata el capitalismo sus productos y humanas relaciones. No es cierto que el Imperio Romano cayese por obra y fuerza de los bárbaros. Se trata de una ilusión histórica, de un espejismo del pasado: el imperio está allí, incólume, con su augusto emperador y sus sátrapas regados.
Pero toda pasión llega a un fin y el mundo se apresta a un nuevo recomienzo, esto es, cuando la plaga requiere ser frenada y las zarpas de tigre territorializadas. Nuevamente se levanta el oso ruso del frío y se apresta también al agitador movimiento. Vientos de tundra en la intemperie son la flama de su llegada, especialmente frío en el ánimo imperial del momento. Mal menor -como se ha dicho- o mal necesario, es esta reedición bipolar, y si mal es cierto que en nombre de un equilibrio de fuerzas, como durante la Guerra Fría, se cometieron tropelías que barrieron grupos humanos, bajo el extremo unipolar pan anglosajón no es menos cierto que se barren hoy enteros países. Irak solo representa 6 millones de litros de sangre, suficientes para embaldosar un gran pedazo del Reino Unido. Bajo la bipolaridad puede preservarse al menos una virgen de ser tomada en contra de su voluntad, al sumarse a uno de los bandos, por obra y gracia del respeto al grupo rival, más cuanto si de vírgenes no hablamos. Como reza el dicho: "Todo tiempo pasado es mejor", y el añorante, perdido en medio de tétricas propuestas de habitable humanidad, si no toma el bando del cadáver o presa -oficial prédica capitalista-, lo hace con el bando de lo aún vivo.
Y es un hecho en efecto. El presidente de los EEUU realiza hoy una gira por el Medio Oriente, Israel, Líbano y Palestina, oteando una tierra nutrida por la sangre de la guerra derramada de la mano de sus propias ambiciones, nada humanas y todo corporativas, como es propio de los negocios. Está preocupado por la constricción de su mandato hasta la exclusiva zona del planeta -se dirá- y no hasta el espacio mismo. La galaxia. No puede comprender cómo es que un país provisto de un arsenal exterminador no haya podido contra aldeanos y reses del Medio Oriente. Pululan aún animalitos por los desiertos y el camello parece haberse transformado en un símbolo de lo indestructible. El león o águila imperial no tendría que ser quebrado en su cadena alimentaria, vale decir, de mando. Allí, en el Medio Oriente, cuna de las civilizaciones más antiguas de la humanidad y patio natal del predicador más influyente de todos los tiempos, hay petróleo, oro negro en especial, y espacio estratégico para la prevalencia universal del Reich planeado. Debe ser tomado... O debió...
Pero allí mismo termina la historia del lobo feroz campante del planeta, cuando el mismo, el lobo norteamericano, se ha visto en la necesidad de caminar sus ardientes caminos. La historia toma un vado inesperado y la nueva Rusia levantada pertrecha una alianza con el otro país amenazado por el imperio: Irán. Sin duda una gran derrota y un final de algo todavía innombrado. Y un respiro, de algún modo, para mucho oprimido del mundo listado en la cola para ser parrilla. Resuenan en los recovecos de la memoria la Mesopotamia descuartizada y la Persia ahora en plan de alzado vuelo. Como se dijo arriba, señor presidente norteamericano, no es fácil aceptar su pintoresco poema sobre gacelas que huyen despavoridas por el africano Serengeti resistiéndose a lo irresistible: ser pasto carnal de sus huestes felinas. El humano se resiste y ello constituye una traba para el humano mismo. Usted no es la excepción.
Cuando el presidente de los EEUU se va al Medio Oriente provisto de su discurso caza terrorista, el cual manipula para el engaño y la burla de la condición humana, lo hace en el plano del general que regresa al escenario de su derrota, para examinar su ego. Lo de Rusia e Irán es grave para sus intereses y amor propio, más cuanto el país de las heladas suministra el uranio para los reactores nucleares. Es un colmo. Las aristas de su discurso fementido, desde la fábula de las armas de destrucción masiva en Irak, parecen no querer seguir rasguñando. Ni siquiera a los suyos. Peor aun cuando hay por ahí otra pila de países petroleros renuentes a la condición de víctimas -entre ellos Venezuela: otro alzado- que puede engrosar la alianza. Cosa seria y grande para el capitalismo imperializado.
Hasta en su propio país ya hay bocas que no se comen el cuento de país en guerra contra el terrorismo, el país guardián amado del mundo y otras idioteces sobre la libertad, la democracia y los derechos humanos, arrasadoras de pueblos. Ya desde hace rato le resulta al Departamento de Estado hacerle creer a los otros animales selváticos que los estadounidenses son bienvenidos y bienamados en todas partes. Es una desgracia para con un pueblo, inocentemente engañado. El presidente George Bush ha debido marcharse a su patria quizás recordando las proféticas palabras de lo que se gesta en su propio terruño imperial: una generalizada toma de conciencia y abrir de ojos a los hechos, claramente y sin discursos, prometedores de cambios, así como el izquierdismo mundial se sumio en el lodo de las reflexiones. El engaño, pues, develado en marzo de 2.007 por el obispo de la United Catholic Church en Melbourne Beach, Florida, Robert Bowan, de modo muy doloroso para la autoestima en momentos de derrota. George Bush lo recuerda certeramente, porque en él está inspirado:
“Usted dijo que somos blanco del terrorismo porque defendemos la democracia, la libertad y los derechos humanos del mundo. ¡Qué absurdo, Sr. Presidente! [...] Somos blanco de los terroristas porque, en la mayor parte del mundo, nuestro Gobierno defendió la dictadura, la esclavitud y la explotación humana [...] ¿En cuántos países agentes de nuestro Gobierno depusieron a líderes popularmente elegidos, sustituyéndolos por dictadores militares, marionetas deseosas de vender a su propio pueblo a corporaciones norteamericanas multinacionales? [...] Una vez tras otra, hemos destituido líderes populares que deseaban que las riquezas de su tierra fueran repartidas entre el pueblo que las generó [...] En lugar de enviar a nuestros hijos e hijas a todo el mundo para matar árabes de modo que podamos tener el petróleo que existe debajo de sus arenas, deberíamos para que reconstruyan sus infraestructuras, proveerlos de agua limpia y alimentar a sus niños hambrientos [...] En vez de sostener las revueltas, la desestabilización, el asesinato y el terror alrededor del mundo, deberíamos abolir la CIA y dar el dinero que ella gasta a agencias de asistencia. Resumiendo, deberíamos ser buenos en lugar de malos, y de serlo, ¿quién iría a intentar detenernos? ¿Quién nos odiaría? ¿Quién nos querría bombardear? [...] Ésa es la verdad, Sr. Presidente. Eso es lo que el pueblo norteamericano precisa escuchar" (Citado por Néstor Francia: “La maldición capitalista de los Estados Unidos” en A plena Voz: Revista cultural de Venezuela. – (2.007) nº 35-6 ; p. 14-5)
Quizás sean éstas las palabras de una presa de la cadena alimentaria antes de ser devorada. Porque de tanto que todo es reciente, la vida sigue siendo una jungla.
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