Tiene Esopo una fábula que narra la tristeza de una zorra por perder su hermosa cola en una trampa de cazador, pero tristeza que se ve obligada a convertir en presunción defensiva cuando asiste a una fiesta y mira cómo las demás zorras la ostentan con orgullo; "Me vi obligada a cortármela" -contesta presumidamente cuando le preguntan-, "¡Era tan molesta! Se me llenaba de tierra. ¿No entiendo por qué todas ustedes no hacen lo mismo?". Suerte de cápsula psicológica, de autofraudulencia, mezcla de fracaso reconocido con terapia autohipnótica, habrá de ser la realidad personal del presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, con su reciente aventura del bombardeo a Ecuador que implicó a cuatro países en discordia (EEUU, Ecuador, Venezuela y Colombia misma) y que trascendió a instancias de la Organización de Estados Americanos (OEA), rozando también las instancias de la Corte Internacional de La Haya, para no hablar de guerra.
Quizás él oiga, cuando se arregla el cuello de la camisa ante el espejo, el jolgorio de la celebración de quienes lo azuzan hacia la agresión y la violencia contra sus propios hermanos latinoamericanos, con expresiones como "Es un gran estadista", "Es el hombre fuerte de América Latina", "Al contrario, su experiencia con los paramilitares lo afinó para ser presidente", "Gran demócrata", "Lucha contra el terrorismo y el narcotráfico", "Humanista por antonomasia", "Conoció a Pablo Escobar Gaviria, trabajó para él y eso lo curtió", "Su padre murió asesinado por la guerrilla, y ello es una causa noble de cobro de deuda", "Correa y Chávez son narcoguerrilleros y no le llegan ni por las patas". EEUU empujándolo arteramente con oraciones melifluas (que no len ha servido ni para que le firmen el ansiado TLC) hacia la provocación político-militar en América Latina, como para corroborar hasta dónde los países de estas latitudes podrían reaccionar en conjunto en contra la agresión, amén de sabotear la estratégica posibilidad de integración latinoamericana; Colombia, en su pasta mantuana apoderada del poder, defendiendo la concha de sus privilegios; y Venezuela, en su rama opositora, extendiéndole una mano de socarronería mediática que roza con la traición patria y se soporta en el afán inconmensurable de derrocar al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías.
Todos, en fiesta zorruna -se dirá-, coinciden en hablar de victoria política, casi militar, para Colombia y su presidente. Como en el cuento de la zorra con la cola, se tiene en menos, autoengañosamente, el episodio de que un líder de un Estado haya tenido que pedir perdón público por sus acciones, y se esfuerzan por presentarlo como un inteligente ardid de la doblez personal y política del sucesor de Santander. "Es un genio -repiten con convicción-: tira la piedra y esconde la mano. Mientras habla de paz y contrición, gana tiempo, hace la guerra y mata más guerrilleros." De la estirpe de Francisco de Paula Santander y su criminalidad contra Bolívar y la integración suramericana. El tío es sabio. Escenifica un vacilón entre su ministro Santos, el diario El tiempo y su propia figura presidencial para despistar la responsabilidad final. ¡Qué genio! Porque al fin y al cabo lo que importa es ganarnos el amor yanqui, cual hemos amarrado cortito y a la pata de un roble."
Y de lo anterior no hay duda, es decir, en ese suyo comportamiento, heredado de lo gringo y su pasado maquinador paramilitarista, de asesinar mientras pide perdón por sus crímenes ante la OEA. El ejercito colombiano seguía atacando, burlescamente, dando muestra que lo que hacia su presidente ante tan importante instancia internacional, no era más que un papelón de guión aprendido al caletre. Para el 2.008, los perros y halcones de la guerra norteamericanos, ante la caída del ingreso monetario con la frustrada guerra que le habían deparado a Irán, han cerrado filas contra América Latina buscando una guerra contra Venezuela, donde, de paso, tendrán la posibilidad de derrocar a Hugo Chávez y matar la integración boliviariana, con Colombia como cabeza de playa. Es un hecho notorio que el Pentágono ha aumentado su asistencia militar a Colombia, y Colombia por su parte ha triplicado para este año su presupuesto militar, representativo del 6,5% de PIB, contrastando con el 2,1% correspondiente al año 2.000. Obviamente, todo este cuadro de señales (provocación, guerra, dobles discursos, más plomo que comida) constituye una sintomatología de buenos augurios que se traduce en una garantía de permanencia para la enquistada dirigencia política colombiana y en una promesa a plazo de la defenestración de Hugo Chávez para el oposicionismo venezolano: el apoyo y amparo de los EEUU. "Vamos por buen camino", se trafican entre ellos, sonrientes.
Pero la pregunta es, volviendo a la fábula de la zorra, ¿cómo hará Álvaro Uribe para espantarse la moscas del trasero a futuro, desprovisto de cola, como quedó? ¿Hay realmente un triunfo para el Estado y su presidente colombianos? ¿En verdad es efectivo eso de autohipnotizarse repitiéndose en voz alta ante el espejo que se es un genio y gran estadista, con eco de la voz en los medios de comunicación de los EEUU y Venezuela, CNN y Globovisión? ¿Acaso logró implementar Uribe el concepto de guerra preventiva en América Latina como para celebrar en alta voz, a imitación en santo y seña de la política guerrerista estadounidense, quien es el real gobernante de Colombia? ¿Acaso logró Uribe probarle a su gran protector, los EEUU, que los países suramericanos son un témpano de brazos cruzados ante las provocaciones militares, guión del globo de ensayo encargado al presidente de Colombia? ¿Logró Uribe demostrar que la OEA persistiría en su estado de tradicional inutilidad política ante la eventualidad de una agresión contra un país miembro? (Peor aun: hizo descubrir que la OEA, un organismo milenariamente vendido al interés norteamericano, tiene sucedáneos y sustitutos inmediatos, como la Cumbre de Río. De cualquier modo, es una organización que muere). ¿Dejó en claro Uribe a ojos gringos que no priva el concepto de solidaridad entre los países del continente ante las provocaciones extranjeras y titiritescas? ¿Derrotó acaso a la FARC y generó una ola de repudio mundial que cinceló con más fuerza la tesis guerrerista de la política estadounidense contra el terrorismo, logrando que todos los pueblos de la tierra catalogasen a la guerrilla como terrorista?
¿Hay, en algún lugar, algo de ello? ¿Se puede hablar de alguna ventaja en la pérdida de la cola de la zorra de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, cuando hasta la muerte de un jerarca guerrillero le sale como tiro por la culata? ¡Oh, oh! Al contrario, Uribe esta confeso de crímenes de lesa humanidad con su reconocimiento de autoría en la sede de la OEA (23 asesinatos), faltando no más que esté convicto, salvado temporalmente por su inmunidad de jefe de Estado. Desde ya así lo perfilan los grupos estudiantiles y padres mexicanos, familiares de las víctimas de la masacre de Putumayo, que le preparan al Estado colombiano una demanda internacional contra acciones premeditadas de asesinato. Se le devuelve a Uribe su tesis de llevar a otros a instancias de tribunales internacionales. En un futuro próximo, cuando expire su mandato, no será posible que un medio de comunicación colombiano o venezolano difunda una apología genial de su relación paramilitarista sin ayudar a cavarle su tumba política, como hacen en la actualidad para halagarlo, descaradamente, apenas cuidando que hablan de un nunca visto gran genio histórico insólito paramilitarista en el universo.
Nada de eso; en breve, si Colombia no se afianza como protectorado estadounidense en América Latina, con férreo control interno de la disidencia política, el presidente colombiano se verá en el trance de mudarse a los EEUU para evadir la tramoya hipócrita de la propia justicia de su patria, haciéndole compañía en el exilio a los cubanos mayameros y a los venezolanos golpistas que mean en la mar gringa. Demás estaría decir que, como Posada Carriles, le acarreará a EEUU un dolor de cabeza como país albergue de terroristas confesos. Por algo será que los gringos desde ahorita se cuidan de firmarle el TLC a Colombia, recelosos de lo que esta implica a futuro: otro tiro por la culata. La otra opción es que, sincerándose y para sobrevivir, se asimile de una vez por todas al paramilitarismo y desate, con EEUU a espaldas, un derramamiento de sangre terrible en Colombia. La cosa se le complica.
Ni qué hablar de los esfuerzos que haga el genial antioqueño para quitarse el pesaroso estigma de encima, recurriendo a la farándula para ayudarse, como el teatro recientemente montado con los antichavistas confesos de Juanes, Miguel Bosé y Alejandro Sanz, en el llamado concierto titulado "Paz sin fronteras", ubérrimamente celebrado por la oposición venezolana, como si se tratara de una descomunal marcha antichavista, con Premio Nóbel de la Paz y todo propuesto para sus organizadores. Pero parecen esfuerzos en vano, por más que hubiera seguido el libreto de asistir al evento para no politizar el concierto. La realidad es que hoy mismo, que el cuento no ha terminado, la figura de Álvaro Uribe Vélez, se presenta como un concepto político en fuga, asimilado al paramilitarismo descarado, con una gestión fraudulenta de cara a la guerrilla, hoy más saludable que nunca, a pesar de la bajas sufridas en el pasado reciente, con victorias política incuestionables en el plano internacional, donde es cierto que no ha logrado un estatus reconocido de fuerza beligerante, aunque tampoco el de terrorismo generalizado, como lo pide los EEUU y la misma Colombia. Por el contrario, con 600 retenidos en su poder, obliga al Estado colombiano a las negociaciones ante la instancia de otros países, haciendo trascender al ámbito mundial la problemática colombiana y la inoperancia de un gobierno como el Álvaro Uribe en la materia.
Se trata de una derrota aplastante, más si se recuerda que el hombrecito antioqueño fue el "candidato del pueblo contra la guerrilla" cuando se lanzó al ruedo electoral, o, como vale decir, el candidato de la paz para la Colombia. ¡A buen fiasco, paisa!
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