De nada vale negar la realidad cuando su evidencia es contundente. A lo sumo sirve para mantener un estado de saludable moralidad ante situaciones adversas, como se hace en una guerra cuando no les comunican a los soldados combatientes los daños infligidos por el enemigo a sus filas, las bajas sobre los puntos estratégicos de su ejército. El propósito es avanzar, mantener la moral, el alimento del espíritu, a quien poco importa la vida de su propio cuerpo si las idean gobiernan en la cabeza.
No es que los soldados no intuyan o desconozcan de su situación desesperada; pero se trata de que no racionalicen el desastre, porque el contagio de una derrota a priori es una autentica enfermedad: deserciones, suicidios, rendiciones. A nadie favorece, ni al soldado mismo, que se muere de una vez por todas. Por ello a un buen soldado en estado de guerra −al menos desde una óptica clásica− no se le puede dejar tiempo para pensar “liberalidades”, permanentemente sus mandos mayores dosificándoles la información sobre la realidad, dejándole conocer únicamente lo que requiera para la estricta ejecución de sus misiones. Son figuras técnicas, inmunizadas contra la enfermedad de la derrota psicológica, esa misma que se alimenta del análisis de las evidencias mundanales.
Su mandato es ver lo que haya que ver a objeto de mantenerse saludable para cumplir la misión, esquema mismo de la psique humana cuando intenta protegerse de lo que anuncian los signos adversos exteriores −negándolos− a objeto de no permitir lesiones a la autoestima. La salud a cómo de lugar. El mismo mecanismo de elaboración de los sueños que describiera Freud; el mismo esquema de los mecanismo de defensa psíquicos, descritos por Melanie Klein y Anna Freud, posteriormente. Pero una salud cimentada sobre una base virtual, falsa, a modo de ídolo con los pies de barro, cuando su certificación no se circunscribe estrictamente a los factores de combate o en guerra. Una salud enferma cuando sus portadores (aquejados) son quienes precisamente están llamados a mirar, ver, a objeto de promover una conciencia de la alerta: los medios de comunicación y la dirigencia política.
Semejante enfermedad del soldado parece vivirla Venezuela en la actualidad cuando su dirigencia política encuentra objeciones para colocar sobre la mesa que el país está próximo a una agresión extranjera, arteramente trabajado en ese contexto de la desestabilización continental que es Colombia, el país vecino de las siete plagas. Vía medios de información −no los adversos políticos, como es lógico− se difunde una falsa certificación de salubridad que a no dudar habrá de atentar contra el soporte mismo del proceso de cambios que se opera en Venezuela. "¡La revolución está blindada con el apoyo del pueblo!", se oye exclamar optimistamente, cuando a la noción misma de "pueblo" se le quiere dar el mismo tratamiento que al soldado y como que no se le quiere dotar de la herramienta informativa que procure su participación, reacción, racionalización o prevención. Existe una amenaza concreta de guerra, y esa matriz de información no se ha propalado entre las masas (¿cuál es el tabú?), hecho que políticamente pasará factura hasta en el caso de la menor incidencia en la frontera. Se protege una estabilidad bajo un fondo de guerra. Desenmascar y racionalizar en modo alguno significaría irresponsabilidad sino compromiso sano con la verdad y el país.
Se dirá que el gobierno es culpable, que es una gestión de guerra y ajetreo para Venezuela; que el venezolano, ignorante y por lo tanto sorprendido ante los roces de guerra, no ha tenido nunca que estar batiendo ninguna batalla contra los saltimbanquis gringos. Por supuesto que de semejante situación defensiva de "paz pública" comen y ganan los factores adversos, como los medios políticos conocidos, cuando callan y así facultan la preparación de unas condiciones de agresión para el país. "¡Patria, socialismo o muerte!" también se oye exclamar cuando, como una oración de exorcismo, se quiere obviar la evidencia de un hecho nada comulgante con la estabilidad procurada. Es decir, una paz que, a fuer de tranquila, no es más que la peligrosa paz de los muertos. En política, existiendo el lugar para los sueños, no lo existe para su connotación singular.
El intelectual saludable prefiere celebrar el momento a arruinarlo con anuncios de pájaros de mal agüero. La publicación de una nota analítica sobre una agresión a Venezuela es ocasión para caerles a hachazos al leño −como han hecho con algunos escritos de alerta de Heinz Dieterich, por ejemplo−. La emisión de unas palabras pesarosas en algún medio de comunicación es expresión de una también pesarosa enfermedad de pesimismo, manía, complejo de persecución o neurosis. Cierran la ventana para que el brillo de la vela no se apague.
Aquí no se trata de que la gente no se entere con miras a mantener una alta moral de la convivencia ciudadana, pseudo sintomatología de una situación política estable. No se trata de llamarse a engaños ni de ensimismarse en charcas de egos enjundiosos. Aquí la situación es al revés, no teniendo nada que ver con aquellas historias ejemplares de moral que nos enseña el pasado como, por ejemplo, el cuento de los japoneses −durante la II Guerra Mundial− que seguían atacando a los norteamericanos, ignorantes de la bomba atómica detonada en su país y de la rendición de su emperador; ni con las frecuentes técnicas de ocultamiento de las bajas militares que sistemáticamente aplican los mandos ingleses o estadounidenses, a efectos de no herir el ánimo de combate de sus tropas en misiones. Se trata de lo contrario: alertar, concienciar, explicar, ganar... Si se quiere, para complacer a aquellos felices más radicales, picar un poquito, con una leve punción, la naturaleza confiada del pueblo. Para el caso, un gobierno que no informa a sus gobernados, podría ser víctima de lo que calla. Si hay amenazas es más sano combatirlas con el reconocimiento cabal de su problemática.
Se busca una sinceración, la propalación de una preocupación si se quiere sana, o al menos más saludable que andar ocultando o no queriendo ver las evidencias de los críticos vientos de guerras que una voluntad internacional e ideológica pretende acarrear para Venezuela. No tendría que ser necesario que una situación como la del 11 de abril de 2002 se vaya acercando elusivamente hacia su consumación sin ningún tipo de prevención o accionar. El mismo analista mencionado arriba, Heinz Dieterich, acaba de alertar sobre una cercana agresión contra Venezuela.¹ Es que el análisis conlleva a concluir que una fatal copa brinda en la oscuridad por una guerra para nuestro país. En modo mundo se procura alarmismo, porque su preocupación no se funda sobre una ciencia cierta. El alarmismo es una planta que no chupa de la realidad, como los rumores o chismes; del mismo modo que los óptimos arrestos de un soldado, cuando todavía sigue luchando un batalla perdida. El quijotismo nunca ha sido un arte de realidad.
A la apreciación del citado analista (considerado como pájaro molesto de mal agüero, al que me sumo entonces) de que en la destrucción de la guerrilla colombiana y movilización de la IV Flota de la Armada en el Caribe hay descubrir la determinación de "vida o muerte" de los EEUU de preservar su influencia en América Latina, habría que sumar lo siguiente, largamente argumentado por quien escribe²:
a) EEUU tiene las manos más libres para América Latina y Venezuela desde su desistimiento de invasión a Irán, allá en el Medio Oriente,
b) George Bush se va con una imagen por el suelo, sin tener nada que perder, comprometiendo a la gestión inmediata venidera con una guerra. Una guerra para él es sólo un procedimiento. Hoy propone una contra Venezuela.
c) Obama apunta a ganar las elecciones en EEUU, corriéndose la tesis de aprovechar la ocasión los factores tradicionales del poder para lanzarle a esta persona "de color" todos los "muertos" y desaciertos políticos de las gestiones de gobierno, incluida la recesión y el malestar popular por las guerras que sostienen en el mundo.
d) Dentro de la geoestrategia del Pentágono está la toma o custodia de los yacimientos energéticos del mundo, política que contempla como necesaria competencia la lucha contra el otro monstruo que importa energía en el mundo: China. Se sabe que China aseguró excelente influencia en Birmania en este sentido, además de que crece significativamente en América Latina, el "patio trasero" gringo, especialmente en Venezuela.
e) Existe el antecedente de actuación sin el visto bueno de la ONU y sin argumentación alguna, como lo demuestra la invasión a Irak y las armas de destrucción masiva jamás encontradas. EEUU no requiere justificaciones ciertas para emprender guerras; le basta con el espoleo de su necesidad y supervivencia, mismo que disfraza con campañas mediáticas superpoderosas y el apoyo interno de grupos enajenados en los países asediados. Sin embargo, para el caso que nos preocupa (Venezuela), EEUU ya cuenta con una feliz argumentación de guerra: la vinculación de su presidente con los tópicos del narcotráfico y el terrorismo. Con el modelo del Manuel Antonio Noriega en la mente, vienen por el Presidente de la República (corrieron la voz de que Noriega tenía una plantación de alucinógenos en el patio de su casa); con el modelo de los Balcanes en mentes, vienen también por el petróleo del Zulia, por su base militar en la Guajira, por un gobierno conjunto sobre América Latina con las oligarquías colombo-venezolanas.
f) La invasión procedería desde Colombia, país que, como Bush, nada tiene que perder en su oligárquica dirigencia. Está en descomposición institucional por causa del problema narcoparapolítico. Intenta salvar el pellejo para seguir en el poder y sobre las tradicionales prebendas, ser sostenido por el ejército norteamericano encima del coroto político. Ya ha iniciado operaciones de hostigamiento en las fronteras. Ya ha atacado a Ecuador, ya pretende moverse en la Guajira, ya recibe aterrizaje de aviones norteamericanos desde el Caribe. Una invasión desde este país no descarta que se consideren otras medidas fulminantes, como una operación comando contra el Palacio de Miraflores. O la simultaneidad.
De manera que no tendría por qué justificarse tanta inoperancia informativa y tanta orfandad de conciencia entre las masas, de tener algún viso de realidad lo anteriormente expuesto. Venezuela es casi un país en guerra (¿a qué engañarnos?), y el trabajo que haya que hacer con el pueblo, tendría que hacerse también con el colectivo diplomático internacional, así como en el seno de las Fuerzas Armadas, donde la cátedra de la previsión y el alistamiento tendría que ser la primera materia. Y a propósito de lo militar: La reciente incursión del avión S-3 Viking norteamericano, de guerra antisubmarina, dotado de potente radar, fue a un tiempo parte de una táctica bélica de hostigamiento como una demostración de indefensión nacional. Tenía que ser detenido y obligado a aterrizaje; ¿dónde estaban los cazas F-16 y los flamantes Sukhoi, recientemente adquiridos? Hacerse de la vista gorda para traducirnos que no somos objetos ya de hostigamientos de guerra por parte de los EEUU y Colombia, no parece ser una buena estrategia de salud mental.
Por supuesto, para el caso −felicísimo− que resulte infundada la preocupación esbozada en esta líneas, manifestamos nuestra disposición a pedir excusas, no queriendo ser tildados como malvados arruinadores de fiestas, pájaros de mal agüero o bichos enfermos que ven en otros enfermedades. Procuraríamos, más bien, sumarnos al bando de los eternos felices, despreocupados soldados de la república.
¹ "Heinz Dieterich cree posible un ataque contra Venezuela" en Aporrea.org [en línea]. 29 mayo 2008. Págs.: 1 pantalla. - http://www.aporrea.org/tiburon/n114786.html. - (Consulta: 31 mayo 2008).
² Oscar J. Camero: "Venezuela y su petróleo gringo o los designios de una guerra" en Animal político [en línea]. 28 mayo 2008. Págs.: 10 pantallas. - http://zoopolitico.blogspot.com/2008/05/venezuela-y-su-petrleo-gringo-o-los.html. - (Consulta: 31 mayo 2008).
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