Aunque los tratados internacionales, a la hora de la verdad, de poco sirven cuando los intereses se conjugan con la superioridad militar, era muy importante para Venezuela lograr el reconocimiento de su independencia por parte de España. Por eso el general Páez exclamó a finales de 1833: Alabado sea Dios, ha muerto Fernando VII. La gente suele imaginarse que después que Páez expulsó a los españoles de Puerto Cabello en 1823, y que las fuerzas imperiales fueron vencidas en Ayacucho al año siguiente, la emancipación era asunto concluido, y no era así... España, aunque había perdido poderío en relación a Francia e Inglaterra, seguía siendo una potencia mundial, y continuó siendo hasta 1898, en que es derrotada por Estados Unidos.
Aun-que España ya no era potencia de primer orden. En 1861, una flota española con seis mil infantes tomó Veracruz en México al mando del general Prim. En ese momento era aliada de Inglaterra y de Napoleón III, emperador de los franceses, que so pretexto de poner paz en el hermano país, según solicitud de la oligarquía mexicana, se lo pensaban repartir limpiamente. Una década antes los españoles invadieron la Cochinchina en el Lejano Oriente, y también se apoderaron de Marruecos con un pretexto en cierta forma baladí.
Hacia 1840 existían en Venezuela bandas armadas, como la de Dionisio Cisneros, que se decían realistas, y en los sectores claves de la política había numerosos monárquicos, partidarios de la Restauración. De modo que no era cosa de gallo muerto el peligro de que a España le diese por recuperar el imperio perdido. Como lo observaron con sobradas razones diversos estrategas, de haberse enviado una flota española con o sin la ayuda de La Santa Alianza, Venezuela, hubiese sido la cabeza de puente, el lugar obligado para el desembarque, con todos los males imaginables para nuestra joven nación.
Afortunadamente, para nosotros –y he aquí la importancia de relacionar la historia de Venezuela con los sucesos mundiales- el gobierno de Fernando VII, desde que subió al trono en 1814 hasta su muerte en septiembre de 1833, fue un verdadero desastre, sumiendo a España en la guerra civil, lo que le impidió la aventura americana. Aparte que Fernando, el rey entre cuyas manos se deshizo el imperio americano, jamás hubiese consentido en el reconocimiento de Venezuela. Por eso se entiende la expresión de Páez al enterarse de su muerte. En esos tiempos era Capitán General de Madrid nada menos que el general Canterac, el mismo que comandó los ejércitos realistas en el Perú, y que al pasar por Venezuela con las tropas de Pablo Morillo fusiló cientos de venezolanos, entre otros al hermano del Mariscal Sucre. A la oficialidad española derrotada en el Perú, y entre otros a Canterac, la opinión pública la acusaba de ineptos y de ser responsables de la perdida del imperio. Los llamaba despectivamente los “ayacuchos”.Canterac, a quien no le faltaba valor y decisión al igual que al resto de los ayacuchos, penaba “por sacarse el clavo” como se dice en criollo, abogando constantemente por una expedición reconquistadora. Canterac fue asesinado a balazos el mismo día de su alzamiento a favor de los carlistas derrotados años más tarde, con lo cual se amainó el peligro que se cernía sobre nuestra joven república. Hasta el 30 de marzo de 1845, en que España reconoce nuestra independencia, la llamada Madre Patria mantiene vivos sus derechos sobre Venezuela.
En 1836, el Congreso español reconoció la soberanía e independencia de las antiguas colonias de América, con la excepción de Venezuela. La nostalgia colonial tuvo sus brotes con la momentánea anexión de Santo Domingo y la desgraciada guerra del Pacífico en 1866; la flota española del Pacífico al mando del almirante Méndez Núñez bombardeo Valparaíso en Chile, y el Callao en el Perú.
En Cuba fueron exterminados a sangre y fuego varios intentos de emancipación. Al sobrevenir la revolución de septiembre (1866), sólo restaban del viejo imperio colonial las islas de Cuba y Puerto Rico en las Antillas, y el archipiélago de Filipinas e Islas Carolinas en Extremo Oriente.
Comenzaba entonces la política africana de España utilizando las llamadas plazas de soberanía (y vulgarmente “los presidios”) de Ceuta y Melilla, y el peñón de la Gomera en la bahía de Alhucemas. Hasta 1860 sólo se pensó en dichos lugares para utilizarlos como residencia de presidiarios condenados. Tampoco despertaron interés de los gobiernos las alejadas islas del Golfo de Guinea: Fernando Poo, Annobón, Corisco y Elobey.
Las riquezas seguían viniendo de las islas antillanas y, en menor grado, de Filipinas. A Cuba iban los altos funcionarios españoles a enriquecerse y a jugar al sátrapa, haciéndose servir por esclavos negros. Las colonias eran buenas para soportar todos los golpes; mientras un español debía pagar, por término medio, 5 reales de impuestos al Fisco, el promedio en Cuba era de 12 reales y medio. Sobre una población de 1.407.000 habitantes había 625.000 esclavos negros que eran propiedad de 565.000 blancos. El negro trabajaba en las inmensas plantaciones y en los ingenios azucareros. La trata proseguía pese a todas las declaraciones de buena voluntad, hipócritas o ingenuas. Los negros eran comprados en África a precios que oscilaban entre 100 y 150 francos (según la prensa francesa de la época). Para ser vendidos en América por precios que oscilaban entre 2.000 y 6.000 francos.
Según los datos aportados por Castelar en famosa intervención parlamentaria (1870) defendiendo la abolición de la esclavitud, había en Cuba 373.961 esclavos y 46.883 en Puerto Rico. Castelar, con la prensa diaria de Cuba en la mano, adujo hechos tan estremecedores como el expresado en el siguiente anuncio aparecido en los periódicos: “Se venden dos yeguas de tiro, dos yeguas de Canadá; dos negras, hija y madre; las yeguas, juntas o separadas; las negras, la hija y la madre, separadas o juntas”.
Naturalmente, los representantes parlamentarios de las Antillas no eran otros que los propietarios de esclavos; estos individuos, como cierto diputado de Puerto Rico llamado Plaja, explicaban imperturbablemente a los demás diputados que no solamente era necesaria la esclavitud, sino también los castigos corporales y las torturas a los esclavos, porque “si así no se hiciera no trabajarían”. No es, extraño que la revolución de septiembre fuera para el pueblo cubano la señal de un levantamiento por su libertad; el llamado “Alzamiento de Yara”. La intransigencia del general Lersundi, capitán general de Cuba, llegó hasta impedir la difusión del telegrama de los cubanos de Madrid, Pro reformas, que terminaba con el grito de ¡Viva Cuba liberal española! Cuando el nuevo capitán general, Domingo Dulce, se hizo cargo del mando, los patriotas cubanos, al grito de ¡Viva Cuba independiente!, habían logrado grandes progresos.
En Madrid dominaba la intransigencia de López de Ayala y Romero Robledo (ministro y subsecretario respectivamente de Ultramar), estimulados desde la oposición por Cánovas. Se aplazó la representación de Cuba en Cortes, se negó toda posibilidad de negociación, creando el espíritu de lo que Pi y Margall llamó “circulo de hierro”: “porque ellos no ceden, tampoco cedemos nosotros”. En febrero de 1870, apoyado por los “unionistas”, Romero Robledo consiguió aplazar la discusión de la Constitución que hubiera dado la autonomía a Puerto Rico. Se acordó, no obstante, la autonomía administrativa de esta isla.
Las bandas de “voluntarios” armados cometían diariamente toda clase de desmanes contra el pueblo cubano. Esos “voluntarios”, tropas de choque de los colonialistas, hacían y deshacían en Cuba; al general Dulce, considerado blando y demasiado liberal, lo reembarcaron sin remilgos para la Península. Uno de los crimines de mayor resonancia, por aquel entonces, fue el fusilamiento de varios estudiantes de la Facultad de Medicina de La Habana, el año de 1871, acusados sin ningún género de pruebas, de profanación de sepulturas. Este asesinato legal mereció la repulsa del propio profesorado español de la isla y de un sector de las autoridades.
Entretanto, la intransigencia de las clases conservadoras de España no sólo no favorecía en nada la presencia española en Cuba, sino que facilitaba los manejos de los Estados Unidos, interesados en separar las Antillas de España con fines nada filantrópicos. Sobre este particular es interesante conocer las negociaciones hispano-norteamericanas de 1869. En agosto de dicho año llegó a Madrid el general norteamericano Sickles. Traía la misión de negociar la emancipación de la isla de Cuba. En la colección de documentos oficiales publicada por acuerdo de las cámaras de los Estados Unidos, consta, entre otros, el despacho dirigido por Mr. Fisch a Mr. Sickles, el 29 de junio de 1869, dándole instrucciones para su misión en España en estos términos: “Por todo lo cual el Presidente de la República os encarga que acrezcáis al gabinete de Madrid los buenos oficios de los Estados Unidos para poner término a la guerra civil que desbasta a la isla de Cuba, con arreglo a las siguientes bases:
1º -Reconocimiento de la independencia de Cuba por España.
2º -Cuba pagará a la metrópoli, en los plazos y forma que entre ellas se estipularán, una suma en equivalencia del abandono completo y definitivo por España de todos sus derechos en aquella isla, incluso las propiedades públicas de todas clases.
3º -Abolición de la esclavitud.
4º -Amnistía durante las negociaciones”.
La misión de Sickles no podía prosperar ni el gobierno de Prim estaba en condiciones de acceder a las pretensiones norteamericanas. Tres años después, siendo Moret embajador en Londres, fracasa una gestión cerca de Lord Granville, ministro de Asuntos exteriores británico, para que éste abogue por la conciliación ante Mr. Fisch, secretario de Estado de Washington. Moret insiste entonces en la necesidad de dar marcha atrás, ofrecer la abolición total de la esclavitud y una serie de reformas y acudir a los buenos oficios de Londres y Washington. El último telegrama de Moret en este sentido data del 30 de enero de 1872. Demasiado tarde; Ruiz Zorrilla tenía otras cosas en qué pensar ante el derrumbe inminente de la monarquía de Amadeo: Martos, ministro de Estado, respondió aplazando la cuestión.
La crisis revolucionaria de 1868-1874. El Rey, que desde el día 8 de febrero había comunicado a Ruiz Zorrilla su decisión de abdicar, no quiso enfrentarse con la decisión del órgano de soberanía nacional gracias a la cual ocupaba el trono. Tal vez la reacción hubiera acabado por consentir a Amadeo, con la condición de expulsar a los radicales del Gobierno y realizar una política de neto conservadurismo. Desde luego, preparó su golpe. El pretexto fue el nombramiento del general Hidalgo (acusado por los demás militares de haber sido solidario de la sublevación de sargentos de 1866) para un alto cargo militar en Cataluña. Los jefes y oficiales del cuerpo de artillería “se declararon en huelga”; es decir, pidieron todos la separación del servicio, caso evidente de sedición, para lo cual contaban con la benevolencia del Rey. La maniobra así concebida debía hacer saltar el gobierno de Ruiz Zorrilla. Pero éste, advertido del juego, planteo la cuestión de confianza en las Cortes para reorganizar el cuerpo de artillería a base de los sargentos y cabos, disolviendo el existente de jefes y oficiales. Ruiz Zorrilla obtuvo la confianza por 191 votos.
En momentos en que Cánovas se hace cargo del poder, en lo colonia, se trata de la “unión sagrada”: conservadores, liberales, ultramontanos e incluso algún republicano. Ahora es Sagasta quien, llamando a sus amigos para que voten los créditos pedidos por el Gobierno, dice en el Senado la tarde del 8 de mayo de 1895: “máxime ahora que tenemos una guerra en Cuba, para cuyo término dará España hasta la última gota de su sangre y su última peseta”. Y Cánovas le agradece este discurso “gubernamental y altamente patriótico”. Y ya está en marcha la consigna enloquecedora. Se agitan las charangas, se envía a lo más pobre de la juventud española (puesto que las gentes acomodadas rescataban con dinero la obligación del servicio militar) mal equipada y peor alimentada, a morir en los campos pantanosos de Cuba, mientras los señoritos hacían estrategia en los cafés de la Península y cantaban La marcha de Cádiz.
Recordemos el recién “Plan Balboa”: Los monárquicos y la extrema derecha española lo ejecutaran acompañando al Imperio, como hicieron en la antigua Yugoeslava, Irak y Afganistán. En toda Latinoamérica existen Empresas españolas: Bancos, medios de Comunicación, Petroleras, Electricidad, Minería, Telecomunicaciones, Turismo, Editoras, etc., etc. Todas en conjunto conspiran contra nuestros Países, aparte de saquear nuestras riquezas a cambio de pobreza y miseria. Ellos tienen aquí sus cipayos, basta revisar diariamente los medios de comunicación, prensa escrita, radio y Tv., y observamos algunos extranjer@s o sus hij@s, bombardeando diariamente a Venezuela. Por supuesto al invadir alguno de nuestros países, el gobierno español enviara a los hijos de los pobres a morir en América, mientras los hijos de los ricos cantaran en las tascas de lujo de España el Cara al Sol.
Salud Camaradas Bolivarianos, Latinoamericanos.
Hasta la Victoria Siempre.
Patria. Socialismo o Muerte
¡Venceremos!
manueltaibo@cantv.net