El Tercer Reich fue la denominación del régimen de Hitler que sustituyó a la República de Weimar en Alemania. La intolerancia y el fanatismo ultraderechista fueron la impronta de un sistema que el nazismo consideró que duraría mil años.
Si bien las leyes no obligaban a todos los ciudadanos a pensar igual, quien no estuviera con los hitleristas era un peligroso disociador que debía ser anatematizado. Usted podía decir o hacer todo lo que le diera la gana, siempre y cuando no discrepara de las doctrinas oficiales. Por ejemplo, usted no estaba obligado a marchar con los atléticos muchachones de las camisas pardas; podía optar por pararse respetuosamente a verlos y ¡guay de usted! si no levantaba el brazo cada vez que pasara un estandarte con la esvástica nazi. Desde luego, para entonces no quedaba un solo partido de oposición en el Tercer Reich, pues socialistas, comunistas y otros elementos perniciosos habían ocupado los campos de exterminio antes que los judíos y los gitanos.
En Venezuela algunos alarmistas pretenden detectar similitudes en un sector capitalino.
Entre ellos un amigo que vive en una urbanización de clase media en dicha zona.
Se trata de un chavista moderado, que si bien admira al Presidente no escatima críticas para el régimen. Desde hace meses los vecinos de su cuadra se declararon en emergencia contra el desbordamiento de los barrios marginales que, según ellos, saldrán a saquearlos cualquier día. Naturalmente mi amigo ocultó sus simpatías para que ni él ni su familia fueran tratados como demonios que han logrado colarse en el Paraíso.
Los paladines del orden en la urbanización le exigieron que adquiriera una escopeta y se afiliara a la brigada de vigilantes que patrulla los alrededores en previsión de la invasión marginal. Cuando los vecinos hacen sonar las cacerolas, en las jornadas de fervor antichavista, mi amigo debe ocultar su desagrado y sumarse a la algarabía so pena de ser clasificado como castrocomunista.
La esposa y las hijas son igualmente discretas, tanto en el supermercado como en la escuela, para no ser tildadas de enemigas.
En bares y restoranes del sector la tradición consiste en abochornar e insultar a cualquier funcionario del gobierno o bien los diputados, dirigentes y demás aliados del oficialismo. Los chavistas no pueden asistir a la boda de un familiar o al velorio de un pariente cuyos demás deudos sean contrarios a sus ideas, pues los insultos contra ellos y los suyos no se hacen esperar, obligándolos a desaparecer.
La participación en otras manifestaciones que consisten en encender las luces intermitentes del vehículo en la autopista, tocar consignas con el claxon y portar afiches políticamente correctos, resulta obligatoria si aparecen los gorilas itinerantes.
Por lo visto se trata de una dictadura participativa frente a la cual permanecer indiferente provoca la furia de los radicales y la expulsión del vecindario.
Solo falta que el Territorio Libre de Altamira sea ampliado con los municipios de Chacao, Baruta y El Hatillo para convertirse en zona de solvencia racial y económica.
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