Marines no saben la paliza que los haitianos le dieron al ejército de Napoleón

Los marines de Estados Unidos se sumaron a los cascos azules para reprimir al pueblo de Haití en plena tragedia por los daños del terremoto. Con la burda excusa de conservar el orden público, buscan reprimir a los movimientos sociales, y cercar a los países del Alba. Está claro que Haití, la primera república negra del mundo, la primera república de nuestra América y la primera y única revolución antiesclavista victoriosa de la historia, es un mal ejemplo para los pueblos que luchan por liberarse del capital.

El capitalismo es necesariamente jerárquico y no puede sostenerse sin la superexplotación racista y sexista de negros y mujeres que se encuentran en la base de la pirámide de explotación. Desplazar esta contradicción dentro del sistema del capital no es nada fácil, y si se alcanzara algún día, otros grupos sociales necesariamente ocuparían este lugar.

De modo que la lucha es contra el sistema, y muy oportuno es recordar la “paliza” que los haitianos les dieron a las tropas de élite de Napoleón cuando se liberaron de la esclavitud. Lección que ignoran los marines que acaban de invadir la isla, y también nuestros escuálidos que solo conocen a los haitianos porque han visto algunos de ellos y ellas cuando venden helados en las calles de Caracas. Por cierto, de la misma manera como llegaron los españoles, italianos, portugueses, árabes y colombianos, quienes se vieron forzados a buscar otros caminos motivados por el hambre que causa la opresión imperialista y las guerras intercapitalistas.

Los marines no conocen al valeroso pueblo de Haiti, pero el general francés Pamphile de Lacroix sí lo conoció en marzo de 1802, en la batalla de Crête-à-Pierrot. Cuando los franceses sitiaron la fortaleza de Crête-à-Pierrot, escribió esa mala experiencia en un cuaderno. [1]

Durante la batalla Lacroix se lamentaba porque los haitianos no resistían de manera regular. Eran como una hidra de cien cabezas que bastaba una orden de Toussaint para que reaparecieran y cubrieran toda la tierra. (p. 148) Los haitianos desafiaban a los franceses, no tenían miedo. Los primeros proyectiles no asustaron a los negros, y se pusieron a cantar y a bailar. Calaban sus bayonetas gritando: “Vamos, disparen contra nosotros” (p. 152)

Cuando los franceses se acercaban para atacar a la fortaleza, los haitianos los esperaban con una lluvia de fuego que los hacía retroceder. En el segundo ataque Lacroix entendió quienes eran los haitianos, y escribió: “En esta corta retirada tuve la ocasión de reconocer cuán aguerridos eran lo negros de Santo-Domingo”. (p. 161)

Por otro lado, los agricultores haitianos con sus familias observaban los movimientos de los franceses y empleaban tácticas de guerrilla. Cuando los soldados franceses se aislaban, los haitianos los atacaban. Cuando los franceses se unían, los agricultores huían. Y volvían a aparecer tan pronto como los franceses se aislaban. Con esta experiencia Lacroix escribió: “Es evidente que ya nosotros no infundimos un terror moral, y eso es lo peor que le puede pasar a un ejército”. (p. 161–162)

Eran tantos los cadáveres de soldados franceses que no tenían suficientes herramientas para enterrarlos. A Lacroix no le quedó otra que quemarlos. Sin embargo, aquello era un infierno, y no podían deshacerse del hedor que los infectaba. (p. 163)

De paso, mientras llevaban a cabo el sitio de la fortaleza, los franceses escuchaban la música de los esclavos rebeldes cantando canciones patrióticas a la gloria de Francia, como si estas canciones les pertenecieran. Esto causaba tanta indignación moral al ejército francés que Lacroix reflexionaba y se preguntaba: “Más allá de la indignación que sentíamos por las atrocidades cometidas por los negros, aquellos cantos nos producían un sentimiento penoso. Las miradas interrogantes de nuestros soldados se cruzaban con las nuestras; parecían preguntarnos: ¿Tendrán razón nuestros bárbaros enemigos? ¿Nos habremos convertido en instrumentos serviles de la política? “. (p. 164)

No era para menos. Hasta el final de la batalla Lacroix no salió de su asombro cuando los haitianos hicieron su retirada de la fortaleza: “La retirada, que se atrevió a concebir y llevar a cabo el comandante de la Crête-à-Pierrot, es un hecho de armas notable. Rodeábamos aquel reducto en número de más de doce mil hombres, y el jefe negro se salvó no perdiendo sino la mitad de su guarnición, y no dejándonos más que sus muertos y heridos”. (p. 170)

La pela fue tan grande que al capitán general Leclerc no le quedó otra que maquillar el número de bajas por razones políticas. Nos cuenta Lacroix: “Nuestra pérdida había sido tan considerable que afligió vivamente al capitán general Leclerc, quien nos encargó que la atenuáramos, por política, como lo hacía el mismo en sus informes oficiales”. (p. 171)

¡Viva el pueblo valiente y digno de Haiti!

[1] Mémoires pour servir à l'histoire de la Révolution de Saint-Domingue, Pamphile de Lacroix. Chez Pillet Aine (ed.), Paris, 1819.

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Fernando Saldivia Najul

Lector de la realidad social y defensor de la sociedad sin clases y sin fronteras.

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