Por muy “natural” que parezca, ninguna catástrofe es natural. Un seísmo de intensidad idéntica causa más víctimas en un país empobrecido que en otro rico e industrializado. Ejemplo: el terremoto de Haití, de magnitud 7,0 en la escala de Richter, ha ocasionado más de cien mil muertos, mientras que el de Honshu (Japón), de idéntica fuerza (7,1), acaecido hace seis meses, apenas provocó un muerto y un herido.
“Los países más pobres y los que tienen
problemas de gobernabilidad están más expuestos a riesgos que los
otros”, confirma un reciente informe de la ONU (1). En una misma
ciudad, el impacto humano de una calamidad puede ser muy distinto según
las características de los barrios. En Puerto Príncipe, el seísmo se
ensañó con las desvencijadas barriadas populares del centro. En cambio,
los distritos privilegiados de la burguesía mulata comerciante apenas
padecieron estragos.
Tampoco son iguales los pobres ante la
adversidad. La Federación Internacional de la Cruz Roja sostiene que,
en caso de desastre, “las mujeres, los discapacitados, los ancianos y
las minorías étnicas o religiosas, víctimas habituales de la
discriminación, son más castigados que los demás” (2).
Por otra
parte, aunque un país no sea rico, si se dota de una política eficaz de
prevención de catástrofes puede salvar muchas vidas. En agosto de 2008,
el ciclón Gustav , el más violento de los últimos cincuenta años, azotó
el Caribe con vientos de 340 kilómetros por hora. En Haití mató a 66
personas. Sin embargo, en Cuba no causó ninguna víctima mortal…
¿Es
Haití un país pobre? En verdad, no hay países pobres; sólo existen
“países empobrecidos”. No es lo mismo. En el último tercio del siglo
XVIII, Haití era la Perla de las Antillas y producía el 60% del café y
el 75% del azúcar que se consumía en Europa. Pero, de su gran riqueza
sólo se beneficiaban unos 50.000 colonos blancos, y no los 500.000
esclavos negros que la producían.
Invocando los nobles ideales de la Revolución
Francesa, esos esclavos se sublevaron en 1791 al mando de Toussaint
Louverture, el Espartaco negro . La guerra duró trece años. Napoleón
envíó una expedición de 43.000 veteranos. Triunfaron los insurrectos.
Fue la primera guerra racial anticolonial y la única rebelión de
esclavos que desembocó en un Estado soberano.
El 1 de enero de 1804, se proclamó la
independencia. Sonó como un aldabonazo en el continente americano. Los
esclavos negros demostraban que, por su propia lucha, sin la ayuda de
nadie, podían conquistar la libertad. Afro-América emergía en la escena
política internacional.
Pero el “mal ejemplo” de Haití -así lo calificó
el Presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson- aterrorizó a las
potencias que seguían practicando la esclavitud. No se le perdonó. Y
nadie reconoció, ni ayudó a la nueva república negra, pesadilla del
colonialismo blanco. Aún hoy, el viejo terror no ha desaparecido. Pat
Robertson, telepredicador estadounidense, ¿no acaba acaso de afirmar:
“Miles de hatianos han muerto en el seísmo porque los esclavos de Haití
hicieron un pacto con el diablo para obtener su libertad” (3)?
El nuevo Estado independiente fue boicoteado
durante decenios con la idea de “recluir la peste” en ese país. Haití
cayó en guerras civiles que arrasaron su territorio. Se perdió la
necesaria etapa de construcción de un Estado-nación.
Institucionalmente, a pesar de la gran calidad de sus numerosos
intelectuales, el país quedó estancado.
Después vino el tiempo de la ocupación por
Estados Unidos que duró de 1915 a 1934. Y de la guerra de resistencia.
El héroe de la rebelión, Charlemagne Péralte, fue crucificado por los
marines , clavado en la puerta de una iglesia… Washington acabó por
ceder Haití a nuevos dictadores, entre ellos: Papa DocDuvalier, uno de
los más despóticos.
En los años 1970, aún gozaba Haití de soberanía
alimentaria, sus agricultores producían el 90% de los alimentos que
consumía la población. Pero el Plan Reagan-Bush, impuesto por
Washington, obligó a suprimir los aranceles sobre la importación de
arroz, producto básico del cultivo local. El arroz estadounidense, más
barato porque estaba subvencionado, inundó el mercado local y arruinó a
miles de campesinos que emigraron en masa a la capital, donde el seísmo
los ha atrapado…
La única experiencia de gobierno realmente
democrático, fue la de Jean-Bertrand Aristide, dos veces Presidente
(1994-1996 y 2001-2004). Pero sus propios errores y la presión de
Washington lo empujaron al exilio. Desde entonces, de hecho, Haití se
halla bajo tutela de la ONU y de un conglomerado de ONGs
internacionales. El Gobierno de René Préval ha sido sistemáticamente
privado de medios de acción. Por eso resulta absurdo reprocharle su
inoperancia ante los efectos del seísmo. Hace tiempo que el sector
público fue desmantelado y sus principales actividades transferidas, si
eran rentables, al sector privado, o a las ONGs cuando no lo eran.
Antes de convertirse en el Ground Zero del planeta, Haití ya era el
primer caso de “colonialismo humanitario”. La tragedia reforzará la
dependencia. Y por consiguiente las resistencias. El “capitalismo de
choque”, descrito por Naomi Klein, hallará una nueva ocasión de
reclamar -en nombre de la eficacia- la privatización integral de todas
las actividades económicas y comerciales ligadas a la reconstrucción.
Estados Unidos está en primera línea, con sus
Fuerzas Armadas desplegadas en una ofensiva humanitaria de gran
envergadura. Resultado sin duda de un generoso deseo de socorrer. Pero
también de indiscutibles intereses geopolíticos. Washington prefiere
invadir Haití de ayuda que ver invadidas sus costas por decenas de
miles de boat people haitianos. En el fondo, se trata de la misma vieja
obsesión: “recluir la peste”…
Notas:
(1) Riesgo y pobreza en un clima cambiante. Invertir hoy para un mañana más seguro , Naciones Unidas, Nueva York, mayo de 2009.
(2) Informe Mundial sobre los desastres 2009 , Cruz Roja Internacional, Ginebra, julio de 2009.
(3) Christian Broadcasting Network, 14 de enero de 2010.