Arizona, el mandato del odio racial

Más allá de las razones de seguridad en que se escuda el sistema político del estado de Arizona para promulgar una ley que criminaliza a los migrantes indocumentados, la realidad habla de un clima ponzoñoso de odio racial. Ya antes de esto, el deporte de cazar migrantes en su paso por el desierto había tomado carta de naturalidad entre quienes, en el orgullo de su condición de “blancos, anglosajones y protestantes” (wasp), expresan su rechazo al que es diferente. No deja de ser una paradoja que quienes se robaron el territorio que hoy ocupan, hoy pretendan legitimidad para aprovechar el botín de forma exclusiva o, posiblemente, su temor sea que el aumento de la migración de mexicanos repita la misma forma en que sus antepasados se apropiaron de lo que fue territorio mexicano: la inmigración masiva que luego formó mayorías con capacidad para exigir derechos. Es inconcebible que en el país que presume ser el paraíso de la libertad y la democracia, se registren hechos propios del más oscuro y retrógrado facismo. Me sumo a la protesta generalizada contra la referida ley.

Independientemente de que creo que debe darse una vigorosa lucha en defensa de nuestros paisanos que, obligados por la inexistencia de las condiciones elementales de subsistencia en su propia tierra, emigran en la búsqueda de mejores horizontes allende la frontera, también creo que la verdadera lucha tiene que darse en lo doméstico para eliminar los factores que provocan tal emigración, teniendo cuidado en no caer en el garlito de las cortinas de humo que cambian lo esencial por lo accesorio. Envolvernos en el lábaro patrio para protestar por lo de Arizona, que no deja de ser accesorio, puede hacer a un lado la protesta por lo que aquí sucede que, eso sí, es esencial. Estoy cierto de que la migración es un fenómeno natural, incluso un derecho de la especie humana, propio de los afanes de aventura de algún sector de la sociedad, pero la que se produce como única alternativa de sobrevivencia rebasa la condición de naturalidad para convertirse en síntoma de grave enfermedad social.

Quienes aquí y allá se preocupan por la migración y la inseguridad, tendrían que preguntarse por sus causas. Si aquí prevalecen las condiciones de miseria e inseguridad es, sin ir más lejos, por la criminal economía de libre mercado que los de allá nos imponen: si el campo mexicano languidece y expulsa a sus habitantes es porque nos tienen inundados con sus productos agrícolas subsidiados. Igual sucede con la actividad industrial; si en México hay un lacerante desempleo, es por el cierre de fábricas forzado por la desigual competencia con los productos extranjeros, principalmente elaborados por los gringos, sea en su país o en cualquier otra parte del mundo en que puedan explotar la mano de obra esclava. No le demos vuelta, en tanto estas condiciones prevalezcan, la inseguridad y la miseria seguirán permeando la frontera, con todo y las más estrictas disposiciones para su contención. En los mismos términos, mientras el garrote yanqui siga amenazando para evitar que un gobierno progresista se pueda implantar en México y se mantenga un régimen obsecuente a sus designios, la posibilidad de transformar afirmativamente la realidad será postergada afectando, ahí sí, la seguridad nacional de los Estados Unidos. Su ceguera puede llevar a crear un Irak al sur de su frontera y un Afganistán en su propio territorio.

Pero el encargado de la política interior, el inefable abogado Gómez Mont, se enreda en un discurso irreflexivo y califica de cobardes a los ciudadanos que, ante la inseguridad que campea en las calles, opten por protegerse. “Los cobardes mueren mil veces, en tanto que el valiente sólo muere una vez. Yo estoy al frente y doy la cara” dicen que dijo el tal funcionario. Bueno si ha de morir sólo una vez, para luego es tarde: que deje de lado a su escolta y a sus camionetas blindadas, que se salga a la calle como ciudadano común y permita a sus hijos o nietos andar libremente, para demostrarnos su valentía y servir de ejemplo a la sociedad amedrentada y cobarde. Los mexicanos no queremos morir ni una sola vez.

Viene el señor Clinton a dar una conferencia en una universidad privada y se le ocurre recomendar un Plan México similar al que en su administración gubernamental implantó en Colombia, pero discreto para no ofender el supuesto nacionalismo mexicano. Como quien dice, militarizar el país por debajo de cuerda ¿Y qué es lo que están haciendo? Exactamente eso y con el beneplácito del ilegítimo gobierno de Calderón. ¡Vaya cinismo!

Creo que hay que hacer caso a Gómez Mont. Hay que dejar de lado la cobardía generalizada y armarnos de valor para, de una vez por todas, mandar al carajo al propio Gómez Mont y a su espurio jefe y, con ellos, al régimen de miseria e injusticia que nos tiene sometidos y amedrentados. Ya es hora.

Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx


Esta nota ha sido leída aproximadamente 1821 veces.



Gerardo Fernández Casanova


Visite el perfil de Gerardo Fernández Casanova para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Gerardo Fernández Casanova

Gerardo Fernández Casanova

Más artículos de este autor