Cada día que pasa en Venezuela empeora la situación salarial-laboral, ahora en medio de la crisis por la pandemia de COVID-19, en especial para los empleados del sector público, que a estas alturas prácticamente trabajan por una simple colaboración del Estado. Penosamente en el país caribeño un trabajador promedio no gana más de 2 dólares mensuales al momento de escribir este artículo (25-01-2021), entre salario como tal y el bono de alimentación. Cuesta creer pero es la triste realidad en una nación con inmensas riquezas naturales, cuya explotación y comercialización continúa beneficiando en gran medida a los capitalistas foráneos, con el visto bueno de la arrastrada dirigencia política interna, incluida la seudorevolucionaria, que disfruta inmoralmente de ingresos extras a pesar de la contracción económica, los bloqueos y sanciones internacionales y el notable descenso del PIB.
En este contexto valga hacer una breve reseña del caso de un conocido que trabaja para la administración pública venezolana en la población de Mérida. Este conocido es un profesional universitario mayor de 40 años, con una maestría, y no obstante lo que devenga es una verdadera porquería que en rigor no debe llamarse sueldo, considerando que no llega a los 3,5 dólares mensuales. Además no tiene derecho a ningún beneficio más allá de la entrega esporádica de algunos alimentos subsidiados, ni a estabilidad (donde labora se trata como desechables a los empleados) y seguridad-protección laboral Evidentemente este conocido no puede ocultar su molestia por el trato indigno, degradante y humillante que como empleado y ser humano recibe por parte de sus patronos "socialistas" en la ciudad de Caracas, que por cierto tratan de eludir su responsabilidad como violadores del artículo 91 de la constitución, sugiriéndole, por medio de la jefatura en Mérida, que simplemente vea como hace para obtener más ingresos con otros empleos. Mientras tanto que deje la quejadera le advierten a cada instante, sin importar que trabaje duro de forma casi gratis, sin ropa adecuada para su trabajo, con riesgo laboral permanente, y que para colmo no tenga derecho siquiera a recibir atención médica de emergencia.
Lo más lamentable de todo es que el conocido, que es padre de un niño de 8 años, no puede ayudar económicamente a su pequeño como quisiera, y eso por lógica le entristece y causa impotencia. Considera absurdo, por ejemplo, que no pueda comprarle a su hijo unas galletas, chocolates u otras chucherías, menos aún obsequiarle alimentos como pollo, carne de res o de cerdo, queso, jamón, cereales, leche y frutas. Y ni hablar si su niño llega a enfermar, pues numerosas medicinas tienen un costo superior a 2 y más salarios mínimos, y la atención médica vía sistema público de salud es una c….a, mientras que en una clínica la simple consulta vale unos cuantos dólares.
Razón suficiente tiene el conocido en quejarse a cada rato por la terrible situación país y el franco deterioro en el ámbito salarial-laboral. Y sus patronos y jefes le recriminan por sus quejas constantes, pero éstos no padecen ni por asomo las penurias materiales y el sufrimiento integral del trabajador promedio en Venezuela; son "revolucionarios" sólo de la boca para afuera, y por tanto ningunean y degradan a los empleados a su cargo.