Iberia, vuelo 429

La vida se compone de pequeñas rutinas. Una de las mías fue el vuelo 429 de Bilbao a Madrid. Regresaba de una actividad de trabajo. En Iberia la funcionaria me entregó el boarding pass a las 18:10. El embarque estaba previsto para las 18:50. Busqué en la pantalla y no estaba el número de la puerta de embarque.

Me dispuse a leer una novela de Thriety Umrigar, una escritora hindú. A las 18:30 constaté que la puerta de embarque era la tres. Llegué al sitio y observé que la fila junto al mostrador se movía en un ángulo de 45 grados. Lo hacía en orden como un abanico. Alguien debió informar que se colocaran en posición de entrar a la aeronave. Tenía número de asiento y aguardé. A los pocos momentos sentí que un tren carga pasaba frente a mí. La fila se deshizo y se amotinó. Una de las empleadas del mostrador respondía nerviosamente. La más guapa conducía el amotinamiento con experiencia. Ambas informaban del retraso. Una babel de idiomas me impidió comprender que ocurría. No tenía razones para estresarme, mi equipaje era solo un libro. Esperé la nueva hora del retraso: las 20:30. La fila se deshizo. Otro tren de carga llegó de nuevo a esa hora. Las mismas empleadas, con una sonrisa fingida, informaron que el retraso se extendería hasta las 21horas. Hubo protestas. Varios pasajeros tenían conexiones y las habían perdido.

Dos canarios se molestaron, un lord inglés (o algo parecido) recibió flemáticamente la respuesta y una chica chilena dijo las palabras claves: “son los controladores”. Leyó, para los más cercanos, “la perra realidad de los controladores”. Dijo algo “de un régimen salarial excesivamente ventajoso que estaba siendo afectado por una rigidez de los tiempos de la industrialización”. Habló de “unas medidas de recorte” y de nuevos “indigentes intelectuales”. La pasajera española que estaba a mi lado dijo que sólo faltaba que repartieran tiques de refrigerio y que, si eso ocurría, no los comería “en su puta vida”. ¡Si los como los vomito…gritó! Cuando los dieron, pedí el mío y a ella la vi haciendo fila en el cafetín para reclamar el suyo. La multitud volvió a aglomerarse. El avión había llegado y saldría cuando Madrid enviara el fax. Todos avistaban el ordenador como si se tratara del anuncio de un premio que cada quien podía ganar. Nunca nadie nombró como causa del retraso a los controladores aéreos. Hablaron siempre de problemas operativos. En algún momento pedí a las empleadas que se turnaran. Les sugerí que fuera una al aseo, mientras la otra continuaba atendiendo los pasajeros. Me hicieron caso y empecé a desconectarme de la ansiedad que habían comenzado a contagiarme.

La chica chilena me miró con simpatía y me informó que su conexión ya estaba perdida. Como si fuera propietario de Iberia, me preguntó si aseguraba que el vuelo saldría exactamente a las 21. Le dije que sí. Mi optimismo es un defecto. Siempre he creído que los seres humanos tienen la libertad de ser felices, aunque no se les dé el derecho a ello. En el aire se respiraba impaciencia. El orden europeo (diferente al “caos americano”) parecía haberse acercado demasiado al sol y, como a Ícaro, se le derritieron no solamente las alas. El condenado “guante de la estabilidad” no encajaba esta vez en el primer mundo que tanto enrostran a los “sudacas”. ¡Colócate el cinturón de seguridad, que si no lo haces es como si pretendieras suicidarte en nuestras propias narices…! Al fin el altavoz informó que todo estaba resuelto.

Eran las 22:10 horas. El retraso había durado exactamente cuatro horas. La noche estaba fresca. Subimos al avión entre cantos e himnos de todas las religiones. Después de despegar el comandante de la nave informó que todo era culpa de una rueda del avión. La chica chilena me vio con picardía. Sólo un gallego que cargaba un morral azul en el hombro había reconocido mi acento venezolano. Cuando descendíamos al aeropuerto de Barajas me comentó que estaba de amores con una chica venezolana y con una sonrisa cómplice profirió: “no entiendo por qué el comandante, en lugar de mentir, no dijo que toda la culpa era de Chávez, del Presidente Hugo Chávez”.

 


Para el momento de escribir este artículo, Isaías Rodríguez Díaz, es embajador de Venezuela en España.

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Julián Isaías Rodríguez Díaz

Abogado, ex Vicepresidente Ejecutivo y ex Fiscal General de Venezuela. Actual Embajador de Venezuela en Italia.


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