Es innegable el esfuerzo que está haciendo la actual gestión de gobierno para dar respuesta a la Pandemia del covid 19. Se le ven las canas al Presidente, y los Ministros y los altos funcionarios contagiados son prueba de ello. Las ayudas externas logradas, los partes diarios de infectados, de fallecidos, de recuperados, de recepción de venezolanos que salieron del país y luego regresaron, los intentos de conciliación con la oposición para que el coronavirus sea el resultado de un acuerdo nacional y no un enfrentamiento estéril, son demostraciones irrefutables de este esfuerzo.
Pero todos estos hechos son y serán siempre insuficientes en un país polarizado, perseguido, bloqueado, con graves insuficiencias institucionales, desmontado por una corrupción generalizada que no ha dejado hueso sano ni arriba ni abajo. Los ciudadanos se persiguen a sí mismos con un cinismo dolarizado que no se detiene hasta no sacarle los ojos al vecino. Es una especie de vaciamiento de la democracia que da grima.
Los códigos autoritarios se dejan sentir. La teocracia del mercado marca sus huellas en todas partes. La autoridad sin mando muestra sus costuras. Las ideologías y los cauces tributarios de la retórica política parecen salir de los centros comerciales y no de los partidos. La ambición hace que la política de los opositores se vuelva un calcetín y, sin parar, dé vueltas hacia ninguna parte. Peligrosamente estamos yendo del pensamiento único al pensamiento cero.
Hay temor a todos los terrorismos. Desde el de quienes boicotean los servicios públicos para enfrentar la gestión legítima de las autoridades, hasta el de quienes, en algunos momentos, presienten un terrorismo de Estado que no es invisible. Los columnistas mas osados se atreven a denunciar que la derecha no tiene ideas, pero que no las necesita. Y que, en cambio, la izquierda no va a ninguna parte si no las tiene. Desafortunadamente el poder elige quien es inferior y quien es superior y los críticos a sus accciones y a sus decisiones son los «inferiores».
Vivimos rodeados de mentiras y eso es un arma de alta precisión. No debe haber neutrales, sólo resignación, sumisión y entrega. Se pretende que el silencio y el olvido sean una amnistía permanente que perdone o excuse los actos del país y de los ciudadanos y de los políticos y de la oposición y del Gobierno y de las iglesias y de las instituciones que han dejado de serlo.
La reflexión y la crítica y la autocrítica y la contracrítica son indispensables. Es mucho más útil para esta etapa que vive Venezuela equivocarse que ser indiferente. El mundo no es perfecto ni insensible ni indoloro ni incoloro. Hay errores y disparates por todas partes. Todo el mundo está consciente que lo que hay de democracia es apenas un hilo de donde cuelga lo que queda del gobierno-del-pueblo-por el pueblo-y-para el pueblo. El abuso de poder del «gobierno paralelo» y del otro, del real, no se pueden tapar con un dedo. El interés meramente partidista frustra y defrauda. Los textos doctrinarios se quedaron caducos y «el-poder-por-el-poder-mismo» es una insólita ceguera que conduce al desastre.
El sistema se ha vuelto intocable. Ocupa el lugar de Dios. Sin excepción, todos los partidos viven para y por el pasado, repiten las trampas y los ritos de sus antecesores. Arrastran los hábitos y las prácticas contra las cuales nacieron o creyeron nacer. La ideología se usa como una corbata. Las promesas no se cumplen y la teoría no hace ni construye a los dirigentes, simple y llanamente, porque ya no hay teoría. El nuevo poder, el artificial, se encarga de disminuir el espesor y la densidad de la democracia con el ánimo de que ésta se escinda o se suicide. Y es que se instalan y se instalan gobiernos y más gobiernos, pero jamás se remueve el poder.
Tomado del Diario CiudadCCS