“Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor; , y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.
Fue un 15 de agosto de 1805, delante de su Maestro Don Simón Rodríguez y de Fernando Toro, en el Monte Sacro, Roma, cuando el “Quijote Americano” juró dedicarse a la causa de la independencia de Hispanoamérica. Noble causa, la más noble que el ser humano pueda realizar, redimirle la libertad y la felicidad a sus semejantes. A partir de entonces, con sólo veintidós años de edad, alzo velas y se lanzó al mar, con un solo rumbo, con un solo propósito, emancipar a América, construir la patria americana.
La irreverencia signó su vida. A los doce años de edad se “fugo” de la casa de su protector, Don Carlos Palacios, su tío materno. En su comparecencia ante los tribunales para explicar tal proceder, dijo: “que los Tribunales bien podían disponer de sus bienes, y hacer de ellos lo que quisiesen, más no de su persona; y que si los esclavos tenían libertad para elegir amo a su satisfacción, por lo menos no debía negársele a él la de vivir en la casa que fuese de su agrado”.
Don Simón Rodríguez, su Maestro -quien más le conocía- sabía de sus preocupaciones políticas y sociales. Es así como, ante la conducta de reformador social que asume el Libertador, éste diría en 1828: “Hoy se piensa, como nunca se había pensado, se oyen cosas, que nunca se habían oído, se escribe, como nunca se había escrito, y esto va formando opinión a favor de una reforma, que nunca se había intentado. LA DE LA SOCIEDAD”.
La mayor ambición de Simón Bolívar, dijo su Maestro, es: “saber que no puede ser más de lo que es; pero sí que puede hacer más de lo que ha hecho”.
Bolívar, Bolívar El Grande. El que a los tres años vio morir a su padre y a los nueve a su madre, el que se casa a los diecinueve años y a los ocho meses de casado ve morir a su esposa. Bolívar, Bolívar El Grande. El de los infortunios, recorre el mundo fraguando su niñez, adolescencia y juventud.
Transcurría el año 14 de la centuria pasada, Europa estaba envuelta en el fragor de la guerra. Ese año, Don Miguel De Unamuno escribió su ensayo: “Don Quijote Bolívar”.
En él nos dice que Bolívar “A pesar de las terribles confrontaciones con la realidad, pronto volvía, como Don Quijote, a su locura vivificadora y libertadora de los demás”.
Y se preguntaba: ¿Y todo ello para qué? ¿Cuál fue su obra? ¿Cuál su finalidad?. Su formalidad ya la hemos visto, formalidad de genuino héroe quijotesco, teatral y enfático, pero no pedantesco, sino sincero y espontáneo: de maestro en el arte de la guerra y en el crear patrias, ...”.
Decía Don Miguel De Unamuno que Bolívar: “Era un hombre, todo un hombre, un hombre entero y verdadero, que vale más que ser sobrehombre, que ser semidiós –todo lo semi o a medias es malo y ser semidiós equivale a ser semihombre-; era un hombre este maestro en el arte de la guerra, en el de crear patrias y en el hablar al corazón de sus hermanos, que no catedrático de la ciencia de la milicia, ni de la ciencia política, ni de literatura. Era un hombre; era el hombre encarnado. Tenía un alma y su alma era de todos y su alma creó patrias y enriqueció el Alma española, el alma eterna de la España inmortal y de la humanidad con ella”.
Si en aquella oportunidad, la de la emancipación americana, la causa fundamental de tal epopeya residía en alcanzar la libertad, de acceder a la posibilidad de erigirnos como naciones libres, autónomas, independientes, soberanas; el tiempo presente nos impone emprender una nueva lucha que nos lleve a derrotar la pobreza, la exclusión social, a redimirle al habitante de América su condición humana. A construir democracias verdaderamente democráticas.
Enorme es el reto que tenemos.
Sobre todo porque el mundo de hoy, no es nada fácil. Con tantos problemas que hay en todas partes. Vivimos en un mundo lleno de incertidumbres.
Debemos trabajar por mantener unas relaciones internacionales de soberanía, de igualdad, debemos desarrollar una política por la paz, por la integración, de respeto mutuo; aun sabiendo que vivimos en un mundo signado por la guerra, por la desigualdad, por él irrespeto, por la imposición.
El mundo en que vivimos es un mundo difícil. La cultura de la guerra está imponiéndose en un momento en que requerimos de mayor paz.
La paz nos recuerda grandes textos de la historia del pensamiento universal. Nos recuerda la oratoria Griega del siglo IV, la de la República Romana, a Cicerón, el Antiguo Testamento y el Corán. Nos recuerda, también, el Popol Vou.
La Paz nos recuerda de igual manera a grandes hombres y mujeres de la historia universal. Nos recuerda a Jesús predicando desde el monte de los olivos su evangelio de igualdad, solidaridad y amor, como enviado de Dios. Nos recuerda a El Quijote, en su andar trashumante por las praderas de La Mancha. Nos recuerda a José Martí. Recordamos al indú Mahatma Ghandi, quien con sobrado estoicismo luchó por la paz en su patria y en toda la ribera del Tibet. Recordamos, asimismo, a Martín Luther King y su incansable lucha contra la segregación racial. Recordamos también a Malcom X, a Angela Davis, al Black Power, porque las atrocidades cometidas en la guerra de Vietnam están aún frescas en nuestras mentes. Seguimos oyendo a The Beatles y a Bob Dylan, por que sus cantos llenos de irreverencia siguen siendo mensajes anidados en nuestros corazones: HAGAMOS EL AMOR. NO LA GUERRA.
Pero, recordamos sobre todo a Bolívar, batallando por la libertad de América y su integración. Y es que, como bien nos lo dice Don Miguel De Unamuno: “Bolívar era un hombre que hacía la guerra para fundar la única paz duradera y valedera, la paz de la libertad”.
Como hemos dicho, ese nuevo orden internacional, se está construyendo sobre criterios políticos inspirados en el uso de la fuerza, con fines hegemónicos. Estimulando el surgimiento y desarrollo de conflictos armados, favorece añejas concepciones chauvinistas inspiradas en un nacionalismo extremadamente conservador, propicia la desintegración de unidades políticas, movimientos migratorios, rivalidades étnicas y religiosas, como explicación lógica de esa concepción belicista.
La historia se repite. Como ha ocurrido con los imperios en el pasado, las potencias imperiales de éste tiempo, en su ocaso, recurren a la misma práctica: la violencia, el terror, el genocidio, la violación de la soberanía y la libre determinación de los pueblos. No otra cosa es lo que ocurre en Irak, no es otro el signo que tienen las recientes incursiones bélicas en el Libano y Palestina.
Pues bien, en respuesta a estas concepciones ubicamos nuestro concepto de la paz. Para nosotros la paz es felicidad, es igualdad, es libertad, individual y colectiva. Por lo que afirmamos de la manera más categórica que en este estado de incertidumbre en que vivimos hoy, resulta una falsedad afirmar que vivimos en paz.
Permítanme decirlo de manera más precisa, no puede haber paz en un mundo caracterizado por el crecimiento de la pobreza, de la inequidad y la exclusión social. No puede haber paz en un continente como el americano con más de 260 millones de habitantes viviendo en condiciones de pobreza. Una situación como está nos dice que debemos avanzar hacia el establecimiento de una nueva democracia en nuestro hemisferio.
No resulta ninguna casualidad, pero ha sido, precisamente, esta corriente hegemónica la que ha impedido la conformación y consolidación de propuestas autonómicas en las más diversas latitudes del universo.
Es por esta razón que, la política internacional del Gobierno Bolivariano de Venezuela que Preside Hugo Chávez Frías, tiene en la integración de nuestros pueblos y en la cooperación solidaria, las fuentes primigenias de su inspiración.
José Ramón Medina, Ilustre poeta venezolano, nos lego de Bolívar las siguientes impresiones: “Bolívar fue un ser iluminado e iluminante. Una fuerza creadora en ebullición permanente. Una voluntad que no sólo movió montañas sino que las transformó en pueblos libres. En Bolívar todo era hacer y quehacer. Aun en sus momentos más oscuros, bajo el peso de la depresión y de la decepción, esa llama interior que labró su vida, afluía incontenible en sus entrañas, para galvanizarle. Sólo tuvo una meta: vencer. Y un destino: permanecer. Alguna vez se definió, con certero tipo enunciativo: “Yo soy el hombre de las dificultades”. Y nunca estuvo más seguro de sí mismo, ni más cerca de su intima esencia humana, que en estos instantes decisivos, cuando se miraba hasta el fondo del alma, para buscar en ella una respuesta fiel a su pasión libertadora”.
La poetisa chilena Gabriela Mistral, premio novel de literatura, nos legó esta afirmación: “Vivo en lo más equinoccial de lo americano y cuanto he dicho y diga arranca de mi pasión por las cosas esenciales que amo y defiendo: la cultura, la democracia, la libertad y la unidad necesaria de América”.
Al enunciar su pasión bolivariana nos dice:
“¿Quién no querría la mirada de Bolívar y repartírsela en este momento? Las mujeres desearíamos que nos diera la que daba a Teresa de Toro; los muchachos le pedirían la que lamió la urna en que iba el corazón de Girardot; los generales, la que tenía en lo apretado de la batalla, cuando la derrota posible endurecía los ojos o se los enloquecía de dignidad; los viejos buscarían la de la meditación de jamaica, aplacada y melancólica. Todos querríamos mirarle, pero habría que saber a quién él querría mirar”.
José Martí, poeta y libertador del hermano pueblo cubano, nos entregó sus impresiones sobre el Libertador Simón Bolívar, al respecto dijo:
¿A dónde irá Bolívar? ¡Al respeto del mundo y a la ternura de los americanos! ¡A esta casa amorosa, donde cada hombre le debe el goce ardiente de sentirse como en brazos de los suyos en los de todo hijo de América, y cada mujer recuerda enamorada a aquel que se apeó siempre del caballo de la gloria para agradecer una corona o una flor a la hermosura! ¡A la justicia de los pueblos, que por el error posible de las formas, impacientes o personales, sabrán ver el empuje que con ellas mismas, como de mano potente de lava blanda, dio Bolívar a las ideas-madre de América! ¿A dónde irá Bolívar? ¡Al brazo de los hombres, para que defiendan de la nueva codicia y del terco espíritu viejo la tierra donde será más dichosa y bella la humanidad! ¡A los pueblos callados, como un beso de padre! ¡A los hombres del rincón y de lo transitorio, a las panzas aldeanas y los cómodos arpagones, para que, a la hoguera que fue aquella existencia, vean la hermandad indispensable al continente y los peligros y la grandeza del porvenir americano! ¿A dónde irá Bolívar? ... Ya el último virrey de España yacía con cinco heridas; iban los tres siglos atados a la cola del caballo llanero, y con la casaca de la victoria y el elástico de lujo venía al paso del Libertador, entre el ejército, como de baile, y al balcón de los cerros asomado el gentío, y como flores en jarrón, saliéndose por las cuchillas de las lomas, los mazos de banderas. El Potosí aparece al fin, roído y ensangrentado; los cinco pabellones de los pueblos nuevos, como verdaderas llamas, flameaban en la cúspide de la América resucitada; estallan los morteros a anunciar al héroe, y sobre las cabezas, descubiertas de respeto y espanto, rodó por largo tiempo el estampido con que de cumbre en cumbre respondían, saludándolo, los montes. ¡Así, de hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas!
Y sigue resonando en lo más recóndito del pensamiento universal. En el Manifiesto de Cartagena de Indias, del año 1812; en la Carta de Jamaica, de 1815; en el Discurso de Instalación del Congreso de Angostura, en 1819; ante el Congreso de la Villa del Rosario de Cúcuta, en 1821; en la Convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá, en 1826; en todos ellos, encontramos la idea de la cooperación y la solidaridad como la razón política fundamental de la integración americana. Hoy 223 años después de su nacimiento, seguimos pensando como construir una América unida, fuerte, desarrollada, que supere los déficit sociales que tiene.
José Manuel Briceño Guerrero, al analizar la relación de América con la cultura occidental, nos ha dicho que: “Por más de cinco centurias nos hemos identificado con esa cultura. Nos hemos mimetizado en su legislación, instituciones, usos, modos y costumbres y nos hemos asimilado a su Historia, asumiéndonos como el Extremo Occidente de Europa, celebrando las conquistas de Alejandro, dando a nuestros hijos nombres de oradores y guerreros romanos, arrodillándonos e invocando sus santos y entidades marianas, narrando nuestro acontecer con los fulgores de los truenos que estallan al otro lado del Atlántico, entonando cantares de gesta para referirnos a nuestra separación de España, haciendo de nuestra independencia eco de la ilustración y la Toma de la Bastilla, trasmutando nuestros tiranos en Demiurgos de la Modernidad industrial en nuestro suelo local”.
Nos hemos asimilado a Europa sin llegar a ser Europa. El Libertador, Simón Bolívar, en su Carta de Jamaica, en 1815, describió nuestro drama cultural de la siguiente manera:
“... no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado...”
Sin embargo, aún concibiéndonos como parte periférica de la Cultura Occidental, el tiempo representa un enigma. Creemos que somos seres históricos, nos resulta difícil entendernos fuera de una temporalidad; pero explicarnos de esa forma no termina de satisfacernos, nos parece que comprendernos así no nos dice plenamente, en lo más recóndito de nuestros corazones de americanos, lo que somos. Intuimos que somos algo más... Por ello las argumentaciones de la racionalidad occidental no nos bastan y nos sentimos tentados por concepciones del mundo distintas y opuestas a las dominantes en el mundo formal en el que nos movemos.
Andariegos andamos en la búsqueda de un discurso que nos haga sentir más cercanos a los latidos de nuestro ser. Allí, precisamente allí, se encuentra la mayor pertinencia y vigencia que tiene hoy el ideal bolivariano. Soñadores somos, porque estamos empeñados en construir un mundo mejor. Este empeño no tiene pausa. “no daremos descanso a nuestros brazos, ni paz a nuestras almas, hasta no haber logrado la felicidad de nuestros pueblos”.
Permítanme decirlo con palabras del poeta Novalis: “Cuando soñamos que soñamos es que está próximo el despertar”
Muchas Gracias.
Nelson Pineda es el Embajador Alterno de Venezuela ante la OEA.
DISCURSO PRONUNCIADO EN LA SESION PROTOCOLAR DEL CONSEJO PERMANENTE DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS (OEA), CON MOTIVO DEL 223° ANIVERSARIO DEL NATALICIO DEL LIBERTADOR SIMON BOLIVAR.