Luego de un vistazo al Servicio Exterior venezolano y a propósito de las recientes declaraciones del Embajador Roy Chaderton Matos, volvemos hoy al tema de la Cancillería y los diplomáticos en Venezuela. Comparto con el Embajador Chaderton (a quien respeto y admiro) su opinión de que la historia de nuestro Servicio Exterior exhibe pasajes de dignidad entre los diplomáticos de Carrera y sobre la necesidad de permanencia de la Carrera Diplomática. Pero no podemos ocultar la degradación de una institución que hoy más que nunca requiere de una profunda reforma, que más que una reforma debe ser una refundación social, funcional y estructural.
El Embajador Chaderton tiene razón al decir que a veces se emiten opiniones ligeras sin la consciencia de lo que significa ser un diplomático de Carrera, pero no es menos cierto, que hay muchos diplomáticos de Carrera (con algunas excepciones) que no tienen consciencia de la responsabilidad y el compromiso que implica representar hoy en día a un Estado que navega en las aguas de la Revolución. No sería sincero revindicar el apoliticismo o la neutralidad de los diplomáticos de carrera, cuando muchos de ellos fueron asumiendo posturas radicales que lamentablemente se fueron multiplicando, hasta el extremo de abandonar su rol como diplomáticos de carrera y convertirse en “actores políticos”.
¿Por qué ha pasado esto en Venezuela y no ha pasado en Argentina, Bolivia, o Brasil en donde han llegado al poder gobiernos de corte izquierdista? ¿Será por qué los diplomáticos argentinos, bolivianos y brasileños sí entendieron que son funcionarios de Estado y que parte de éste Estado es el Gobierno al cual deben representar en el exterior? ¿Será posible imaginar qué estos diplomáticos sudamericanos pensarían solicitarle a los Presidentes Kirchner, Morales y Da Silva la renuncia tal cómo lo hizo un gran porcentaje de los funcionarios de la Cancillería venezolana en el año 2004?
Durante años los dirigentes de la Cancillería persiguieron insensatamente imitar a imagen y semejanza el modelo de Itamaraty (Brasil) como la panacea a las carencias de nuestro Servicio Exterior, olvidando por completo nuestras complejidades culturales y sociopolíticas. En Venezuela las circunstancias históricas, políticas y sociales, llevaron a que las labores de representación diplomática estuviesen generalmente reservadas a una minoría con acceso al conocimiento, a la cultura y al pensamiento universal. La naturaleza propia del oficio exigía y exige el dominio de los idiomas propios del mundo industrializado, el manejo en tiempo real de los acontecimientos mundiales, y el empleo de los modos y formas protocolares propios de occidente. Por ello no debe extrañar que la aristocracia labrara sus espacios en esta noble profesión. Los hijos del pueblo llano, los obreros o campesinos, los habitantes de los lejanos confines de nuestra geografía y los indígenas, no han sido, ni son aún, candidatos para engrosar las filas de nuestra Cancillería. Se privilegió el ingreso en función de un excesivo academicismo y por ende se favoreció a quienes tenían mejores oportunidades de insertarse en el sistema de educación superior, dándole así un papel secundario a la identificación del funcionario con su suelo patrio y a la pertenencia a las clases populares, que en muy pocos casos llegaban a obtener el ansiado titulo universitario.
Entendiendo que Venezuela avanza hacia un nuevo modelo de sociedad en la cual se persigue construir los valores de la sociedad socialista post soviética, sin repetir los errores de esta última (vaya tamaño reto), sería lógico pensar que nuestra Cancillería avance en esa Dirección, en la cual los diplomáticos suden, sientan y sufran el país en su dimensión real, que no se sientan parte de una elite privilegiada destinada a exigir un traslado cada cierto tiempo al exterior ganado por “mero derecho laboral”, sino que sean una vanguardia en la batalla por la dignidad y defensa del país. Estos diplomáticos deberían a su vez, ser el producto de una selección que no se limite sólo al perfil universitario convencional de los grandes centros urbanos, sino que vaya más allá, a los campos, caseríos, pueblos y ciudades medias del país.
Los Ex cancilleres de la Revolución privilegiaron por mucho tiempo el trabajo de la agenda Política del Presidente, antes que el orden en casa. Esto dio como resultado la proliferación de facciones, parcelas de poder y un gran caos organizacional e institucional, en el cual los arribistas y los agentes “quinta columna” sacaron buena presa del río revuelto, dejando así el tema de la carrera diplomática como un asunto de segundo orden.
Algunas Ideas para el Cambio
Revolucionar el Servicio Exterior significa ir más allá de un cambio de estructura o de directores, también implica la ejecución de un gran proyecto de envergadura nacional orientado a cambiar de una vez por todas la concepción y percepción de la Carrera Diplomática y el perfil del diplomático venezolano. Este ambicioso proyecto debe contemplar líneas de acción simultáneas, que al mediano plazo darán paso a un nuevo cuerpo de profesionales plenamente identificados con los valores del nuevo Estado, con la Constitución y con la Revolución. En mi opinión la Revolución del Servicio Exterior debe empezar a desarrollarse en los siguientes frentes:
· Reforma radical del sistema de acceso a la Carrera. Si aspiramos tener una Política Exterior firme de alcance regional y mundial, debemos contar con una institucionalidad capacitada, orientada y avocada en ese objetivo. El tema de debate debe ser como construir esa carrera diplomática, quienes la van a conformar y como van a ser seleccionados, como van a ser entrenados y con qué criterios. Actualmente la Ley prevé dos métodos para el ingreso al Servicio Exterior, uno por vía de la carrera diplomática y otro por la designación política de carácter temporal. Esta dicotomía ha creado graves distorsiones en el Servicio. En el primer caso no hay mecanismos que garanticen que dichos funcionarios estén comprometidos con la defensa enfática del gobierno revolucionario y en el segundo caso, ha sucedido que la inexperiencia o el desconocimiento de las formas, usos y del contexto geopolítico por parte de los funcionarios designados han causado situaciones delicadas y difíciles que suelen ser tomadas muy en serio por los Estados receptores. El gran reto es como conciliar el compromiso con el proceso revolucionario y al mismo tiempo la formación y la preparación para ejercer labores diplomáticas o consulares en un mismo funcionario. Es necesario posicionar cuadros bolivarianos en la carrera, y a la vez, impulsar el ingreso por concurso de candidatos con perfil y experiencia en labores de liderazgo social y político, pertenecientes a todas las regiones del país, de todos los estratos sociales, privilegiando a los más pobres para que sean formados antes de asumir responsabilidades en el exterior.
· La trasformación total de la Escuela Diplomática. Esta Institución debe dejar de ser una Institución gestora de cursos temporales, sin organicidad ni continuidad, que no forma ni evalúa ideológicamente a los futuros diplomáticos, para convertirse en una verdadera Escuela de Cuadros que sea semillero de los diplomáticos patriotas, proporcionándole valores patrios, espíritu de cuerpo, disciplina, formación ideológica, y educación especializada en las distintas áreas temáticas y geográficas de la Política Internacional. No se puede pretender formar diplomáticos estructurados ideológicamente cuando ya muchos de los que ingresaron por concurso vienen con paradigmas ideológicos consolidados, ya a esa altura de la vida, el liberal no va a dejar de ser liberal, el marxista no va a dejar de ser marxista y el adeco no va a dejar de ser adeco.
· Impulsar un nuevo esquema de relaciones laborales entre los diplomáticos y los funcionarios administrativos y obreros del MRE, en los cuales se promueva la igualdad entre los miembros de la institución y la desaparición de las odiosas barreras entre las categorías y rangos.
· Consagrar el Servicio Social Obligatorio como una obligación ineludible e inexcusable para todos los diplomáticos que se encuentren en Servicio en nuestras Embajadas y Consulados, garantizando que por lo menos una vez al año vengan al país y se relacionen con las comunidades.
· Cambiar la visión y los objetivos del trabajo diplomático, fortaleciendo los conceptos del servicio público y de la corresponsabilidad social. El diplomático debe dejar de ser visto como un elemento neutral, no deliberante, que no establece compromisos, para convertirse en un actor político proactivo, consustanciados con las estrategias impulsadas por el Ejecutivo, sin ser un militante, respetando el marco de los límites impuestos por las Convenciones Internacionales y las practicas diplomáticas.
· Una nueva ley: La Asamblea Nacional ha iniciado la discusión de una reforma a la Ley del Servicio Exterior, la cual tiene como objetivo alinear al Servicio con los objetivos del nuevo Estado. Sin embargo y sin ánimos de desmeritar el esfuerzo de los parlamentarios, debo señalar que antes de una nueva reforma debería pensarse en un Nueva Ley. La ley vigente pese a haber sido promulgada durante este gobierno y luego reformada en el 2005, no logró recoger el espíritu constitucional. El título IV, Capitulo I de la Constitución de 1999, hace referencia al Poder Publico Nacional, y en especial la sección quinta habla del carácter y de los principios rectores de la Política Exterior como función pública, de allí que no es consistente con el Precepto Constitucional el insistir en mantener una regulación limitada al simple manejo del Personal del Servicio Exterior, sin enmarcar éste dentro de la Función pública que implica la acción del Estado en las Relaciones Internacionales, en la defensa y seguridad del Estado. Una Nueva Ley debe plantearse ya no solamente como una mera regulación de los cargos, sino también desarrollar el enunciado constitucional de los artículos 152 al 155. La Ley debería tener carácter Orgánico y además debe crear mecanismos disciplinarios interinstitucionales (Asamblea Nacional, Poder Ciudadano, TSJ) y de control de gestión sobre la labor pública y administrativa de los Agentes diplomáticos para evitar que las Embajadas y Consulados se conviertan en islas desligadas del Estado.
· El sistema de ascensos debe ser flexibilizado. El retardo, y los largos períodos de espera consagrados en la Ley vigente han desmotivado a las generaciones de diplomáticos más jóvenes, llevando a que el Servicio Exterior pierda atractivo profesional. De allí que este estímulo profesional debe agilizarse y ejecutarse al estilo del sistema de la Fuerza Armada, dando espacio a que los nuevos liderazgos de la institución ocupen los espacios de decisión de forma estructural y no coyuntural.
· Creacion de una Oficina de Misiones Diplomaticas adscrita al Despacho del Canciller que supervise y evalue el comportamiento de los agentes diplomáticos, haga seguimientos a las denuncias de los Estados Receptores y de los particulares sobre las actuaciones de los funcionarios y realice visitas periódicas a las sedes diplomáticas y consulares con la finalidad de constatar el estado de las mismas, sus necesidades físicas y financieras, las relaciones entre el Jefe de Misión y sus subalternos, y la percepción de la Misión ante la comunidad venezolana residente en el lugar. Dicha Oficina no debe tener solamente carácter controlador sino que también debe ser una instancia facilitadora que apoye directamente a las Misiones en sus labores, ya que muchas veces suele suceder que éstas se siente desasistidas de información, recursos e instrucciones de Caracas.
· Crear un mecanismo de selección y posterior formación en el área diplomática para incorporar definitivamente a la carrera a los cuadros políticos más valiosos que hayan demostrado con creces un buen desempeño en el Servicio Exterior como funcionarios en Comisión.
· Creacion de un Tribunal Disciplinario Autónomo, que garantice el derecho a la defensa de los funcionarios y que haga seguimiento a los procesos disciplinarios a los funcionarios, los cuales en muchas ocasiones suelen ser dejados de lado, olvidados y engavetados sin aplicar sanciones inmediatas y sin mediar explicaciones.
Mi Comentario Final:
La semana pasada el Canciller Nicolás Maduro inauguró el piso Salvador Allende como parte de un extenso programa de repotenciación y rescate de la planta física de la Cancillería y anunció la refundación de la Casa Amarilla, ícono de la diplomacia venezolana, como la Casa Antonio José de Sucre. Este hecho sin precedentes en el MRE, pareciera marcar el inicio de una nueva etapa. La reestructuración parece que ha dejado de ser un enunciado discursivo para convertirse en una línea concreta de gestión. Colosal ha de ser el trabajo que le espera al Camarada Canciller, quién parece haber entendido que no es posible avanzar en nuestras metas internacionales con un Servicio Exterior desligado de la Revolución y anclado a los modos y prácticas del pasado.
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