Mucha gente dentro del chavismo tiene creada la percepción según la cual el presidente Chávez estaría rodeado de una plantilla de asesores ineficientes que le impedirían ver la realidad del país a través de una serie de absurdas y equivocadas estrategias.
Nunca supe de dónde sacó ese buen periodista y amigo que es Ernesto Villegas que yo pudiese ser uno de esos asesores. Todavía conservo el video de aquel programa En confianza, en que le respondía tajante que no. Que, según mi modesto criterio, "el Presidente no necesita asesores, sino gente que lo ayude, porque si hay alguien que tiene claro lo que hay que hacer en el país es él". Algo de lo que, después de cinco años de aquella amable entrevista, estoy cada vez más que convencido.
La creciente comprensión y el dominio que el presidente Chávez tiene de los procesos que involucra la difícil administración del gobierno en la construcción del socialismo, así como de las inmensas dificultades que le son inherentes, se constata progresivamente a medida que nos habituamos a seguirlo a través de las alocuciones públicas que realiza a lo largo de sus intensas jornadas de trabajo, en las cuales los venezolanos ya no somos simples espectadores, sino partícipes activos de eso que en el pasado fueron siempre crípticas sesiones signadas por el llamado "secreto de Estado".
Hoy es perfectamente claro que los verdaderos asesores de Chávez no son esos alquimistas trasnochados que el vocerío popular supone, ni los farsantes enzapatados que como tales se venden en muy bien calculados escenarios políticos del país, sino la propia gente del pueblo que con su proverbial claridad y su sencillez ha aprendido a perder como nadie el natural miedo escénico que embarga al inexperto ante las cámaras, para hablarle en forma directa y sin tapujos al Presidente, sin la chocante y posada retórica del funcionario acomodaticio que todo lo quiere justificar en vez de responder a lo que el Comandante pregunta.
Algo de lo que debiéramos sentirnos verdaderamente orgullosos como revolucionarios. Y muy distinto de lo que encarnan pintorescos personajes como aquel farsante que en alguna oportunidad me presentaron con gran bombo, nada más y nada menos que como… ¡el que le escribe los discursos a Chávez!
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