En esta nueva etapa de la revolución, el presidente Chávez sabe muy bien, y así lo señala en forma por demás muy clara, que el enemigo principal de la revolución hoy está precisamente dentro del proceso mismo, en el seno de las instituciones gubernamentales centrales, en nuestros gobiernos de los estados, en los partidos políticos que apoyan el proceso, en las misiones, en las alcaldías revolucionarias, en los movimientos de masas creados por la revolución. En todos aquéllos que no hayan comprendido que “la calidad no es incompatible con la revolución”, en quienes son ineficientes a la hora de atender los asuntos de la República, en quienes actúan con deshonestidad en sus labores cotidianas, en aquéllos que sólo persiguen figurar y escalar posiciones cada vez más elevadas, en quienes recurren a la política de descalificación del otro, pues no tienen brillo propio. En los audaces ignorantes, representados aquí y allá en forma variada pero muy clara, quienes ponen en peligro la credibilidad del proceso al fracasar continuamente y burlar las necesidades de la gente.
Es enemigo del proceso quien se ponga a crear carreras universitarias a diestra y siniestra, en forma alocada, sin tomar en consideración las normas existentes, las cuales muchas veces han sido elaboradas por la revolución y no por la Cuarta República. Abrir carreras en esta forma, sin programas aprobados, sin laboratorios, sin aulas suficientes en número y sin dotación, con profesores improvisados y de historia académica pésima, “un vente tú” cualquiera que no garantiza preparación profesional ninguna, ni compromiso con el proceso revolucionario; sin bibliotecas suficientes y dotadas, es una actividad claramente contrarrevolucionaria, que en algún momento explotará contra el Presidente y su programa contra la exclusión educativa.
Otro tanto significa el cobro escondido de matrícula a los estudiantes, la presencia de adversarios políticos como los primeros beneficiarios de becas y cargos, relegar a los docentes revolucionarios de toda la vida con los traídos de fuera, sobornar y pervertir a los dirigentes estudiantiles para manipular al movimiento estudiantil; amenazar, expulsar, destituir y hostigar a quienes se enfrentan por los cauces democráticos a todo este estado de cosas. Engañar al Presidente con aquello de que la matrícula se elevó de 8 mil a 37 mil estudiantes, sin informar en qué condiciones se hizo esta supuesta elevación, constituye un hecho inaudito que no se puede permitir. Si alguien tiene que estar enterado de todo, de lo bueno y de lo malo, de los aciertos y de los errores, de las “iniciativas” como aquélla de reducir la duración de la hora académica de 60 a 40 minutos, es precisamente el Jefe de la Revolución, quien emitirá su veredicto al respecto y tendrá suficientes bases para la decisión final. Es inaceptable y contrario a la Revolución que Chávez no esté enterado de estas situaciones.
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