Si algo caracteriza a la oposición venezolana, además de su condición de apátrida y la falta de escrúpulos, es la torpeza en su accionar político. Como si su objetivo final fuese el suicidio, comete error tras error e intenta corregirlos con nuevos errores.
Eran fuertes, muy fuertes, hace apenas unos años. Contaban con mayoría en el parlamento; controlaban PDVSA; los más altos oficiales de las FF.AA le eran afectos; disponían de unos medios de comunicación con cierto nivel de credibilidad; tenían una Fedecámaras y una CTV con poder de convocatoria; disfrutaban del respaldo de una Iglesia católica que tenía influencia en el seno del pueblo; los seguía una masa dispuesta a marchar día tras día en su apoyo y a respaldarlos en cualquier acción que planificaran.
Todo lo echaron por la borda, todo desapareció. Lograron enfermar a muchos de odio y disociar a otro tanto, pero gracias a sus torpezas hoy carecen de la fuerza y la representatividad que una vez tuvieron.
Sin embargo, no escarmientan, siguen transitando la ruta que creen desestabilizará al país; siguen aspirando a generar una situación de caos que desmotive al pueblo que respalda al gobierno; sueñan con destrozar la economía, para sobre sus cenizas erigirse nuevamente como gobernantes.
Poco les importa la historia y menos los que a lo largo de esa lucha criminal han perdido todo. Como si los recursos fuesen infinitos, siempre tienen a mano un nuevo actor dispuesto a convertirse en el “salvador de la patria”. Una vez fueron los meritócratas de PDVSA, otra los militares de Altamira y más tarde la CTV. Hoy pareciera que “el sacrifico” están dispuestos a asumirlo Lorenzo Mendoza y sus trabajadores de Polar.
En medio de una campaña electoral y de la permanente guerra contra el gobierno, Mendoza coloca su “granito de arena” usando la fortaleza que en el mercado tiene su empresa para generar una escases de alimentos, con fines especulativos y a través del acaparamiento.
Medio país sabía que, al igual que Alfonzo Rivas, este yuppy venía conspirando al lado de esa torpe oposición; pero pocos se imaginaron que su ego lo condujera a transformarse en el protagonista, poniendo en riesgo una empresa que tiene un valor inmenso y genera millonarios dividendos.
Lo lógico era suponer que tan pronto como las autoridades se dieran por enteradas de sus acciones, abandonaría la práctica.
Pero no, Mendoza, quien no es responsable de la creación de la Polar, pareciera dispuesto a convertirse en el autor de su destrucción como empresa privada.
Acostumbrado a hacer su voluntad gracias al poder que da el dinero y a la actitud servil de los gobiernos de la cuarta y obnubilado por las adulaciones que le llueven de sus empleados, asesores y jalabolas; no pareciera darse cuenta que está caminando al borde del abismo.
Tal y como lo hiciera Marcel, los gerentes de aquella vieja PDVSA y los jefes de los bolsas que montaron el sainete de Altamira, el dueño de Polar lanza a sus trabajadores a “calentar” la calle contra el gobierno, argumentando persecución.
Si la sangre llegase al río, ya tendrá tiempo suficiente este yuppy para preguntarse por qué aquellos empleados que estaban dispuestos a dar la vida por Polar y sus dueños, asumieron (luego de la expropiación) la misma actitud de aquellos fieles trabajadores que laborando para Pepsicola, un buen día se convirtieron en empleados de Cocacola (por decisión de Cisneros) y trabajaron muy duro para boicotear e impedir el acceso al mercado de su antigua marca, de su antiguo amor.
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