Con gran regocijo presenciamos por la TV los actos en homenaje a Manuela Sáez y la exaltación de su vida heroica. Ante la imposibilidad de trasladar sus restos mortales para honrarlos en el Panteón Nacional, traer un cofre con restos simbólicos, es un acto emblemático de indiscutible trascendencia.
Entre las remembranzas de la personalidad de Manuela hechas por eruditos historiadores, con motivo de los actos programados, no escuchamos referencia alguna al rasgo más destacado de su personalidad, que define su vida llena de espontaneidad, sin hipocresías, sin las gazmoñerías propias de su época. En la carta de despedida dirigida a su marido, el comerciante inglés, James Thorne, le dice, “… mi amigo, no es grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar… ¿Crees por un momento que después de ser amada por este General durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos?... Eres católico, yo soy atea y esto es una razón mayor y todavía más fuerte ¿Ves con que exactitud razono?”
La primera condición del ser libre radica en expulsar de la mente la creencia, en liquidar la contradicción entre verdad y creencia que desde la más tierna infancia le meten al individuo, como “perro guardián”, para que le ladre toda su vida. Limpiar la mente del abstraccionismo de la creencia es la única manera de alcanzar la unidad de la inteligencia. Ahí radica la visión que los filósofos materialistas auténticos tienen de todas las cosas y que hizo de Manuela garantía de fidelidad revolucionaria junto a Sucre, Rodríguez, O´Leary, Perú de la Croix, y de quienes formaban el entorno más allegado a Bolívar: de anticlericales y ateos.
Causa desazón la pretensión de ocultar el rasgo más resaltante de la personalidad de Manuela, su ateísmo, no como adorno, sino, como declaración incontrovertible, que le permitió actuar con prestancia en los actos heroicos de su vida. Le permitió desafiar a la sociedad pacata, hipócrita, camandulera de su época. Le permitió enfrentar a personajes como Santander, Páez, Juan José Flores y a todos quienes se sumaron a la traición de la causa independentista y enterraron por doscientos años los ideales bolivarianos y sanmartinianos de unidad e integración de nuestros pueblos.
Manuela, “La Amante Inmortal”, como la nombra Víctor W. Von Hagen en su biografía novelada, es el paradigma de la mujer revolucionaria. Había que traer sus restos, aun cuando fuera de manera simbólica, para que junto a Bolívar, impacte de su egregia personalidad revolucionaria y jacobina, a esta Revolución que tanto lo necesita. ¡Ojalá! y Manuela no resurja como simple simbolismo ni traten de evangelizarla para la historia. Debe seguir siendo, como en vida ¡Rayo y espada! que fulmina a los enemigos de la revolución.
leonmoraria@gmail.com
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