Orden en la casa

No todos los días se tiene la oportunidad de presenciar el fenómeno político de un gobierno que, tras largos cinco años de duro debate y confrontación permanente, no sólo no se desgasta sino que crece. Gobernar en veinte estados y en el 70 por ciento de las alcaldías del país, significa el mayor reto que el chavismo haya tenido por delante.

Superar los escollos, las trampas y las dificultades con las que la oposición ha sembrado el camino de este gobierno, ha sido hasta ahora cuestión de inteligencia y estrategia, por una parte, y de torpeza y estupidez por la otra. Es difícil establecer los linderos que definan si la nueva victoria del chavismo el pasado 31 de octubre es producto de un buen trabajo, aprobado y aplaudido por la gente, o una consecuencia de las innumerables equivocaciones de una oposición inconsistente y desestructurada.

O ambas cosas al mismo tiempo.

Lo cierto es que, salvo las excepciones conocidas en donde tampoco se puede afirmar que las diferencias entre los contendores hayan sido abrumadoras, el país entero le acaba de dar un cheque en blanco al Presidente de la República y a su equipo de gobierno. Que Dios los ilumine, los haga dignos de semejante reconocimiento y, por sobre todas las cosas, los mantenga alejados de las tentaciones terrenales que llevan al poder y al dinero a marchar muy junticos cuando les conviene.

Dos tremendas debilidades siguen pendiendo sobre el futuro del país: la ineficiencia, que tiene su expresión en esa mala costumbre de hacer las cosas lo más enredado posible para obtener el mínimo resultado en el mayor lapso, y la corrupción, esa lacra que arrastramos quién sabe realmente desde cuándo y que está enquistada como cáncer, tanto en las estructuras del Estado como en la empresa privada que hace connivencia con éste.

Ninguna de esas dos taras tiene marca de fábrica chavista.

Sobre este gobierno existe aún el beneficio de la duda. No lo han dejado hacer; por lo menos no lo suficiente como para evaluar su competencia ni su honestidad.

Frente a la amenaza que representa la posibilidad de no dar la talla en tantos espacios, donde se requiere la conformación de equipos de trabajo multidisciplinarios con capacidad y mística, este recién estrenado país rojo tiene una enorme fortaleza: el suyo es un fenómeno que se está multiplicando aceleradamente en el continente. América Latina está comenzando a mostrar un despertar que sin duda alguna se inició en Venezuela.

Aquí se prendió la chispa. Ojalá muchos cerros latinoamericanos encuentren su misión y su barrio adentro. Es una esperanza.

No es fácil el mañana.

A pesar de que el embajador norteamericano ha expresado la disposición del Gobierno gringo de “bajar” el tono de la confrontación con el nuestro, más allá de las buenas intenciones del diplomático, no hay mucho más en qué creer. Pocos días antes de las amables palabras del señor Brownfield, la inefable Condoleezza Rice había dicho que nuestro Presidente “es un verdadero problema”.

Con Bush reelecto, las amenazas persistirán. Pongamos la casa en orden. Sólo así no podrán con nosotros.

Periodista



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Mariadela Linares*


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