Rebelión
Los bolivarianos no podemos sentirnos satisfechos con la victoria electoral del pasado 31 de octubre. Se trata de una victoria que debe dejarnos un necesario sabor amargo. Lo cierto de esta “victoria” es que se obtuvo gracias a los incontables disparates de esa fábrica de infinitos desaciertos que ha sido, al menos hasta ahora, la fragmentada, descocada, amorfa y acéfala oposición venezolana.
El temor paraliza el triunfalismo ciega. Ambas actitudes conducen inevitablemente al fracaso. No detenernos a reflexionar acerca de la incomodidad y desencanto que en el corazón del pueblo revolucionario causó la falta de participación y protagonismo, -por lo demás un derecho consagrado en la Constitución y un objetivo fundamental de las bases populares y su liderazgo natural-, en la selección y escogencia de los candidatos en las regiones, podría ser en poco tiempo, el río por donde se vayan al mar del fracaso los objetivos de cambios revolucionarios del proceso y el portal por donde arribar a futuros fracasos electorales.
Si la oposición venezolana hubiese dispuesto de un mensaje coherente, -algo por ahora impensable-, y hubiese respondido a este mensaje con una concurrencia a las urnas medianamente satisfactoria hoy estaríamos lamentando una derrota monumental. Los números no engañan, salvo a quienes quieran vivir en el engaño. El pasado 31 de octubre el despropósito aberrante de la oposición, mezclando sin orden ni concierto una gama de desatinos que fueron, desde proclamar tozuda e incansablemente la condición fraudulenta del árbitro electoral hasta abiertos llamados a la abstención y qué, naturalmente tuvo un efecto demoledor entre sus desconcertados seguidores, -la abstención pasó en términos generales del 50%-, pero, y he aquí el meollo del problema bolivariano, ese mensaje abstencionista no estuvo dirigido al pueblo chavista, la dirigencia revolucionaria convocó incansablemente a votar, con el máximo líder a la cabeza, el cual hizo un esfuerzo de campaña en respaldo a los candidatos si
se quiere mayor que el realizado cuando estuvo en juego su permanencia en el gobierno en ocasión del referendo, el llamado al pueblo bolivariano fue a votar masivamente en la denominada segunda batalla de Santa Inés.
Lo cierto es qué, si sumamos la votación a favor de los candidatos bolivarianos, la misma que permitió cosechar tan espléndida “victoria”, podemos comprobar que sólo tres millones cuatrocientos cincuenta mil sufragios fueron consignados por el pueblo revolucionario. Esto significa que, sólo tomando en consideración los más de cinco millones ochocientos mil votos obtenidos en el referendo, -digo sólo porque sabemos que muchos bolivarianos no pudieron votar-, al menos dos millones trescientos cincuenta mil bolivarianos se abstuvieron de votar, o lo que es igual, que la abstención en las filas del chavismo superó el 40%. Al menos cuatro de cada diez bolivarianos expresó su inconformidad con los candidatos elegidos a dedo o, al menos, no se sintieron motivados por estos liderazgos partidistas, (fueron los partidos y no las bases quienes los impusieron).
Una victoria entonces, que ha podido devenir perfectamente en el más contundente fracaso y colocado al proyecto revolucionario en una delicadísima situación. Ignorar esto, engolosinarse con la “contundente victoria” y no iniciar de inmediato severas jornadas de reflexión y profunda autocrítica, no fortalecer la organización popular, su participación real en la construcción y selección de sus propios liderazgos naturales, podría ser el principio de un fin que debemos evitar a cualquier costo. Llegó la hora de la profundización del proceso, del protagonismo y la organización popular, de potenciar al máximo la contraloría social sobre los candidatos electos y su obra de gobierno, de la revolución en la revolución, de la lucha a muerte contra el burocratismo y la corrupción o habremos de sentarnos, más temprano que tarde, a llorar como niños o niñas lo que no supimos defender como hombres y mujeres.
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