Se levanta la puerta del estacionamiento de la Quinta Ni un paso atrás, y el Mercedes de Harold Zuloaga sale lentamente. Va junto con su esposa, Kuqui Pocaterra rumbo a la Quinta Prohibido Olvidar, donde Jean Brillembourg y Kathy Mendoza los esperan para cenar. Van comentando la última rasca de Jean en la exposición de las portadas de El Nacional. Y “la verdad es que Jean se pasó con la pobre Kiki. Si a ella le gusta acostarse con su chavista por qué él tiene que meterse en eso”- Le dice Kuqui a Harold, y él le contesta: “No sé mi amor, pero te digo una vaina, eso de que entre nuestras amistades esté una mujer acostándose con un chavista marginal, habla muy mal de uno, uno lo que tiene que hacer es mandar a esa gente pal carajo”.
Mientras tanto, Jean Brillembourg escucha la sinfonía Número 40 de Mozart. Está allí extasiado haciendo las veces de director de la Filarmónica de Londres. “Menos mal que los chavistas marginales no saben quién es Mozart, y ojalá que no lo descubran nunca”. Está pensando Jean.
En la cocina, Kathy Mendoza habla con la señora del servicio. Preparan langostas y enfrían el champaña, y mientras tanto ella dice. “No sé qué le está pasando a Jean que últimamente está de mal humor. Basta que le hablen del señor Chávez y se enferma y comienza a gritar”. La señora de servicio escucha detenidamente mientras pone el aceite extra-virgen en la ensalada.
Se escucha un pito y Jean baja la música y ve la pantalla que tiene al lado del aparato reproductor donde vigila a todo el que entra y sale de la casa. Allí puede ver que es el Mercedes de Harold, además, Harold levanta su mano izquierda y hace la señal de la victoria, esa es la clave para saber que es una persona conocida. Jean aprieta un botón y se abre el estacionamiento de la Quinta Prohibido Olvidar.
La señora de servicio traslada los platos a la mesa y luego sirve la comida. En el estudio Harold y Jean se abrazan y luego viene el besito a Kuqui, y “¿cómo está todo? ¿qué se dice? Destapan una botella de vino chileno, Don Melchor, y brindan por la vida, por la alegría y “porque este tirano se vaya algún día”, dijo Jean.
Se fueron a la mesa y los platos estaban servidos. Comenzaron a degustar las langostas y a conversar, y “pásame la salsa, Kathy”, y “sí, mi amor”. Y así iba transcurriendo la velada hasta que Jean preguntó. ¿Y ustedes no han visto a la Kiki?, “Si, yo la vi, ayer, y me presentó a su novio”-dijo Harold, y Jean gritó: “La puta esa ¿sigue saliendo con el chavista ese?
Y allí se terminó la cena.
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