El domingo que llamamos de Ramos, una inmensa multitud recibió y acompañó a Jesús por las calles de Jerusalén con palmas, ramas de olivo, y al grito de Hosanna. “Hosanna” no es una palabra española, sino que procede del arameo, que es la lengua que hablaba Jesús, y que hablaban los primeros cristianos de Jerusalén. Al pie de la letra, significa “sálvanos, te lo pedimos”. Así aparece en el Salmo 118,25. Es una petición de ayuda y de salvación. ¿Salvación de qué? Salvación de la esclavitud, del abuso de los poderosos, de la opresión del imperio romano, etc., etc. Bien, apenas tres días después ese mismo pueblo que recibía a Jesús porque “pasó por sus vidas haciendo el bien”, era entregado, abandonado y negado, cuando sometido a un acto plebiscitario para elegir a quien crucificar entre él y un criminal de nombre Barrabás, ese mismo pueblo no sólo eligió a Barrabás para salvarlo por 100% a 0%, sino que exigió la muerte de ese mismo Jesús. Los Evangelios registran el siguiente episodio: "los sacerdotes y fariseos habían estado hablando con el pueblo".
Simón Bolívar era un joven miembro prominente de la clase mantuana. Su verbo encendido, su inteligencia excepcional y su don de mando pronto lo convirtieron en personaje imprescindible. Su actitud decididamente patriótica y libertaria en la Sociedad Patriótica y los acontecimientos posteriores al 5 de julio de 1810, le granjearon antipatía y cierto grado de molestia con el mantuanaje ansioso de preservar sólo sus intereses de clase, pero poco más. En mayo de 1816, luego de la segunda invasión de los Cayos, Bolívar se convierte en un objetivo a ser eliminado. ¿Qué hizo Bolívar que activó todos los odios de la clase mantuana? Pasó de ser alguien molesto a un personaje intolerable. Decretó la liberación de los esclavos, vale decir la fuerza de trabajo de los oligarcas, y algo peor, no teniendo sentido alguno liberar unos hombres para que deambularan por la patria ajena muertos de hambre, ellos y sus familias, el Libertador decreta la Confiscación y Reparto de Tierras entre aquellos que estaban ofrendando sus vidas por la patria. ¡Santo remedio!, a partir de ese momento todos los males, todas las enfermedades, todas las dificultades, aún las más cotidianas, fueron culpa de Bolívar. Bolívar ambicioso; Bolívar que saqueaba los recursos para utilizarlos en sus fines de hacerse líder continental; Bolívar que “te deja con tus problemas” mientras se dedica a construir su monarquía, etc., etc. Hasta San Pedro Alejandrino, hasta el abandono y la entrega del mismo hombre al que ese pueblo había seguido con pasión y fervor porque “había pasado por sus vidas libertando, haciendo justicia y practicando la igualdad” Ese mismo pueblo –sometido a la manipulación de los reflejos condicionados- lo abandonó, aceptó su condena a muerte y su expulsión de la patria sin mover un solo dedo. Ese mismo pueblo lo despidió en Bogotá arrojándole tomates y huevos podridos al grito de “¡Vete, longaniza!” (Longaniza, un perro sarnoso que merodeaba por los alrededores de la quinta donde residía el Libertador) La Última Proclama a los Colombianos escrita en Santa Marta, en la quinta San Pedro Alejandrino, el 10 de diciembre de 1830 es irresistiblemente contundente respecto a lo que pasó: “Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono” La manipulación había logrado cortar el nexo amoroso del pueblo con su Libertador. A ello contribuyeron todos los de afuera y muchos de los de “adentro”
Hugo Rafael Chávez Frías apareció en la vida de todos los venezolanos y venezolanas, aquel 4 de febrero de 1992, como un rayo de luz y esperanza cuando las sombras todo lo cubrían y la esperanza parecía perdida sin remedio. La esperanza se fue haciendo concreta a partir del 6 de diciembre de 1998. Hugo Chávez, el Comandante, no era un fraude más entre tantos. Resistió el bajeo de la oligarquía y comenzó a cumplir una a una todas las promesas de libertad, igualdad y justicia. La Constitución Bolivariana devolvía en forma intransferible la soberanía a su legítimo propietario: el pueblo. A partir de allí todas las fuerzas capitalistas de Venezuela y del imperio se activaron para asesinarlo, anularlo o extirparlo. La historia de estos once años es un libro abierto: golpe de estado, marchas asesinas, paro y sabotaje petrolero, importación de paramilitares, guarimbas, deslegitimación de las instituciones, campaña internacional contra Chávez, narcotráfico, terrorismo, etc., etc. Nada –por ahora- les ha dado los resultados apetecidos. El nexo amoroso de Chávez con su pueblo ha derrotado cada una de las conspiraciones. El objetivo de la derecha hoy es cortar, destruir y acabar con ese nexo. Si cortan ese nexo podrán extirpar la Revolución Bolivariana, no necesitarán marines, lo harán con nuestra propia gente. Ver como un representante de la derecha que tanto daño le ha hecho a la población indígena ocupa hoy una curul en representación de este sector es demoledor. Encontrarnos con la presencia de asesinos convictos, ladrones confesos y enemigos del pueblo en toda su extensión como diputados a la Asamblea Nacional elegidos con los votos de una parte muy considerable del pueblo humilde es –o debería ser- mucho más que una alerta.
Las
aguas relativamente calmas por las cuales navegaba el barco bajo el mando
del líder relajó las tensiones necesarias de la marinería. No fue extraño
conseguir tripulantes "sobrados" dedicándose a contemplar sus hermosos marutos,
vacilándose el momento. Así, el debate, el estudio, la conciencia, durmió el
sueño de los justos porque "no hacía falta". Pero las aguas calmas, agitadas
ahora por el formidable enemigo que no descansa y sabe mucho, así como por las
inconsecuencias de una tripulación poco capacitada, apenas montada sobre el
cómodo deslizamiento hacia el éxito, el poder y el dinero seguro se han tornado
procelosas amenazando con hacer zozobrar el barco. Son los momentum, esos puntos
de inflexión crítica en los cuales sólo la claridad de ideas, la firmeza y el
compromiso total pueden poner a salvo la nave. Son los momentos de “jugar cuadro
cerrado” alrededor del líder. Lamentablemente, esos momentos no se han
caracterizado precisamente por el orden y la disciplina justo porque no hay
firmeza teórica ni claridad de objetivos y sí mucha viveza y
oportunismo.
Son momentos en los cuales el formidable enemigo agita las
aguas consciente del alboroto que la inconsistencia crea en la tripulación.
Surgen los "managers de tribuna", los desencuentros, las "echaderas de culpas",
los señalamientos, los espacios cómodos para los bandidos insertos en el proceso
revolucionario, la oportunidad de seguir robando en medio del desorden, la
siembra de dudas respecto al líder. Se descubren los "errores" siempre en los
otros y emergen los planes propios que nunca fueron transformados en planes
colectivos por déficit de conciencia. Las caras emergen desde detrás de las
acomodaticias caretas. Unos, señalando la inconveniencia de haber "acelerado
demasiado", clamando por la modificación de unos objetivos que atenúen o
desaparezcan los "inconvenientes extraños a nuestra naturaleza autóctona" del
socialismo (son aquellos sectores no dispuestos a acompañar el proyecto
socialista); otros que se apegan a un libreto "revolucionario" extremo,
inmediatista y anárquico en cuya visión no existe la más mínima estrategia
política, la disciplina militante ni el sentido profundo de la variable
tiempo.
Es tiempo de transformar el delicado momento en victoria
aplastante. Una Revolución siempre convertirá una dificultad en oportunidad para
avanzar. Los buenos revolucionarios son más temibles en el fracaso que en la
victoria, porque en la victoria son humildes y prudentes pero en la derrota
implacables. El momentum exige en primer lugar absoluta lealtad hacia el
Comandante de la Revolución. Convertir la consigna de "sin Chávez no hay
Socialismo y sin Socialismo no hay Chávez" en una premisa de valor absoluto. Ha
sido el Comandante quien con su unión umbilical con el pueblo ha traído el barco
hasta donde nunca pudieron los revolucionarios de siempre y los de nunca; los
que han luchado siempre y los que mimetizados convenientemente, arropados por
iconos, consignas y afiches detrás de una cámara de televisión no lo hicieron
nunca pero hoy disfrutan de los más groseros privilegios. Olvidar -así sea por
un instante- que sin Chávez no hay Socialismo es más que una estupidez, un
crimen. De modo que la primera urgencia pasa por la lealtad al comandante por
encima de cualquier duda o incomprensión. Cualquier conducta que afecte esta
confianza en el timonel simplemente destruye y obstaculiza haciendo el juego a
la contrarrevolución. El Comandante debe desprenderse de tanto rábano incrustado
en la administración y el partido, quienes con sus acciones cortan –como si de
una zafra se tratara- ese cordón umbilical de amor y confianza de Chávez con su
pueblo.
Es tiempo de anteponer los objetivos de la Revolución a nuestros
–incluso si nos parecen legítimos- planes o ideas. Es tiempo -hoy más que nunca-
de llevar hasta el pueblo la savia revolucionaria, la teoría y la praxis
socialista más allá de cualquier deformación que tendencias reformistas o
anarquizadas estén sembrando en el imaginario popular. Es tiempo de avivar y
remozar la fe del pueblo en su revolución y su líder. Es tiempo de no
contribuir, como tontos útiles, a las manipulaciones del aparato mediático
imperialista siempre exacerbando los errores que puedan brotar por los
resquicios del egoísmo o el oportunismo, que de ambos hay mucho, ¡demasiados! Al
Líder hay que protegerlo hasta de sí mismo si esto fuera
necesario.
¡¡¡CHÁVEZ ES
SOCIALISMO!!!
¡SIN CHÁVEZ NO HAY SOCIALISMO, SIN SOCIALISMO NO HAY CHÁVEZ!
¡¡¡VENCEREMOS!!!
martinguedez@gmail.com