Una vez que se han ido superando las diferentes coyunturas presentadas al proceso bolivariano, se le impone al movimiento revolucionario en general emprender una sostenida, laboriosa y paciente campaña ideológica, cuyas consecuencias inmediatas permitan definir con precisión las características fundamentales que han de regir, precisamente, al proceso bolivariano. De esta forma se podrá avanzar, sin demora ni contradicciones, con una mayor determinación y convicción en su fortalecimiento y desarrollo. Esto implica, por supuesto, trabajar en función de una verdadera unidad revolucionaria, en donde no tenga cabida alguna el sectarismo ni el subjetivismo que tanto fraccionan al movimiento revolucionario popular y que impiden asimilar positivamente las lecciones que podríamos extraer de otros procesos revolucionarios a nivel mundial, algunos de los cuales sucumbieron por la falta de visión y efectividad de sus dirigentes para ir más allá de los simples enunciados.
Se “debe tender ante todo, a politizar la vida cotidiana en todos sus frentes –como lo afirma Ernesto Salinas en su “Adiós a la vieja izquierda”- generalizando la comunicación entre las diferentes luchas, construyendo continuamente la libre cooperación, liberando espacios y tiempos que den forma a acontecimientos cualitativamente superiores”. Bajo esta orientación, el proceso revolucionario se hará más dinámico y podrá acceder, sin duda, al desmoronamiento y sustitución de las viejas instituciones que componen el Estado venezolano. Todo, en el marco de la democracia participativa y protagónica, consagrada en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela; de tal manera que se concrete la participación popular en el control y en la gestión de todas las instancias de poder, al mismo tiempo que se plasme la transformación raigal del orden económico, político y social. Es necesario, por tanto, darle viabilidad a lo que se ha difundido en todos estos años como poder
popular o poder constituyente del pueblo para que el proyecto bolivariana deje de ser una mera abstracción y se convierta en una realidad cotidiana, en permanente renovación.
Esto no supone esperar, como lo creen muchos de los que están habituados por la fuerza de la costumbre y la falta de compromiso verdadero, a que los cambios estructurales planteados tengan que provenir del Estado o, más sencillamente, ser permitidos o aupados por el Presidente Chávez; asumiendo una actitud pasiva, a la espera del momento “mágico” para actuar. Aquí cabe acotar, en palabras de Jhon Holloway en “Los nuevos movimientos sociales y la cuestión de poder”, que en todo ello “la clave es la autodeterminación social. Pero la verdadera autodeterminación social implica una forma de organización social que no sea el Estado, una forma antagónica a la forma estatal, algún tipo de organización consejista. En otras palabras, el éxito de la revolución dependerá de la autodeterminación, y la autodeterminación va en contra del Estado”. Esta situación es categórica y muy significativa porque entraña la oportunidad anhelada para el surgimiento de un liderazgo raigalmente
revolucionario, sustentado en la direccionalidad que le imprimen las masas en su accionar diario; de modo que los actores vigentes y en ebullición entiendan que, ciertamente, existe un cambio estructural en progreso.
La nueva etapa que se avizora en el escenario del proceso revolucionario busca avanzar en la edificación de un nuevo modelo de desarrollo económico, la implementación de una nueva estructura social, centrada en la solidaridad, el bien común y el humanismo; agilizar la construcción de la nueva institucionalidad que se requiere a la luz de la democracia participativa; y continuar propiciando un nuevo sistema de relaciones internacionales, pluralista y respetuoso de la autodeterminación de los pueblos del mundo. Todo ello comporta la adquisición y cultivo de un mayor nivel de compromiso y de debate crítico dentro del movimiento revolucionario. Esto ayudará, sin duda, a su reagrupamiento y a su rearme ideológico en un tiempo en el cual la reacción se mantiene a la defensiva, disgregada y a la deriva.-
Omar Garcs es miembro de la Dirección Ejecutiva Estadal del Movimiento por la Democracia Directa (MDD) en el Estado Portuguesa.