Lo que quede de aldea en América ha de despertar.
Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza,
sino con las armas de almohada.
José Martí
Estamos en tiempos de guerra. La soberanía de nuestros pueblos está en juego y, como siempre, el látigo imperialista del Norte se encuentra a la espera del menor titubeo. Un nuevo escándalo nos acecha: Venezuela y Colombia en medio de una batalla campal ajena a nuestros propios intereses. Es cierto, esa utopía llamada integración se nos escapa de las manos mientras nuestros gobiernos intercalan comunicados. Colombia permanece impávida, Venezuela continúa exhortando. Y nosotros, el pueblo, aniquilando los botones del control remoto para mantenernos, medianamente, informados. Los medios de comunicación hacen festín de la desgracia. Alejarnos, en estos momentos, es un salto al vacío. El tema de la guerrilla es, una vez más, el pretexto para que aquellos –los de arriba- interfieran en la nueva gesta independentista. A punto de concretarse los proyectos comunes del Sur, surge el caso Granda como una piedra en nuestro zapato. El imperio, siempre el imperio husmeando, arrebatando ideas, pisoteando sueños. Y el hermano Uribe, más allá que de acá, se suma al juego de los gringos, quienes se empeñan en seguirnos manejando a su antojo. El mismo discurso en situaciones distintas. La Casa Blanca insistiendo en que Chávez es un peligro para la región. Y es ahora o nunca que debemos alistarnos, para darnos la oportunidad de conseguir, finalmente, la victoria que tanto frustró a nuestros líderes, quienes murieron hace 200 años esperando aún la milagrosa unión de nuestros países. Chávez es una amenaza, por supuesto que sí, pero para aquellos que se aferran a la idea de que seguimos siendo colonias. La voz de José Martí nos llama, sigilosa, para no perder la esperanza. Un panorama tan claro, pero tan pocas herramientas para hacer del cambio una nueva realidad. A los soñadores, como Chávez, tratan de apaciguarlos diciendo que han perdido la razón. En nuestras manos queda hacernos escuchar en el continente. Si Chávez está loco, nosotros también lo estamos. Porque nosotros tenemos la misma ilusión: ser, finalmente, libres. Romper esquemas, cadenas y cordones umbilicales. Nos faltan las herramientas, pero tenemos los recursos para construirlas. Conciencia, tenemos poca conciencia. Conciencia política, humanista, cultural. Somos la diferencia y como tal debemos acoplarnos en la misma lucha. Una Latinoamérica unida contra los grandes del Norte. Contra aquellos que nos miran ansiosos, con la boca hecha agua, esperando una mínima señal para arremeter en nuestra contra. Tenemos los recursos y por eso es que nos quieren. Saqueos, repetir los sangrientos saqueos del gran descubrimiento español. Arrebatarnos el petróleo, las ideas, los pensamientos y el corazón. Arrebatarnos al soñador de Miraflores que no se cansa de trabajar, difamado y solitario, por el bien común. Si él puede, nosotros también podemos. Si él nos ha despertado, sólo nos queda seguirlo, arriesgarlo todo, lanzarnos al abismo con los ojos cerrados. El abismo de la integración, que es el único camino que nos llevará al mundo real que necesitamos. Nuevos modelos contra viejos esquemas. Corazones que laten al ritmo de Alí Primera, otro soñador aniquilado, otra voz extinta por el gran poder de nuestros depredadores. Soñar, nunca dejemos de soñar. Soñar y hacer. Soñar y luchar. Soñar y creer. Defender nuestra soberanía. No dejarnos envolver por la oligarquía decadente. Apagar los televisores y salir a la calle. Pero no a pelear, sino a trabajar, a construir, a convertir los sueños en un modo de vida, a darle un vuelco a nuestra cotidianidad. Tenemos al líder, pero nos falta voluntad. Tenemos las ideas, pero nos falta la acción. Los que están en las alturas, están envueltos en la burocracia. Llevan franelas rojas con la imagen del Ché, mientras siguen cometiendo los mismos pecados bajo la mesa. El Ché no se lleva en el pecho, sino en la sangre. La franela roja no basta para hacer revolución. Alabar a Chávez no es suficiente para revivir a Bolívar en el nuevo milenio. Hay que construir, no seguir destruyendo para engordar las cuentas bancarias. Halarse los cabellos para montarse en un avión con destino incierto, hacer turismo mientras nuestro soñador idea convenios, llenarse los bolsillos de dólares mientras aquel loco se desgasta en el insomnio. Así no se hace revolución. Figurar frente a las cámaras al lado de Chávez, tener una foto con él en la mesa de noche, llevar la Constitución en el bolsillo sin haberla leído, evocar gritos de guerra desconociendo su significado. Así no se hace revolución. Aglomerarse en la Avenida Bolívar durante horas para bailar y beber, encadenarse al “Aló Presidente” sólo para escuchar alguna frase escandalosa, hacer largas filas esperando a que te resuelvan la vida. Así no se hace revolución. La revolución se hace construyendo espacios para el debate y la acción. La revolución se hace con el trabajo coordinado y conjunto. La revolución se hace olvidando tus propios intereses para ayudar a las comunidades. La revolución se hace enseñando, recuperando la historia, escuchando a los líderes del pasado, comprendiendo el fracaso de los sueños perdidos, retomando las utopías con la mente en blanco, produciendo herramientas para la integración. No se hace revolución dándole un apretón de manos al Presidente, consiguiendo un cargo pesado para garantizar la comodidad en el futuro. No se hace revolución buscando fáciles privilegios, teniendo un carro de lujo con chofer, saliendo en televisión con el MVR tatuado en la frente, emitiendo discursos baratos y baldíos, convocando marchas para competir con la oposición. No se hace revolución hablando mal de los adecos y copeyanos, mientras en los recesos establecen una próxima cita para debatir con un güisqui en la mano. No se hace revolución vistiéndote con un traje caro, acomodando a los amigos y familiares, inflando contratos para quedarse con los residuos de la nación. La revolución se hace en la calle, en el campo, sudando, trabajando codo a codo con los que te dieron el voto. La revolución no se hace con falsas promesas, con indulgencias vacías, con ideales olvidados. La revolución no se hace llamándote revolucionario, sino haciendo verdadera revolución. Los de abajo, los que creen, los que luchan, los que promueven acciones y realizan proyectos. Ellos son los verdaderos revolucionarios. Los que en media hectárea siembran alimento y fuerza, los que arman cooperativas para buscarse un futuro mejor, los que se levantan de madrugada para vivir responsablemente, los que se van a la cama con las manos limpias y la conciencia tranquila. Ellos son los verdaderos revolucionarios. Los que estudian para superarse, los que trabajan para comer y darles de comer a las generaciones futuras, los que hacen productivas sus ideas. Ellos son los verdaderos revolucionarios. No tambaleamos porque Uribe y Chávez estén en pugna en nombre de la soberanía. Tropezamos porque somos nosotros los que la violamos, la vulneramos, la insignificamos. Dejar de creer en un proceso histórico al habernos negado el crédito para una casa, eso es atentar contra nuestra soberanía. Inscribirse en las misiones con la única misión de cobrar una beca, eso es atentar contra nuestra soberanía. Montarse en un avión sólo para mostrarles las fotos a nuestros amigos, eso es atentar contra nuestra soberanía. Asistir a las reuniones del partido todos los lunes sólo para cuadrar el próximo contrato multimillonario, eso es atentar contra nuestra soberanía. Negarse a darle la mano a ese campesino que te ve por televisión, eso es atentar contra nuestra soberanía. Aceptar el dinero mal habido que te llega para comprar un auto último modelo, eso es atentar contra nuestra soberanía. De qué sirve darle la razón a Chávez en el caso Granda, si le clavas puñaladas por la espalda, si te dejas llevar por el poder efervescente, si borras los numeritos para ponerlos más grandes. De qué te sirve decir que el domingo marcharás para exigirle la rectificación a Colombia, si tu máxima ambición es coronarte con el título de ministro. Así no se hace la revolución. Así no se lleva la revolución en la sangre. Así no estás reviviendo a Bolívar, a Martí, a Sucre, al Ché.
Estamos en tiempos de guerra, pero con nosotros mismos. Aquellos que se ciegan por la ambición, son nuestros verdaderos enemigos. Aquellos que se arman de chismes para sacar del juego a sus contrincantes, son nuestros verdaderos enemigos. Aquellos que se bautizan como revolucionarios, pero que cada noche gastan el dinero del pueblo con un trago 18 años y carne de primera, son nuestros verdaderos enemigos. Aquellos que nos prometieron trabajar por nosotros y ahora nos pasan por un lado sin voltear la mirada, son nuestros verdaderos enemigos. Aquellos que se creen amigos del Presidente mientras los mantengan en un cargo pesado, son nuestros verdaderos enemigos. Aquellos que olvidaron que fueron pobres, son nuestros verdaderos enemigos.
Por eso estamos en tiempos de guerra. La disputa fronteriza se arregla con un plumazo diplomático. La falta de conciencia no se arregla a punta de comunicados. El Norte seguirá acechando mientras Chávez siga siendo un solitario. En nuestras manos está retar al destino, cambiar el capítulo final de esta historia, darle un vuelco improbable a los acontecimientos. Y darle una lección al Presidente si es necesario. Votamos por él, no por su gente. Votamos por él, no por los ladrones de la Quinta que se parecen tanto a los de la Cuarta. Votamos por él, no por el descaro de sus viejos amigos, que resultan una mayor amenaza que la Casa Blanca. Porque gracias a ellos es que el sueño de Chávez, como el de Bolívar, huele a frustración. A ellos les dan el dinero para que nos ayuden a construir herramientas. Ellos lo dividen en partes iguales para mantener conforme a su ecosistema. Ellos olvidan los lineamientos supremos para mantener activas sus cuentas en el extranjero. Ellos se compran yates y ropa cara, mientras archivan solicitudes para condenarlas al olvido. Ellos prefieren el aire condicionado al calor de un Oriente asoleado. Ellos se visten de rojo para parecer revolucionarios. Ellos usan a los medios para despotricar contra Bush. Ellos gritan a viva voz: ¡Arriba Chávez! Pero no trabajan, no luchan, no construyen, no cumplen. Roban dinero, conciencias, ilusiones, ideas y discursos. Arrebatan igual que los gringos. Desangran igual que los gringos. Atacan igual que los gringos. Y lo peor: no se cansan de criticar a los gringos. La doble moral en pleno apogeo. La desidia del camino fácil. La desesperación ante tanto y tanto dinero. La fiebre de las alturas, del poder, de la fama, del confort. El asunto no es que Uribe sea nuestro enemigo, respaldado por el gobierno de Washington. Si los cubanos han resistido a 40 años de bloqueo con la frente en alto, en situaciones extremas nosotros seguiríamos su ejemplo. La verdadera cara del problema es que mientras los seguidores del líder que ostentan el poder olvidan, roban y destruyen; seguiremos siendo presas deseables y fáciles de capturar. Seguiremos estando de últimos en la cadena de supervivencia mundial. Seguiremos a la merced de los grandes injustos, de los inmensos criminales, de los que logran pero no piensan.
Hay que hacer verdadera revolución. Seguiremos siendo los que mucho tienen, pero poco aportan. Seguiremos de manos atadas, superando a paso lento la miseria heredada, soñando con el estómago vacío. Hay que cantar a coro para que los de arriba nos escuchen. Hay que encontrar la forma de hacerle entender al que manda, que no son sinceros los que mandan con él. Hay que alinearnos en un mismo frente. Agarrarnos de la mano con una idea en común. Trabajar, trabajar muy duro para enaltecer nuestro nombre, nuestra sangre, nuestras raíces. Trabajar por nosotros y por quienes insisten en quedarse de brazos caídos. Hablar en las plazas, recoger firmas, promover cambios, construir nuevas sociedades, incentivar encuentros y debates, internarnos en las comunidades, organizarnos. Esa es la respuesta: organización. Unidos, fuertes. Unidos, invencibles. Unidos, indetenibles. Un solo grito de guerra convertido en eco por muchas voces. Mostrarnos inconformes, pero dispuestos. Mostrarnos críticos, pero con nuevas propuestas. Mostrarnos cansados, pero en pie de lucha. Desmantelar partidos políticos para construir organizaciones sociales. Propulsar la diversificación económica con nuestra mano de obra. No trabajar en función del billete, sino del justo enriquecimiento. Lo que fácil viene, fácil se va, y eso es ley de vida. No rendirnos ante la miseria humana de valorarnos en función de una cuenta bancaria. Así no se alcanza la libertad. Así no se alcanza el bienestar. Así no se supera la calidad de vida. Es a través del trabajo coordinado y organizado, pensado en función del bien común más allá del individual. Si se incendia la casa de mi vecino, seguramente la mía será alcanzada por las llamas. Ayudar a apagar el fuego del otro para preservarse uno mismo. Asegurar el bienestar común para garantizar el éxito en uno mismo. No envidiar al diputado, al alcalde, al gobernador o al ministro que tiene sus bolsillos tan llenos como sucios. De ellos se encargará la historia. Allá ellos con su propia miseria. Que disfruten su auto, su yate, su mansión y su ropa de marca. Después de eso, no les queda sino la condena de su propia conciencia. Trabajemos nosotros, hagamos la verdadera revolución en los barrios, en los campos, en las urbanizaciones. Demostremos cómo es que se hace. Demostremos cómo es que se consigue la dignidad de un pueblo. Demostremos cómo es que se defiende realmente nuestra soberanía. Una sola voz para que Chávez nos escuche. Para que sepa lo que su pueblo le agradece y le reclama. Para que sepa cuánto falta, hasta dónde tenemos que llegar, hacia dónde saltar para no caer en el vacío. Que Chávez nos escuche, necesita nuestra voz en las alturas. Resguardémoslo de las mentiras de su gente de confianza. De su gente, que apuñalea la confianza. Vamos a despertarlo del falso sueño. Que sepa por qué las misiones no funcionan como lo dicen las estadísticas. Que sepa por qué las calles de Caracas siguen invadidas por los huecos. Que sepa por qué el descontento. Hurguemos para encontrar nuestra propia conciencia, nuestra propia voluntad política. Ese será nuestro grano de arena. Desde allí optimizaremos los esfuerzos de las misiones, de los proyectos, de los planes, de los programas. Desde allí demostraremos que Chávez no ha perdido la razón. Desde allí le contaremos al mundo que el loco de Miraflores tiene visión de futuro. Desde allí le restregaremos al imperio que la revolución sí es posible, que no es un parapeto, que no es un simple sueño. Si nos hacemos escuchar, la revolución comenzará por casa, como debe ser. Si nos hacemos escuchar, Chávez limpiará definitivamente la mesa de la corrupción. Si nos hacemos escuchar, desaparecerá el fantasma del puntofijismo. Si nos hacemos escuchar, los del poder inmerecido saldrán por la puerta trasera, con la frente abajo, con las manos esposadas en la espalda. Si nos hacemos escuchar, se hará justicia. Si nos hacemos escuchar, resguardaremos nuestra soberanía. Si nos hacemos escuchar, ya no será un mito la democracia participativa.
Estamos en tiempos de guerra. Y no es con Uribe y su gente. Allá ellos con sus complejos y confusiones. Allá ellos si desvían sus oídos hacia el Norte. Allá ellos si deciden golpear a su propia familia, desangrar sus propias venas, actuar contra sus propias raíces. La batalla es con nuestro sueño. Debemos luchar para hacerlo real. Debemos liberarnos de quienes atentan contra él. Debemos quitar máscaras, miles de máscaras que hacen de Miraflores una fiesta de disfraces. Que el Presidente sepa que sabemos lo que aquellos no quieren que nosotros sepamos. Que el Presidente sepa que no somos tontos. Pero que también sepa que no somos traidores. Que con él, hasta el infierno de ser necesario. Con quienes lo rodean, ni para la esquina. Que el Presidente sepa que lo queremos, que lo amamos, que lo idolatramos. Pero, sobretodo, que sepa que le creemos, que confiamos en él, que le tenemos fe. Que se deshaga del lastre, no lo necesita. Que purifique su ambiente. Que la batalla contra la corrupción sea real, indetenible, inviolable. Que saque a patadas a quienes se aprovechan de las ganancias extraordinarias del petróleo, por haberle fallado a la historia. Que los censure, por haber faltado a su juramento. Que los entierre, por haber engañado a su pueblo. Señor Presidente, usted no está solo. No es un majadero, como tanto lo dice. Sólo le falta un poco de coraje para dar la estocada final. Sólo le falta un poco de malicia, para descubrir a sus reales agresores. Sólo le falta un poco de mano dura, para castigar a los verdaderos traidores. Sólo le falta un poco de tino, para escoger mejor a quienes le rodean. Abra los ojos señor Presidente. Que se haga silencio en Miraflores para que escuche a su pueblo. A nosotros no nos engañan, no permita que lo sigan haciendo con usted.